El sector de Sociedades Financieras Populares (Sofipos) en México enfrenta un escenario peculiar hacia 2026: después de que a mediados de este año superó el techo del 10% en materia de morosidad (el más alto en casi tres años) se debe mirar con mayor profundidad las condiciones en las que se conceden los créditos y las circunstancias alrededor de quienes los solicitan. Y en un contexto como este, se suele cometer un error común: se espera que más morosidad implica más riesgo, lo que exige endurecer procesos, automatizar recordatorios y afinar los algoritmos de cobranza. Pero esa respuesta, aunque eficiente en el corto plazo, ignora una pregunta más de fondo: ¿por qué no pueden pagar las personas? La morosidad no siempre habla de incumplimiento voluntario. La Encuesta Nacional Sobre Salud Financiera (Ensafi) revela que el 30.5% de los adultos no tiene dinero suficiente para cubrir sus gastos sin endeudarse. Un ingreso que llega con retraso, una emergencia médica, la pérdida temporal de conectividad o el cierre de una fuente informal de empleo causan impago, aunque no haya intención.
Más acceso, sí. Pero también más acompañamiento
Durante los últimos años, los encargados de democratizar el acceso al crédito para millones de usuarios subatendidos por el sistema tradicional han sido las Fintech y las Sofipos. La Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF) señala que apenas el 27.5% de los adultos mexicanos cuentan con acceso al crédito formal. Sin embargo, considero que facilitar el acceso no es suficiente. Ampliar la base de usuarios debe ir acompañado de una transformación en la forma en que entendemos sus necesidades, capacidades y contextos. Sobre todo contemplando que 1 de cada 3 adultos sigue sin acceso a herramientas para enfrentar un gasto imprevisto, y más del 45% reporta que nunca le sobra dinero al final del mes. Entonces, el crédito puede ser una herramienta de bienestar, pero también un factor de exclusión si no se adapta a la realidad del usuario. Por ejemplo, más de la mitad de los trabajadores de México lo hacen en el sector informal, sin seguridad ni protección social. Evaluar su capacidad de pago desde parámetros tradicionales —como el comprobante de nómina o el historial en buró de crédito— no sólo es inexacto, sino que no reconoce el contexto del usuario ni la raíz del desafío. Por eso un factor clave es la “personalización”, un concepto que suele asociarse con tecnología avanzada, modelos predictivos o experiencias de usuario premium; en el contexto mexicano, donde millones de personas aún están fuera del sistema
financiero tradicional, personalizar significa facilitar el acceso con productos simples, requisitos mínimos y préstamos colaterales accesibles que reduzcan el riesgo sin excluir. Además, uno de los enfoques más efectivos para diseñar crédito incluyente ha sido el uso de garantías no tradicionales —como el mismo dispositivo móvil— que permiten extender financiamiento a personas sin historial crediticio ni comprobantes de ingreso. De hecho, un estudio de PayJoy con Harvard Business School destaca la relevancia de los préstamos colateralizados como puerta de entrada a la inclusión financiera a más de 13 millones de usuarios en mercados emergentes, al reducir la necesidad de perfiles tradicionales y brindar certidumbre tanto al prestamista como al usuario.
Sumado a lo anterior, el laboratorio de innovación IPA enfatiza que los productos de crédito mejor diseñados para sectores vulnerables —como mujeres en economías informales— son los que operan bajo un esquema empático; es decir, aquellos que se ajustan a los flujos de ingreso, reducen fricciones de entrada y permiten aprendizaje progresivo en el uso del crédito. De lo contrario, con productos tradicionales, apenas el 21% tienen acceso al crédito. Queda un gran trabajo por delante en inclusión crediticia en nuestra región. Si bien hemos encontrado modelos que están empujando la distribución digital a escala, los modelos de aprobación y de cobranza siguen en estado naciente. Con una oportunidad tan masiva de atender a una población típicamente excluida, surge una premisa crítica: la personalización radical al servicio de quienes más lo necesitan.
