De manera un tanto tortuosa, se ha iniciado en México un nuevo proceso de reforma electoral. A lo largo de las últimas cuatro décadas, hemos tenido varios de estos procesos. No es este, pues, el primero. Los anteriores han tenido como denominador común, entre otros, un par de características.
La primera, que directa o indirectamente se han iniciado dichos procesos como exigencia de la oposición y no del sector oficialista. Y la segunda, que han tenido como premisa incorporar al sistema político prácticas e instituciones de corte democrático y no, como ahora todo parece indicar, imprimirle contenidos francamente antidemocráticos. Sin embargo, conforme a su conocida tendencia a desvirtuar conceptos, el oficialismo afirma que el propósito es fortalecer la democracia. ¿Qué es exactamente la democracia?
En torno a este concepto se han escrito muchas cosas, incluidas algunas sorprendentes. Empezando por la definición misma de democracia. Así, se atribuye a Abraham Lincoln haberla definido, de manera muy sencilla, como “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”.
O la un poco más elaborada de Norberto Bobbio, el célebre politólogo cabeza de la llamada escuela de Turín, quien escribió que “se entiende por régimen democrático un conjunto de reglas procesadas para la toma de decisiones colectivas, en el que está prevista y propiciada la más amplia participación posible de los interesados”. O bien la humorística pero muy descriptiva definición de Winston Churchill, quien expresó de la democracia que “es un mal sistema de gobierno, salvo en un sentido: todos los demás son peores”.
Pues bien, el vocablo democracia fue acuñado hace unos 25 siglos. Según algunos autores fue el historiador Heródoto el primero en emplear el término. En sentido estricto, en realidad no fue él, toda vez que la palabra “democracia” no aparece tal cual en sus textos, sino que fueron sus traductores quienes así llamaron a la comunidad política dirigida por el “demos”, es decir, por el pueblo o por muchos, en oposición a la que era conducida por una monarquía o por una oligarquía.
Sorprendente, sin embargo, que ya acuñado, el vocablo “democracia” haya caído durante más de dos mil años en el más completo olvido, al grado, según afirma Giovanni Sartori, que la palabra no solo prácticamente desapareció de la lengua, sino que perdió cualquier connotación elogiosa.
Al reflexionar sobre tan singular hecho, Sartori aventura una interesante hipótesis para explicar este prolongado silencio histórico, así como su posterior desaparición. En un texto que no tiene desperdicio, escribió así: “El olvido en que cayó el término ‘democracia’ es totalmente significativo, pues muestra claramente por sí mismo que el hundimiento de las democracias antiguas fue tan definitivo como memorable. Y este sugiere a su vez que el hecho de que haya vuelto de nuevo a usarse la palabra significa que algo nuevo ha aparecido”.
Agrega el pensador italiano que “aunque la palabra es griega, lo que nosotros denominamos democracia nació fuera de Grecia y sobre bases que el pretendido ‘temperamento liberal’ de la política griega ignoraba completamente. Sobre todo, las democracias modernas están relacionadas con el descubrimiento de que el disenso, la diversidad y las ‘partes’ (que se convierten en partidos) no son incompatibles con el orden social y el bienestar del cuerpo político, y están condicionadas por dichos descubrimientos”.
La anterior reflexión es perfectamente aplicable a nuestro caso. Hace un cuarto de siglo se produjo aquí la alternancia de partidos en el gobierno, que dejó atrás el régimen autoritario de siete décadas. De la transición, la población esperaba mucho, como si la sola democracia electoral al instaurarse resolviera en automático o por encanto los muchos y graves problemas ancestrales de todo tipo. Amén de que se descuidaron aspectos cruciales de la vida pública. Como la corrupción, que alcanzó niveles de escándalo.
Fue por ello que la democracia causó gran desencanto entre la población. Desilusión que con gran habilidad ha sabido capitalizar el populismo demagógico que desde 2018 se aprovechó de las instituciones democráticas para hacerse del poder y luego, desde este, desmantelarlas.
Por desencanto o por la razón que sea, la democracia en México está en altísimo riesgo. En caso de colapsar, ¿será su hundimiento, como apuntó Sartori en el caso histórico, “tan definitivo como memorable”? Será así, sólo si lo permitimos.