Jesus Ortega

El proyecto destructivo de López Obrador o cómo continuar la restauración del viejo régimen

No es posible afirmar que López Obrador está afectado a los grupos de poder económico cuando los tiene como parte de su grupo asesor en materia económica.

La doctora Blanca Heredia (politóloga, especialista en educación, profesora de la Universidad de Georgetown, de la Universidad de Jerusalén, del CIDE y del ITAM) ha publicado un texto en El Financiero que lleva por título "Viaje sin retorno o el sentido posible de la destrucción provocada por la 4T".

El título de su artículo es de sí motivante para hacer abstracción de la rutina y dedicar algún tiempo para leerlo con detenimiento. Ha sido publicado el 17 de julio, y hay que ponerle atención porque la sustancia no se localizará con facilidad en la superficie, se encuentra, por así decirlo, en las profundidades del texto.

La doctora Heredia escribe. "El proyecto de destrucción que estamos viendo no es pura externalidad negativa, sino un proyecto intencional dirigido a romper los nudos que sostienen el privilegio y la exclusión". En este párrafo, la profesora está afirmando que la acción destructora del país en la que se encuentra empeñado el presidente López Obrador, es una acción revolucionaria, con la cual es posible terminar con todo aquello que simbolice al viejo sistema, para que a partir de esa destrucción intencionada se cancele toda posibilidad de que pueda restablecerse lo que propicia la exclusión y los privilegios, para que en su lugar se construya –desde las cenizas que haya dejado esa fase destructiva de la revolución morenista– algo totalmente nuevo, levantado ladrillo por ladrillo.

Esta acción intencionadamente destructiva de López Obrador, según lo plantea la doctora Heredia, no sería en sentido alguno original, pues antes, muchos siglos atrás, ya la han intentado con fines revolucionarios muchos otros líderes y movimientos, y hay que decir que, sin excepción, todos han fracasado en sus propósitos.

Por ejemplo, los revolucionarios franceses al final del siglo XVIII decidieron terminar con el régimen monárquico y feudal, y hay que decir que en ello avanzaron de manera significativa. Hicieron una Constitución liberal y entregaron a Francia y al mundo la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que aún hoy asombra por su progresismo.

Sin embargo, no todo fue gloria y honor, pues el ala más extremista de los jacobinos, con Robespierre a la cabeza, decidió que la revolución sería incompleta aun cuando eliminando privilegios, abusos, desigualdad, persistieran representaciones, insignias, marcas, símbolos del ancien regime. Todo ello debería ser destruido hasta el piso, y para ello los radicales no dudan en instalar el terror revolucionario, para que todos aquellos que no compartieran los delirios y la moral propia del comité de seguridad pública fueran enviados a la guillotina. El rey, su familia, los nobles, los curas, los compañeros revolucionarios como Dentón, y miles y miles de ciudadanos y ciudadanas, fueron a llevados al cadalso. Así, decía Robespierre, se despejaría cualquier duda acerca de quién mandaba en la revolución.

Pero era tal la locura del cruel puritano y la de sus destructores del tribunal revolucionario, que el propio Robespierre fue conducido a la guillotina. El caos, la ingobernabilidad y la pobreza se agudizaron, y todo ello en apenas algunos años después de 1789, hasta que Napoleón Bonaparte, un joven militar del ejército revolucionario, da un golpe de Estado, se hace del poder, lo concentra de manera absoluta en su persona y... se convierte en emperador.

Se destruyó, ciertamente, la monarquía absolutista del Luis XVI, pero el absolutismo fue restaurado a partir del imperio bonapartista.

Lenin, como se sabe, era un ferviente admirador de la revolución francesa, pero lo era sobre todo de los radicales jacobinos liderados por Robespierre. Su admiración se sostenía en la teoría del materialismo histórico de Carlos Marx, y por lo tanto la revolución francesa debería reflejar la lucha entre las clases, cuyo desenlace debería culminar en la destrucción de la clase de los señores feudales. "Las revoluciones son las locomotoras de la historia", escribía Carlos Marx, y la frase la retoma Lenin en su famoso texto Dos Tácticas de la Socialdemocracia en la Revolución Democrática. En este texto, el líder revolucionario bolchevique reproduce unos párrafos de Carlos Marx respecto a la revolución de 1848 en Francia. "Toda estructura provisional del Estado después de la revolución exige una dictadura y una dictadura enérgica. Nosotros hemos reprochado desde el principio (...) el no haber obrado dictatorialmente, el no haber destruido y eliminado los restos de las viejas instituciones".

