La edición de julio de la revista Letras Libres trae un dosier de diez interesantes textos sobre lo que llama “el fin del Poder Judicial independiente” en México. El autor de uno de esta decena de artículos es Luis Antonio Espino, consultor en comunicación y especialista en discurso político. Hace él un informado y lúcido análisis comparativo entre las acciones de resistencia realizadas en Israel y en nuestro país por los opositores a las sendas propuestas gubernamentales de reforma judicial, curiosamente muy parecidas.
Del estudio comparativo elaborado por Espino se derivan seis valiosas lecciones, de cuya aplicación al caso de México es posible esperar resultados positivos. Como los tenidos hasta ahora en Israel. Aquí se hace una breve reseña de dicho artículo, que en modo alguno pretende sustituir su lectura, que por supuesto se recomienda ampliamente.
Para dar contexto al tema, el autor da cuenta al lector que “en 2023, el gobierno de Benjamín Netanyahu presentó un paquete de reformas para limitar el poder del Tribunal Supremo de Israel, para dar al gobierno control en la selección de jueces y blindar al poder ejecutivo de la vigilancia judicial sobre sus decisiones. Como en México —agrega Espino—, se alegaba que el Tribunal tenía una influencia desmedida, que sus integrantes eran elitistas y que sus decisiones iban contra la voluntad del ‘pueblo’”. Más parecidos los casos, imposible.
Frente a tal propuesta oficialista, los más diversos sectores de la sociedad israelí se posicionaron en contra por considerarla un abierto ataque a las instituciones republicanas, y de inmediato se dieron a la tarea de construir una estrategia en la que “la comunicación y el discurso jugaron un papel central”. De esta experiencia, que desde luego no se puede transpolar tal cual a México, sí es posible, sin embargo, detectar algunas lecciones valiosas. Son seis.
La primera, que en Israel “el movimiento tuvo un mensaje claro y unificado. Mientras que en México cada crítico y opositor a la reforma judicial tenía sus propios argumentos y mensajes”. En notorio contraste, en Israel los opositores tuvieron la habilidad de enmarcar el problema como un asalto a la democracia. “Al grito de ‘¡Democracia!’, académicos de izquierda, empresarios centristas, trabajadores conservadores y ciudadanos sin partido se unieron por encima de sus diferencias”. Pudiendo haber ocurrido lo mismo en México, lamentablemente ello no fue posible. De hecho, ni siquiera se intentó. Pero desde ahora se debe trabajar en tal dirección, con vistas al 2027.
Segunda lección: en Israel los opositores tomaron exitosamente la calle. Acá había precedentes cercanos que hacían suponer que bien se pudo haber ganado también. Prevaleció, sin embargo, el pasmo, la inacción, el marasmo. Nada organizado se intentó.
Una tercera lección por aprender es “el uso masivo y (bien) coordinado de (las) redes sociales”, como sucedió en Israel, en lugar del uso disperso y poco efectivo de opiniones aisladas con mensajes pésimamente elaborados, que terminaron siendo poco atractivos, confusos y de nulo impacto. Este tip no se puede pasar por alto.
Una cuarta lección consiste en llevar a cabo una “movilización visual y simbólica”, como tuvieron el acierto de lograrlo en Israel los opositores a la reforma judicial, al “apropiarse de la bandera nacional como emblema central de las protestas, para demostrar que la lucha es por defender valores compartidos, no una agenda partidista”. Algo similar ha de encontrarse acá, para lograr tal “movilización visual simbólica”.
Como quinta lección está el papel coordinado e intensamente activo que deben —debieron— jugar, como sucedió en Israel, los sectores académicos, empresarial, el gremio jurídico y otros grupos, que bien coordinados en sus acciones tuvieron allá enorme impacto (como el paro de labores, por ejemplo, del poderoso sector tecnológico), y que aquí también pudo haberse articulado, pero lamentablemente se expresaron esos sectores y grupos de manera aislada, suelta y sin coordinación.
Y como sexta lección: la presión internacional. Los opositores israelíes la supieron capitalizar muy bien al “ofrecer una narrativa unificada y atractiva a los medios extranjeros”. Sin duda, estos se interesaron en el caso de México (tal vez incluso más que en el de Israel), pero obviamente faltó una conducción bien organizada, para que rindiera frutos. En fin, estimado lector, lo mejor es que acuda directamente al artículo de Luis Antonio Espino. Vale.