El Globo

Un sentimiento antiamericano

Donald Trump rompió el uso del diálogo por la imposición por la fuerza. Y el resultado para Estados Unidos puede ser muy negativo.

La acelerada descomposición comercial en el mundo a causa de los aranceles de Donald Trump ha provocado un extensivo sentimiento antiamericano.

Los europeos rechazan ya productos provenientes de los Estados Unidos, más allá de que la Unión Europea proponga sanciones de regreso a Washington.

Francia rechazará el whisky —Bourbon— americano, en plena venganza al gravamen contra la champaña y otros productos franceses.

Canadá ha expresado ya con claridad el monto de sus tarifas a los Estados Unidos, que alcanzan unos 130 mil millones de dólares, y que incluyen muchos artículos americanos.

Hoy las agencias de viajes y las cadenas hoteleras del mundo empiezan a percibir, con el verano prácticamente en puerta, que los viajeros estadounidenses disminuirán sus visitas a países europeos y asiáticos, ante un creciente sentimiento antiestadounidense.

Pareciera decir: “si ustedes nos rechazan, también nosotros a ustedes”.

En el pensamiento del señor Trump, la lógica de subordinar la economía mundial a la americana puede resultar en un auténtico desastre.

No solamente países en franco rechazo por hacer comercio con Estados Unidos, por mantener relaciones comerciales o importación de sus productos, sino incluso recibir en sus naciones a turistas que vengan a gastar dólares, euros, pesos u otras monedas.

¿Qué está de fondo?

La postura antiglobalizadora del gobierno americano. Estados Unidos no sólo experimenta un viraje proteccionista, de barreras, aranceles y tarifas a todo lo que venga de fuera de sus fronteras, sino también un arraigado sentimiento americano de nosotros podemos solos, somos la primera potencia del mundo, no necesitamos a nadie.

Lamentablemente, ese mundo ya cambió y la visión ultraconservadora de algunos segmentos en la Unión Americana no contempla el hecho de que la visión económica del presidente Trump es claramente regresiva y nostálgica: volver a la economía manufacturera de los años 50, cuando la potente turbina productiva americana en plena posguerra impulsó un crecimiento muy importante en medio de un mundo que apuntaba a la pacificación y al establecimiento de controles, mecanismos, contrapesos.

El presidente Eisenhower detalla en sus memorias los muchos esfuerzos para contener los impulsos armamentistas de la Guerra Fría; la necesidad de establecer un diálogo abierto con Moscú y mantener líneas de comunicación con otras regiones del mundo al tiempo que se fortalecía la Alianza Atlántica (OTAN).

Hoy pareciera que vamos en sentido inverso. No le interesa mantener el equilibrio económico ni disminuir las tensiones del mundo.

Desde Washington se escuchan voces que amenazan a Irán si no cede a las condiciones de paz en Medio Oriente; o la descarnada presión sobre Ucrania para que entregue parte de su territorio, riqueza mineral y recursos para aceptar las condiciones de Rusia, que, por cierto, se vuelve cada vez más demandante.

Como nunca antes después de la Segunda Guerra Mundial y el lugar que justificadamente le otorgó la historia a los Estados Unidos por su feroz batalla para combatir y eliminar al nazismo y a la amenaza autoritaria de Adolfo Hitler, la imagen de Estados Unidos está en riesgo en el mundo.

Donald Trump es atacado como un disruptor, detonador de una crisis mundial, que ha invertido las alianzas históricas de la Unión Americana, rompiendo y amenazando a Europa, para acercarse a Rusia y Corea del Norte. Cualquiera que lo hubiera podido pronosticar, hubiera sido diagnosticado como desequilibrado.

Después de sucesivas guerras: En Vietnam, Golfo Pérsico, Corea, etcétera, se extendieron regiones en el mundo que perdieron su aprecio y admiración por la Unión Americana, en el Medio Oriente, en Sudeste Asiático y en América Latina.

Las causas apuntan a la explotación de recursos y al intervencionismo político.

Pero hoy existe un sentimiento extendido, generalizado en el mundo, de que innecesariamente Washington está golpeando sus economías, su nivel de vida, su acceso al trabajo y la salud dignos.

Trump rompió el uso del diálogo por la imposición por la fuerza. Y el resultado para Estados Unidos puede ser muy negativo.

La popularidad del presidente va en descenso; hoy registra más de 10 puntos de rechazo (54) que de aprobación (43) a nivel nacional. Estamos apenas en el segundo mes de su presidencia.

Aparecen signos de fisuras o aparentes rupturas en las filas republicanas del Senado, cuando algunos integrantes manifiestan rechazo por los aranceles que han derrumbado las bolsas y los índices bursátiles.

¿Alguien podrá detenerlo? ¿Serán los mercados? ¿Serán los empresarios o las grandes empresas las que empiecen a perder ingresos, ventas, penetración de mercado por los aranceles?

Esa historia está aún por escribirse.

La mayor tragedia consiste en que un líder que llegó con la promesa de fortalecer y hacer crecer la economía provoque una crisis mundial que pueda destruir el enorme potencial de su propio país. Vaya ironía; sería una auténtica debacle.

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