Contracorriente

Hay límites

Los gobiernos no diseñan políticas para poner límites a las actividades industriales que han causado el cambio climático y la desaparición de miles de especies.

¿Qué impide a las sociedades modernas prosperar de forma justa y en armonía con la naturaleza?

No se piense que es por ambición y necedad de empresarios y gobiernos que la economía capitalista haya traspasado límites y provocado inestabilidad ambiental, ni se crea que es por ceguera que los gobiernos no diseñan políticas para poner límites a las actividades industriales que han causado el cambio climático y la desaparición de miles de especies.

Sucede que en la lógica mercantil, la supervivencia de cualquier empresa depende de que sus inversiones eleven su competitividad para asegurar el crecimiento de su participación en los mercados de sus productos; su constante crecimiento y mejoras en eficiencia son condiciones de la rentabilidad del capital invertido.

En ese sentido, el crecimiento constante es cuestión de sobrevivencia empresarial; a esa necesidad corresponde un concepto de progreso que no incluye límites, al que ni la naturaleza, ni la política, ni grupo social alguno debe oponerse.

El acicate del progreso, así entendido, son la competencia y las utilidades empresariales; es, en síntesis, el modelo industrial con el que el capitalismo coronó su evolución desde el mercantilismo del siglo XVI.

Holanda está dispuesta a intentar corregir ese modelo, para lo que presentó recientemente una organización de la economía pensada para que provea los satisfactores materiales que cubren necesidades básicas para el bienestar humano, como comida, agua, sanidad, energía, en un contexto que exalta como valores la igualdad y la representatividad política, pero en equilibrio con los límites planetarios que no deben rebasar las actividades industriales.

El modelo holandés parte de la premisa de que la organización de la sociedad capitalista para transformar recursos naturales en satisfactores ha rebasado los límites del planeta y desde esa perspectiva, sustituye el objetivo del crecimiento económico infinito por el de prosperar como sociedad de forma justa y en armonía con el planeta.

El mayor mérito del modelo no es la garantía de su viabilidad, sino que toma en serio la crisis ecológica, no como una más entre muchas otras crisis, sino como la cuestión política, económica, social y cultural más importante de la actualidad por estar relacionada con la supervivencia, en cuya solución ya no hay más tiempo que perder.

Nada de lo que se ha propuesto conforme a la racional de la competitividad de la economía de mercado ha logrado ni siquiera mitigar los efectos de la contaminación y del calentamiento global. El modelo holandés es un ejercicio diferente -entre otros que habría que idear- para abordar la emergencia climática y ecológica que vivimos. En ese sentido es un ejemplo a seguir.

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