En la era de las redes globales y la información total al instante, la secrecía del cónclave papal enfrenta retos y desafíos de la modernidad.
¿Cómo garantizar que absolutamente nada se filtre al exterior?
Extremadamente difícil, pero el Vaticano y sus profesionales funcionarios toman medidas extremas para proteger el secreto, los candidatos, las votaciones y todo cuanto sucede al interior del cónclave. A partir de las 15:00 horas (tiempo local de Roma) del miércoles 7 de mayo, se establece en el Vaticano y todos sus territorios –exceptuando Castelgandolfo, la residencia de verano– un bloqueo de señal celular absoluto para impedir que el mundo exterior influya en los cardenales, o que desde el Vaticano se filtre alguna información respecto al cónclave.
La tecnología moderna, la capacidad poderosa de los celulares para transmitir audios e imágenes, representa riesgos y posibles filtraciones.
Todos los funcionarios civiles del Vaticano, al igual que los clérigos, obispos y empleados religiosos de la curia involucrados con el cónclave han debido realizar un juramento de silencio, de secrecía, de abstenerse de realizar ningún tipo de grabación en audio o video, en la Ciudad del Vaticano durante la elección. Incluyendo todo lo concerniente a los preparativos.
Nada se puede decir.

Los empleados de limpieza, de cocina, de transporte y cualquier tipo de apoyo logístico al cónclave suscribieron igualmente el juramento de confidencialidad, so pena de denuncia penal.
Así que esto es un tema serio, y así lo asumen.
Los cardenales se hospedan en la residencia de Santa Marta, al interior del Vaticano, a unos 900 metros de distancia de la Capilla Sixtina. Son 133 cardenales electores, que requieren de asistencia médica, de traslado, de cocina y alimentación. Todos quienes brindan esos servicios están sujetos al mismo juramento.
Un cardenal francés ya fallecido que asistió al cónclave de 2013, del que resultó electo Francisco, violó este juramento y escribió en sus memorias los resultados del cónclave. Explicó que ya en 2005, Francisco y Benedicto XVI habían sido los finalistas en las rondas de votación, de las que había salido victorioso el cardenal alemán Joseph Ratzinger.
En su misma crónica detalló la victoria de Bergoglio en 2013.
Nunca pudo ser llamado a cuentas, porque falleció poco después y sus memorias se hicieron públicas. Por eso sabemos hoy que Francisco había llamado ya la atención de sus hermanos cardenales desde el fallecimiento de Juan Pablo II.
Siempre puede haber un indiscreto, como el cardenal francés. O alguien sediento de celebridad para contar y narrar lo que debe suceder, según la tradición a puerta cerrada.
De cualquier forma, las tradiciones han cambiado sensiblemente.
Ya no son los europeos quienes dominan el cónclave, como sucedió por siglos. Representan apenas 39% de los cardenales electores.

Presencia significativa de nuevas regiones antes ni siquiera representadas: Asia, África y América.
La representación no necesariamente corresponde al universo de católicos en el mundo.
Según la radiografía del censo pontificio, hay mil 400 millones de católicos en el planeta: 40% de ellos está en Latinoamérica, 24% en África, 18% en Europa y el 11% en Asia.
No es gratuito que el último papa haya sido latinoamericano.
El imperio eclesial europeo perdió su preeminencia en los últimos 60 años.
Las labores de evangelización y catequesis a nivel mundial han dado como resultado el florecimiento de comunidades en otros continentes.
Ese es uno de los ejes de discusión entre los cardenales hoy: una Iglesia de la periferia, de los barrios, las parroquias y los suburbios urbanos, incluso las miles de comunidades rurales en Asia, África y América Latina, versus la Iglesia central de Roma, del gobierno curial de los últimos 20 siglos.
Quienes apuestan por la apertura, por la transformación de la Iglesia (Francisco su principal impulsor) hablan de promover una Iglesia cercana a la gente, más pastoral y cotidiana, apegada a los problemas de los creyentes de todos los días.
Sin embargo, hay otros que regresan a una Iglesia doctrinaria, centralizada, que cierra la puerta a lo que consideran desviaciones, derivas, que atentan contra la célula central de la familia (tradicional) y de los valores clásicos de la Iglesia.
Son dos visiones contrapuestas. Dos percepciones distintas de lo que el siglo XXI demanda, ante una sociedad cambiante, invadida por el materialismo consumista, por los egoísmos políticos y con frecuencia, militares.