La visión determinista del materialismo histórico y la idea de que todo cambio verdadero debe partir de las cenizas de lo que existía, son equivocadas y la historia reciente lo ha evidenciado. Esto es lo que la doctora Heredia no asume y ello queda expuesto en su artículo de El Financiero. AMLO, escribe la columnista, se encuentra "en un proceso de destrucción no sólo como consecuencia no deseada, sino destrucción como propósito deliberado de cancelar la posibilidad de retorno a lo de antes".

Esta visión de Heredia, de la destrucción de todo lo existente como primer paso de toda acción verdaderamente revolucionaria, podría merecer la atención de muchas personas en los principios y mediados del siglo pasado, pero después del derrumbe del socialismo realmente existente, y de que el dilema de reforma o revolución se resolvió por la reforma, la tesis de la doctora Heredia resulta, francamente, un sin sentido y un esfuerzo desmesurado por dotar de razón política a la catástrofe destructiva del gobierno de López Obrador.

Continúa la doctora Heredia: "Hay muchos indicios en un líder político (López Obrador) en destruir algunos de los engranes institucionales y en alterar, de forma perdurable, la correlación de poder entre grupos sociales en los que ha descansado históricamente un orden social centrado en la reproducción de la desigualdad extrema".

¡Bien! La investigadora acierta al reafirmar que hay, históricamente, un orden social y político que ha reproducido la desigualdad extrema en México. ¿Cuál es este? ¿Es, quizás, el del nacionalismo revolucionario, el del desarrollo estabilizador, el del neoliberalismo? Vistos en términos generales y sin hacer la excepción de gobierno alguno en específico, los tres modelos han profundizado la desigualdad y han permitido la salvaje concentración del ingreso en unos cuantos.

Pero supongamos –en el tenor de lo que permanentemente señala el presidente López Obrador– que la investigadora se refiere al periodo que se podría identificar como neoliberal, y de ser ese el caso, cuáles serían, entonces, los indicios para demostrar que López Obrador se encuentra, según dice la profesora Heredia, en plena "destrucción de algunos engranajes institucionales" y de una alteración a la correlación de poder entre grupos sociales en los que ha descansado la reproducción de la desigualdad.

No es posible afirmar que López Obrador está afectado a los grupos de poder económico cuando los tiene como parte de su grupo asesor en materia económica. Ahí están con él, en su oficina, recibiendo contratos, los grandes empresarios mexicanos que acumularon su impresionante riqueza al amparo y la sombra del poder político gubernamental. Están las familias que se enriquecieron en el desarrollo estabilizador; están los que hicieron crecer sus capitales durante el nacionalismo revolucionario del echeverrismo y del lopezportillismo, y desde luego asesoran al Presidente algunos de los que acumularon sus impresionantes fortunas en el neoliberalismo de Salinas, de Zedillo, de Fox y de Calderón. Son sus asesores y me pregunto: ¿en el gobierno de López Obrador se puede encontrar algún signo de rompimiento con el gran capital reproductor de la desigualdad? ¡No existe ninguno!

¿El despido de miles de trabajadores de base del servicio público federal es signo de rompimiento de la correlación de poder entre grupos sociales que han alentado la reproducción de la desigualdad?

Esta tesis de la doctora Heredia es francamente absurda, más si tomamos en cuenta que en el equipo de López Obrador se encuentran algunos de los líderes de los grandes sindicatos nacionales de la industria, que fueron factor clave en el proceso de concentración de capital de la oligarquía económica mexicana. ¿Hay en el gobierno del presidente López Obrador algún síntoma de rompimiento con este factor de poder expoliador? ¡Ninguno! ¡Al contrario, los tiene a su resguardo, literalmente!

¿Los recortes presupuestales en educación, salud, investigación científica, desarrollo tecnológico, difusión y creación de cultura, y cuidado de niñas y niños en primera infancia son, como afirma la doctora Heredia, "signos de rompimiento de la correlación de poder entre grupos sociales que han alentado la reproducción de la desigualdad"? Afirmar esto es una terrible equivocación, ¡por decir lo menos!

En fin, que la pretensión de la doctora Heredia por encontrar una explicación revolucionaria a la sistemática acción del presidente López Obrador por destruir al país, a sus instituciones democráticas, a la economía nacional, es inútil. No hay en sus argumentos elemento alguno para explicar la destrucción como elemento revolucionario.

López Obrador tiene algo del comportamiento de un Robespierre, pero en realidad se alinea más con un Bonaparte. Del autollamado incorruptible tiene sus delirios de grandeza, su egolatría, su terrible puritanismo, su peligrosa religiosidad que le condujo a crear su propia iglesia; de Bonaparte tiene la pretensión de convertirse en emperador.

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