Dolores Padierna

Más allá de Trump

No es la primera vez que un presidente estadounidense hace de las deportaciones masivas un arma política; que culpa a los inmigrantes de los males causados por quienes gobiernan.

La presencia de mexicanas y mexicanos en Estados Unidos es producto de una migración histórica, masiva y permanente. Aunque varían según la época y las condiciones de ambos países, los flujos migratorios de nuestro país hacia el vecino del norte no han cesado desde principios del siglo XX.

Ese flujo permanente ha dado lugar a un intercambio enriquecedor para ambos países, a numerosas expresiones culturales, políticas y sociales, a vínculos entre millones de personas que son ajenos a las fronteras.

Se calcula que más de 30 millones de estadounidenses son de origen mexicano. Y el número de nacidos en México que viven en el vecino del norte ronda los 12 millones de personas. De ellas, un tercio vive sin documentos.

Esa porción de mexicanas y mexicanos, unos cuatro millones de personas, es la más afectada por la amenaza de deportaciones masivas proferida por el presidente Donald Trump.

Los ataques del presidente norteamericano a los migrantes no tienen ningún sustento en la realidad. Ignora las causas estructurales de la migración, entre otras, los afanes de EU de imponer su control político, económico y militar en los países que su retórica culpa de la migración.

Trump y sus seguidores argumentan, por ejemplo, que los migrantes se roban los empleos de los estadounidenses y no pagan impuestos, que son criminales, violadores y traficantes.

La realidad es que la inmensa mayoría de las mexicanas y mexicanos que viven en EU son personas trabajadoras, que se marcharon a enfrentar muchas veces penosas labores, con el único sueño de mejorar las vidas de sus familias.

Es cierto que las y los migrantes mexicanos envían cada año alrededor de 60 mil millones de dólares en remesas, pero también lo es que generan ingresos anuales por 320 mil millones. Esto es, reinvierten y gastan en EU cuatro veces más de lo que envían a México.

Contra la extendida creencia de que los mexicanos que trabajan en EU solo lo hacen en el campo, la construcción o los servicios de limpieza, debe decirse que unos 20 mil mexicanos con grado de doctorado aportan a la academia estadounidense. En 1990, solo 161 mil mexicanos inmigrantes tenían educación universitaria. Hoy, esa cifra ronda los 2 millones y medio de personas.

Esos datos ilustran la titánica tarea de medir las aportaciones que han hecho las y los migrantes mexicanos, a lo largo de más de un siglo, a la diversidad, la ciencia y la cultura estadounidenses.

Como país con una fuerte emigración, causada generalmente por razones económicas, estamos obligados a comprender y apoyar a los migrantes de otras naciones que cruzan nuestro territorio con destino al norte, o bien que deciden quedarse entre nosotros, para aportar y formar parte de la gran nación que somos.

Estados Unidos es también un país de migrantes: 51.5 millones de migrantes vivían ahí en 2023, el equivalente a 15.6 por ciento de su población. De ese total, 10.5 millones eran personas sin documentos (uno de cada cinco migrantes).

En el vecino país, el ingreso promedio de un migrante mexicano es de 25 mil 570 dólares anuales (2023) por sueldos y salarios.

No es, por desgracia, la primera vez que un presidente estadounidense hace de las deportaciones masivas un arma política que culpa a los inmigrantes de los males causados por una clase política al servicio del conglomerado financiero-militar que verdaderamente manda.

En su mandato anterior, ciertamente, Trump deportó a 299 mil personas, pero el récord en la materia lo sigue teniendo Barack Obama, quien en su primer periodo ordenó la deportación de 392 mil personas (razón por la cual las comunidades migrantes lo siguen llamando ‘deportador en jefe’).

Organismos internacionales calculan que en 2024 había alrededor de 280 millones de personas en situación de movilidad. Como resulta evidente, la migración es un fenómeno mundial que en las últimas décadas ha crecido como consecuencia de las guerras, la precariedad económica y los efectos del cambio climático.

México ha insistido en que una migración segura y respetuosa de los derechos humanos es posible, al mismo tiempo que ha llamado a desplegar esfuerzos conjuntos —de naciones expulsoras y receptoras— para ir a las causas profundas que llevan a las personas a dejar su tierra.

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