Juan Antonio Garcia Villa

‘Tres centavos por cabeza, más un vaso de pulque’

Ha transcurrido más de un siglo y medio y en este punto de los vergonzosos acarreos, las cosas continúan igual. La única diferencia es la que existe entre el pulque y el Frutsi.

A lo largo de su historia, la Ciudad de México, capital del país y centro político, cultural y financiero de la nación, ha sido testigo de no pocas multitudinarias manifestaciones populares de carácter cívico. Excluidas las de corte religioso, en términos generales las ha habido de dos tipos.

En ambos casos han sido para expresar apoyo a una cierta causa o de respaldo a determinado personaje, o bien con los dos propósitos a la vez. La diferencia entre uno y otro tipo de manifestaciones ha consistido en que mientras unas se han caracterizado por haber sido inducidas, artificiosas, con alguna dosis de simulación, las otras, en notorio contraste, son básicamente genuinas y espontáneas.

Para decirlo rápido, se puede afirmar que unas se han organizado utilizando el humillante acarreo de personas, obviamente pagado, y las otras han prescindido de esa infamante práctica. Así de sencillo.

La primera gran manifestación auténticamente popular fue la que tuvo lugar el 27 de septiembre de 1821, con motivo de la entrada a la Ciudad de México de Agustín de Iturbide al frente del Ejército trigarante. Las crónicas de la época informan que se trató de una desbordante manifestación popular, espontánea y entusiasta, mediante lo cual la gente expresó su apoyo a la consecución de la independencia nacional.

Otra manifestación similar fue la registrada el 7 de junio de 1911, cuando a las tres de la tarde de ese día Francisco I. Madero entró triunfante a la Ciudad de México en medio de desbordante y auténtico apoyo popular, porque la gente creyó que significaba el derrumbe del porfiriato y la victoria de la Revolución. Por cierto, y para más señas, en la madrugada de ese día, que fue miércoles, como a las cuatro y media de la mañana la ciudad “fue sacudida por un terrible temblor”. Once horas después del sismo, el pueblo recibía emocionado a Madero.

Es probable que a lo largo de más de dos siglos haya habido otras grandes manifestaciones genuinamente populares.

El historiador Luis González señala que luego de la huida del presidente de la República Sebastián Lerdo de Tejada, lo que marcó el triunfo del Plan de Tuxtepec, la tarde del 23 de noviembre de 1876 Porfirio Díaz “entraba a la capital de la República que lo recibió con el júbilo acostumbrado para los vencedores” (Historia General de México, Colmex, p. 654).

Es decir, que las constantes rebeliones, asonadas, motines y demás, en que fue tan pródigo el primer medio siglo de vida independiente del país, vinieron a establecer la acartonada costumbre de recibir en la ciudad “con júbilo a los vencedores”.

¿A qué viene lo anterior? A que el presidente López Obrador se propone mañana sábado 18 de marzo, con motivo del aniversario de la expropiación petrolera, demostrar mayor fuerza que la exhibida el pasado 26 de febrero por los cientos de miles de ciudadanos que libremente nos congregamos en el Zócalo y en más de noventa ciudades del país, para exigir respeto al INE.

Igual a como ocurrió el 27 de noviembre de 2022, cuando López Obrador pretendió superar a la multitudinaria marcha ciudadana del domingo 13 de noviembre, el oficialismo otra vez acudirá a las presiones, a las amenazas, al indigno acarreo de ciudadanos y a la dádiva humillante. Todo lo cual en esa ocasión fue denunciado por numerosos y valientes testimonios y denuncias, a través de audios, videos, declaraciones y documentos.

¿Cuándo empezó en México el acarreo de gente? No lo sabemos con certeza, pero vale la pena consignar como el antecedente quizá más remoto el que Fernando del Paso menciona en su novela histórica “Noticias del Imperio”.

Escribe Del Paso que durante la intervención francesa, luego de la caída de Puebla, el general francés Elías Forey hizo su entrada triunfal a la capital, habiéndosele entregado las llaves de la ciudad en la garita de San Lázaro y fue “recibido por arcos triunfales y una lluvia de flores tan tupida que algunos caballos se encabritaron, asustados…”

Y agrega: “El recibimiento le costó a las propias tropas francesas más de noventa mil francos, la mayor parte, al parecer, en el acarreo de campesinos; el capitán Loizillon, en carta dirigida a su madrina, le contó que (Juan N.) Almonte había alquilado a los campesinos, a razón de tres centavos por cabeza, más un vaso de pulque” (hoy se dice Frutsi), para simular con acarreados apoyo popular al invasor francés.

Como se ve, ha transcurrido más de un siglo y medio y en este punto de los vergonzosos acarreos, las cosas continúan igual. La única diferencia que se observa es la que existe entre el pulque y el Frutsi.

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