Donald Trump sigue en campaña. Ahora ya innecesaria después de su aplastante victoria del pasado 5 de noviembre. Sin embargo, fiel a su estilo, dispara sinsentidos y locuras desmedidas un día sí y otro también.
Que si le propuso a Trudeau que Canadá se convirtiera en el estado número 51 de la Unión Americana o que, en entrevista televisiva este domingo con Meet the Press, declarara que México debiera –por lo mucho que les cuesta, dice– convertirse en el estado 52.
Un rosario de insensateces y absurdos que ya conocemos y no resultan novedad.
Donald Trump no se ha distinguido nunca por su cordura y ecuanimidad. Es un personaje disruptivo, que ha ganado negocios esencialmente balbuceando amenazas a sus competidores. Gusta salir del molde, romper el estilo, ser el egomaníaco que captura la atención de la sala al pronunciar descabelladas afirmaciones.
El problema ahora es que volverá a ser el hombre más poderoso del planeta, y con un respaldo electoral que no tuvo en su anterior presidencia.
Eso lo convierte en un personaje extremadamente peligroso, para el mundo y para México.
Entonces hace bien la presidenta Sheinbaum en retirarse de la arena mediática con la guerra de declaraciones; no tiene sentido, no conduce a nada, sólo eleva el clima de tensión y de animadversión.
Ni siquiera para la base política de cada mandatario, la de Trump o la de Sheinbaum, consolidan posiciones las declaraciones nacionalistas y proteccionistas de cada lado.
Trump es por esencia estridente, tiene un ego descomunal que lo obliga a pretender convertirse en el centro de todo evento, acto, conversación o debate. Construyó su emporio en buena medida por una imagen fuerte, de triunfador, de éxito. Que en los números no se sustenta.
Por ello merece especial cuidado. Porque amenaza demasiado, asusta, intimida, arrincona para obtener lo que quiere.
Eso está sucediendo con México y Canadá, y continuará haciéndolo hasta que consiga sus objetivos:
-Detener la inmigración ilegal a Estados Unidos, llevarla a los mínimos históricos.
-Deportar masivamente a cuanto indocumentado pueda localizar, detener y expulsar de su territorio.
-Eliminar por completo el tráfico de fentanilo y otras drogas a Estados Unidos, al costo, la sangre y los operativos que sean necesarios.
-Imponer aranceles y encarecer el intercambio comercial con Estados Unidos: su lógica no es de libre comercio o lo que más conviene a ambas naciones y a sus ciudadanos. Su pensamiento, extremadamente primitivo, es que para el mundo es un privilegio hacer comercio con EU, y todos deben pagar el precio.
-Uno de esos precios será el potencial, gradual, escalonado, gravamen a las remesas. Ya lo anunció, ya dejó correr la idea para provocar pánico, y tendrá, en breve, un estudio financiero de lo que pudiera recaudar para el Tesoro americano y a qué costo para los trabajadores de otras nacionalidades.
La estridencia continuará como un instrumento de intimidación, de permanente amenaza, de extorsión velada, aunque bastante manifiesta.
Es una técnica, un estilo bravucón y pendenciero de negociar y salir ganador.
Ya amenazó a la OTAN con salirse, lo cual representaría un desbalance global en materia de seguridad estratégica. Es poco probable que lo haga y eventualmente requeriría aprobación del Senado –que tiene en la bolsa–, pero la sola declaración provocará una actitud de negociación con sus aliados atlánticos de la que él pueda obtener beneficios.
Y así avanzará su presidencia. Estridencia, locura discursiva, devaneos absurdos, fotos con dictadores y amenaza sistemática a todos los que quiere doblegar, someter, controlar.
Ese es Donald Trump, y nuestro gobierno debe prepararse para lidiar con este monstruo poderoso y desbocado.
No es un diplomático, no es un estadista, ni siquiera es un político –ya no digamos convencional– de ruptura. Es un personaje con graves carencias de personalidad, furibundo caprichoso que debe siempre ganar el juego, quedarse con la pelota y sentir que es mejor y superior a todos.
Los gobiernos del mundo, así como los de los estados de la Unión Americana, deben prepararse para negociar, dialogar, encontrar caminos que les permitan atravesar el huracán sin producir un hundimiento.