Les comentaba hace una semana, a propósito de la Convención Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos, la forma en la que los organizadores del evento entendieron a la perfección los retos planteados por la pandemia. Lograron hacerlo dinámico y convirtieron lo que solía ser un ejercicio aburrido, en buena televisión.
Sospechaba que los republicanos no podrían hacerlo con tanta efectividad, y no me equivoqué, por lo menos hasta los primeros dos días. Hablando en términos estrictamente de televisión atractiva, el dominio que ejerció Donald Trump sobre la producción y el contenido del evento, no permitieron la flexibilidad necesaria para atraer audiencia. Están por verse los números de rating de las convenciones, pero por lo menos el primer día, los republicanos fueron vistos por 15.8 millones de televidentes, contra 18.7 de los demócratas.
La avasalladora presencia de Trump recuerda los tiempos de don Raúl Velasco en Siempre en Domingo, donde no había segmento en el que no apareciera el conductor. Lo vimos el primer día, y aún más, el segundo. Hubo un segmento en el que Trump, generosamente, entrega certificados de nacionalidad a migrantes naturalizados, en la creencia de que nadie recordará su política y retórica venenosamente antiinmigrante. Lo que hacen algunos políticos.
En otro segmento, otorgó un perdón presidencial a Jon Ponder, quien cumplió una condena de cinco años por asaltar un banco, y que al salir, fundó una empresa dedicada a encontrar empleo para quienes salen de prisión. El perdón no es lo criticable, sino el escenario.
Y es que, por primera vez en la historia de Estados Unidos, un presidente usa abiertamente la Casa Blanca, la casa del pueblo, con fines electorales. George W. Bush, hijo, no permitía siquiera que trabajadores de su campaña pisaran la Casa Blanca, con excepción de la zona residencial. Todos vimos al presidente Jed Bartlett (Martin Sheen) de la serie de televisión 'West Wing', irse a la residencia para hacer llamadas partidarias. Es tan ofensivo como un presidente que se mudó a Palacio Nacional para sentirse emperador. Pero estos son nuestros tiempos.
Uso electoral
El uso electoral de la Casa Blanca es sólo una parte. En el segundo día, el secretario de Estado, Mike Pompeo, habló a la convención desde Jerusalén. Más allá de las enormes falsedades que expresó para justificar una muy errática política exterior de Trump, Pompeo tiene prohibido no sólo intervenir, sino siquiera asistir a una convención política. En el reglamento interno del Departamento de Estado se especifica claramente que "ningún funcionario que haya recibido confirmación del Senado podrá participar en eventos ni campañas electorales".
Es claro que Trump está preocupado. Sus números, especialmente entre mujeres de los suburbios, un segmento que ganó en 2016, andan por los suelos. Ahora, Trump está soltando una ofensiva femenil tratando de revertir esa tendencia. La primera noche habló Nikki Haley, la exembajadora ante Naciones Unidas. El martes, habló Melania, la esposa del presidente. Por fin, apareció un gesto de empatía de la administración, al ofrecer apoyo a quienes han perdido a seres queridos por la pandemia.
Pero la pandemia sigue siendo el flanco más débil de Trump. Y su estrategia es negarlo todo. Larry Kudlow, uno de sus asesores económicos, habló de los efectos de la pandemia en pretérito, como si ya hubiera pasado. Otros, como la propia Haley, hablan de Trump como el salvador de la nación, cuando ya anda en los 180 mil muertos. Trump, López Obrador y López-Gatell tratan de acomodar sus respectivas realidades para tratar de salvar la cara, pero las cifras, la condenada realidad, los sepulta.
Jamás había pasado, pero en los cuatro días de Convención Republicana, hubo uno o más oradores con el apellido Trump. Otro que quiere restablecer la monarquía.