Ya llevamos muchos años de bajo crecimiento económico en México. Y a ellos se les acumulan los últimos seis que han sido de total estancamiento: el PIB por habitante no ha aumentado, no hay más bienes y servicios por persona que lo que había hace seis años. De ese tamaño es la pérdida de bienestar.
Estancamiento económico no es una abstracción. Es quedarse en el mismo sitio a pesar de los esfuerzos que desplegamos, es correr y correr para no avanzar. O, dicho de otra manera, es trabajar y trabajar, sin descanso, para quedarnos igual que como estábamos. El PIB no es una entelequia, es el mejor indicador que se ha desarrollado para expresar el nivel de satisfacción y bienestar en una sociedad… es imperfecto, no refleja ni el estado de la distribución de esos bienes, ni de la salud, ni de los niveles educativos, pero resume mejor que ninguna otra medida qué tan bien está una población en lo material. De modo que si la disponibilidad de bienes y de servicios, o lo que se le paga al trabajo y al capital, se queda igual por años, es ciertamente frustrante, desolador y genera fatiga social.
A mis alumnos les explico esta fatiga por la acumulación de bajo crecimiento y crisis económica con una metáfora. Es como aquella situación de una pareja de recién casados que debe vivir con los suegros por falta de medios. No es lo mismo vivir así por unas semanas y hasta meses, que por años y hasta décadas. La acumulación de bajo crecimiento cuenta, y mucho.
Así, las perspectivas de crecimiento para los próximos años reflejan lo que se ha hecho en los años anteriores, de la misma forma que una familia puede saber cómo le va a ir en el futuro dependiendo de lo que ha hecho en el pasado. La falta de inversión privada y pública de los últimos años es un mal presagio. Dejar de ahorrar para solo consumir puede sostenerse por algún tiempo, pero no puede volverse la regla. Si no ahorramos/invertimos, no vamos a generar más producción ni más empleo. El gobierno ha dejado de invertir y lo que ha invertido lo ha hecho en proyectos poco redituables (los ya trillados Dos Bocas, Tren Maya, AIFA, etcétera), ha desperdiciado dinero (cancelación del NAICM, subsidios a Pemex, Mexicana de Aviación y un largo etcétera) y en su lugar ha gastado esencialmente en bienes de consumo. El énfasis ha sido en el consumo y se ha olvidado la inversión.
No solo eso. Las reformas legales y los cambios constitucionales y la destrucción de instituciones han cancelado las condiciones necesarias para la inversión privada, y ya se nos fueron oportunidades como la del nearshoring. La política de ‘abrazos, no balazos’ y el amasiato del gobierno con el crimen organizado, reflejado en la inseguridad, la extorsión y el huachicol, están minando aún más el terreno para la inversión. No es fácil encontrar gente que quiera arriesgar su capital en un ambiente así de volátil e inseguro.
Y, por si fuera poco, llega Trump a la presidencia en Estados Unidos. Más allá de la dificultad que implica enfrentar a alguien como él, para cualquier país, a México nos encuentra muy mal parados. Estamos divididos, con nuestro Estado de derecho y nuestra estructura económica gravemente debilitados, con pocos argumentos para enfrentar sus políticas comerciales y menos aún sus amenazas migratorias. Hemos violado flagrantemente el T-MEC y no hay cómo defenderse. No vendrá una revisión del tratado comercial. En el mejor de los casos habrá una renegociación que tomará en cuenta tanto la nueva política de Trump como el nuevo orden institucional en México. Por ejemplo, el nuevo Poder Judicial que quedará sujeto al Ejecutivo después de la reforma constitucional, o la conversión de Pemex y CFE en compañías paraestatales. Viene una renegociación, pues las condiciones han cambiado rotundamente.
El crecimiento del PIB por habitante entre 1994 y 2018 aumentó anualmente 0.7 por ciento, una cifra baja, pero perceptible. El crecimiento del PIB de 2018 al 2024 fue de apenas 0.1 por ciento en promedio, una cifra extremadamente baja. ¿Qué implicaciones tiene un panorama de letargo económico que continuará en el futuro previsible? ¿Cómo afectará la falta de crecimiento económico a las familias, a los grupos sociales, a las regiones? No es difícil prever que la fatiga social que se acumula día a día trae consigo desánimo en algunos, y frustración y desesperación en otros. El ambiente social se está enrareciendo, y tenderá a empeorar en la medida que déficits evidentes en seguridad, como la violencia en Tabasco y Sinaloa, o faltantes de servicios básicos como atención médica y desabasto de medicinas, o la falta de recursos educativos ejemplificados por las mal llamadas universidades del bienestar, convertirán en tóxico el ambiente social enrarecido que prevalece.
En nuestra historia de los últimos cien años no habíamos vivido temporadas tan largas de estancamiento económico. No hay precedentes que nos puedan indicar cuáles serán las implicaciones sociales y su derivación política. Habrá que ver lo que sucede, pero el panorama luce incierto y complicado.