La COP30, celebrada en Belém (Brasil) del 10 al 21 de noviembre, concluyó con avances modestos, pero suficientes para demostrar que la cooperación internacional en materia climática sigue viva. Entre los acuerdos más relevantes está el compromiso de triplicar en 2035 la financiación destinada a adaptación al cambio climático, así como la adopción de un paquete de 59 indicadores globales para medir progreso en adaptación. Además, se abrió un espacio formalizado para discutir la relación entre cambio climático y comercio, un reconocimiento de que la transición energética debe ir acompañada de una economía verde integrada.
Sin embargo, la COP30 también evidenció sus límites: el acuerdo final omitió cualquier mención clara a un calendario para eliminar los combustibles fósiles, lo que muchos analistas definieron como una señal débil frente a la urgencia climática. En ese sentido, el balance global de la conferencia fue considerado por diversos actores como insuficiente para cumplir con el límite de 1.5 °C de calentamiento, cuyas consecuencias ya enfrentamos.
La conferencia dejó claro que, mientras persistan las ambigüedades en torno a la reducción progresiva de combustibles fósiles, serán los países quienes, de forma individual, tengan que acelerar su ambición climática. La responsabilidad recae ahora sobre los gobiernos nacionales para traducir los compromisos multilaterales en políticas públicas vinculantes y en una planificación energética robusta.
Para México, estos resultados no pueden ser una excusa, sino un llamado de alerta. Con un potencial eólico terrestre de más de 50 GW y la experiencia de haber desarrollado y puesto en operación más de 7,800 MW de capacidad eólica instalada, una inversión acumulada de 13,800 millones de dólares y miles de empleos directos generados, el país cuenta con una base concreta para dar un paso adelante. Alcanzar las metas de clima exige decisiones firmes: certidumbre regulatoria, una red de transmisión robusta y una planeación vinculante que active todo ese potencial.
La energía eólica representa hoy una de las herramientas más viables, limpias y escalables para avanzar hacia un sistema energético descarbonizado. No sólo por su capacidad técnica, sino por su capacidad social: proyectos que generan empleo, desarrollo regional y revitalización de cadenas productivas.
La COP30 mostró que el mundo sigue en deuda con su futuro. México no puede quedarse atrás. Desde AMDEE reafirmamos nuestro compromiso de contribuir con soluciones concretas, con visión y con responsabilidad. El viento ya sopla con fuerza: aprovecharlo depende de nuestra decisión.
