La gran contradicción americana que exhibe con crudeza Donald Trump consiste en el capitalismo atroz, sin equilibrios del Estado para compensar a los grupos vulnerables o las clases menos privilegiadas, al tiempo que incluye el conservadurismo más primitivo en expresión social, derechos ciudadanos y manifestación de las ideas.
Ayer, Estados Unidos anunció el congelamiento de 2.2 billones de dólares pertenecientes a la Universidad de Harvard por desafiar al Gobierno de Trump al negarse a perseguir a manifestantes, expulsar a inmigrantes y cerrar sus puertas a minorías sin capacidad económica.
El mensaje de Trump es una vez más cristalino: no queremos a personas financiadas por “nosotros” —el pueblo o el gobierno estadounidense— que exijan derechos ciudadanos a los que no son acreedores en sentido estricto —no nacieron en Estados Unidos—, no hagan uso libre y ejercicio democrático de la libertad de expresión y no protesten en contra de ninguna medida adoptada por el gobierno.
¿Contra quién van? Contra todos los que sean o piensen de forma diferente, en síntesis van contra los otros. Los que no sean como ellos.
Bloquear y congelar a una universidad privada del prestigio y reputación de Harvard representa un ataque al pensamiento libre, a la discusión universal de las ideas, al núcleo mismo que conforma la esencia de cualquier universidad.
Implica además la ofensiva creciente en contra de la inclusión como concepto de aceptación total a grupos, ideologías, corrientes políticas, creencias religiosas y, de forma muy señalada, de preferencias sexuales.
El ultraconservadurismo que se impone hoy en EU ha tomado decisiones claras y concretas en contra de la aceptación de la cultura no binaria en las fuerzas armadas, en el ejercicio atlético de deportes profesionales e incluso en la contratación de personas LGBTQ+ en cualquier dependencia del gobierno americano, embajada o agencia gubernamental.
Significa un viraje conservador de proporciones mayúsculas al tratarse del país, junto con Francia, Alemania, Reino Unido, Canadá y otros más en el mundo, que más medidas habían incorporado a sus muchas legislaciones y marcos normativos para abrir las puertas a la inclusión creciente, aunque siempre quedan grupos indígenas, minorías inmigrantes que difícilmente tenían cabida.
Atacar a la educación universitaria, al foro libre del pensamiento crítico por excelencia que sucede en el ámbito universitario, es censurar la libertad.
Desde el inicio de la presente administración, habían ya dado señales de rechazar e incluso perseguir a simpatizantes palestinos que se habían manifestado en el seno universitario de muchos estados de la Unión, en contra de Israel y de la incondicional ayuda que el gobierno americano había prestado al gobierno de Netanyahu.
Existen imágenes recientes de una estudiante vestida con un traje largo y la cabeza cubierta al estilo del Medio Oriente árabe, que es seguida y detenida en la calle por agentes del gobierno americano.
Pruebas fehacientes del inicio de una persecución en contra de quienes critican al gobierno, manifiestan con libertad sus ideas y protestan en espacios públicos.
Durante la etapa más intensa de la campaña israelí en Gaza en contra de Hamás, miles de universitarios en Estados Unidos realizaron plantones y paros estudiantiles en protesta por el conflicto.
Hoy existe una presión abierta en contra de las universidades, para que compartan información de sus estudiantes con el gobierno, de quienes están legalmente en el país, tienen filiación con el Medio Oriente, con Ucrania, con China o con cualquier otra entidad extranjera que, a juicio de Washington, pueda representar una “amenaza” a la política del gobierno.
La tierra de las libertades y los derechos, la cuna institucional del liberalismo como el espacio garantizado —por la ley— para expresar tu pensamiento, tu postura política, tus convicciones religiosas, sexuales e ideológicas, hoy de forma contraria a los principios originarios de los padres fundadores, se reprime, censura, persigue y prohíbe.
Es un golpe regresivo insólito a la libertad americana.
Es una regresión al macartismo, esa persecutoria campaña encabezada por Joseph Raymond McCarthy al término de la Segunda Guerra Mundial y los inicios de la Guerra Fría, por todo aquello que pareciera o se asemejara al comunismo.
La obsesión paranoica de esos momentos aseguraba que había riesgos de seguridad nacional al permitir “agentes comunistas” al interior de los Estados Unidos.
Según registra la historia y múltiples testimonios, fue una época oscura y lamentable, donde muchas personas sufrieron y fueron denunciadas por actividades procomunistas sin existir un auténtico sustento para una actividad sospechosa.
Hoy el mundo enfrenta un regreso a esa persecución, censura, intimidación y más aún, congelamiento de fondos privados por defender los principios democráticos y liberales de una de las más reconocidas universidades del mundo.
Es el fin del pensamiento liberal.