El Globo

Caos y persecución

Las precipitadas, hostiles y autoritarias acciones nacionales e internacionales de Donald Trump pueden tener un efecto extremadamente dañino para la economía americana.

No todo es alegría y soberbia autoritaria en la oligarquía americana.

Los más de 100 decretos —órdenes ejecutivas— de Trump que pretenden reconformar la estructura del gobierno federal en Washington han producido en apenas unas semanas graves consecuencias.

Miles de trabajadores despedidos —no tenemos aún una cifra exacta porque no la han difundido, pero es profundamente impopular— que se ven en protestas en las calles de la capital estadounidense con trabajadores de gobierno, burócratas, que sin mayor explicación han recibido un correo anunciándoles que sus labores habían concluido debido a reestructuración de funciones y actividades.

La famosa oficina para el mejoramiento gubernamental —DOGE (Department of Government Efficiency)— a cargo del señor Elon Musk, ha recortado sin piedad miles de posiciones de empleo en oficinas, agencias e instituciones que, a juicio de estos republicanos extremistas, son inútiles porque desempeñan funciones que atienden minorías, causas sociales, incluso programas en el extranjero —USAID— de los que están convencidos, no es ni su trabajo ni debe pagarse con dineros de los contribuyentes.

Estos republicanos son amantes del capitalismo atroz, las libres fuerzas del mercado en continuo flujo y contraste, las que deben prevalecer para todos los ciudadanos por igual.

Los demócratas, hoy humillados, ofendidos y escurridos por los pasillos de las Cámaras —no aparecen, no dan la cara, no presentan un frente opositor frente a la avalancha Trump— han sido tradicionalmente los más orientados a crear programas de equilibrio social, salud extendida, educación plural, mixta y multilingüe, y mucha ayuda en el extranjero para comunidades vulnerables. Era parte de su agenda y del interés de sus votantes.

Hoy están barridos, desaparecidos de la escena pública, y además, silenciosos ante la aplanadora trumpista que borra la diversidad de género, la tolerancia a la expresión de los otros, las cuotas por compensación de grupos sociales y minorías.

Pero hay además otro elemento adicional, señala el New York Times en un artículo reciente: la venganza, la persecución. Trump afirmó durante su campaña que sus políticas e iniciativas habían sido boicoteadas por la burocracia de Washington durante su primer gobierno, que el llamado deep state —el Estado profundo—, los que verdaderamente controlan las decisiones, los presupuestos y las políticas, habían sido un obstáculo para que “las brillantes medidas” de su primer gobierno dieran fruto.

Conclusión: castigo, venganza, despido. Más aún, a aquellos funcionarios, jueces, magistrados, abogados, servidores públicos que formaron parte de las múltiples investigaciones en contra de Trump y que participaron como testigos en alguno de sus juicios, se les empezó a buscar, a llamar a interrogatorios y abrir carpetas de investigación.

Como lo lee usted, una auténtica campaña de persecución, censura y hostigamiento, que quién sabe si vaya a terminar en arrestos y detenciones. Increíble, parece una dictadura tomando medidas para eliminar a sus opositores. Es una ofensiva ya no sólo autoritaria, dictatorial, sino ciertamente de régimen de terror.

¿Por qué no hablan los demócratas? ¿Por qué no salen a los medios a decir la desgracia que significa cerrar la Agencia Americana para el Desarrollo (USAID)?

Muchos afirman que tienen miedo, porque tal vez desde el macartismo, aquel momento de la posguerra donde el senador McCarthy inició una auténtica cacería de brujas en contra de todo lo que pudiera parecer socialista o simpatizante del comunismo, era detenido y encarcelado. Tal vez desde esos años, Estados Unidos no vive un momento semejante.

Pero a la persecución se suma el caos. Pésima combinación.

Las amenazas arancelarias del señor Trump han producido —como se anticipó— enorme incertidumbre y nerviosismo en los mercados. Ayer lunes se cayó la Bolsa de Valores de Nueva York y los diversos índices (Standard & Poors, Dow Jones, Nasdaq) registraron caídas importantes ante el temor y la contracción por una potencial recesión.

Imagine usted esto: mientras el ocupante de la Casa Blanca, hace apenas 6 semanas, sigue pregonando el Make America Great Again —hacer grande a los Estados Unidos nuevamente—, los mercados y el mundo financiero temen que el desorden arancelario, el potencial efecto absolutamente inflacionario en la economía, provoquen una recesión.

Vaya contraste. Son como dos visiones de una misma realidad, con ópticas y prismáticos totalmente distintos.

Las precipitadas, hostiles y autoritarias acciones nacionales e internacionales de Trump pueden tener un efecto extremadamente dañino para la economía americana. Un disparo inflacionario producto de aranceles que aún no se aplican, pero se anuncian y se prometen como amenaza nuclear.

Y por lo pronto, como siempre, el capital se retira. Ante el menor signo de riesgo, la inversión se contrae, las bolsas descienden su nivel de operaciones, el valor accionario se desliza hacia abajo y todos observan con preocupación el siguiente movimiento del líder autoritario.

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