Colaborador Invitado

La competencia entre las grandes potencias y el surgimiento de nuevas esferas de influencia

El mundo se encuentra en un estado de flujo intenso, donde las instituciones surgidas de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial se derrumban.

Una esfera de influencia es una región donde una potencia ejerce un dominio con la exclusión de otras potencias. Las esferas de influencia pueden ejercerse mediante acuerdos o por el uso de la fuerza. La rivalidad por una zona conduce a tensiones diplomáticas y eventualmente a conflictos armados, como durante la Guerra Fría o la invasión de Rusia a Ucrania.

Bajo la Doctrina Monroe del Siglo 19, Estados Unidos (EU) definió su esfera de influencia sobre el continente americano, advirtiendo a las potencias europeas contra una incursión. Gran Bretaña y Estados Unidos crearon zonas de influencia en China en el Siglo 19. Durante la guerra fría, el orden global se definió por la competencia entre EU y la Unión Soviética, cada uno dominando sus respectivas esferas de influencia.

Tras la Guerra Fría el concepto de zonas de influencia perdió relevancia por la posición hegemónica de EU, pero con la emergencia de China y Rusia resurgió un mundo multipolar dando lugar a nuevas esferas de influencia particularmente en el Pacífico Occidental y en Europa del Este.

Stacie Goddard en un reciente artículo ("The rise and fall of great power competition”, Foreign Affairs) analiza el cambio en la política exterior estadounidense, de la competencia entre grandes potencias hacia una colusión entre las mismas bajo el segundo mandato del presidente Trump.

Según Goddard, se trata de un mundo gestionado por individuos fuertes como Trump, Xi y Putin, que imponen acuerdos otrora contrarios a los intereses de EU. Trump apoya el fin de la guerra en Ucrania, permitiendo que Rusia se apropie de vastas extensiones humillando a los ucranianos. Las relaciones internacionales se vuelven un sistema compartido en el que Rusia, EU y China coexisten sin interferir abiertamente en los intereses del otro.

Para Michael Burleigh (“The scars of partition“, Project Syndicate), Donald Trump está dispuesto a firmar la partición forzosa de Ucrania, independientemente de la voluntad del pueblo ucraniano. El plan de paz de 28 puntos de Trump para Ucrania adopta la lógica de las esferas de influencia del presidente ruso Vladimir Putin como si fuera un derecho divino. Trump está exigiendo a Ucrania ceder toda la región del Donbás a Rusia, vinculando esta demanda a sus intereses de ampliar el acceso de EU a los minerales raros de la región. Rusia busca explotar la frivolidad de Trump para alcanzar sus objetivos, mientras Europa se enfrenta a un depredador que evoca catástrofes pasadas.

El proceso de decisión sobre el futuro de Ucrania, pero sin Ucrania, se compara con la Conferencia de Yalta de 1945 que precedió a la división de Europa durante la Guerra Fría. Trump parece querer centrarse en el hemisferio occidental buscando adquirir Groenlandia, controlando a Canadá, Panamá, Venezuela y posiblemente a Cuba y México, interfiriendo en los asuntos internos de los países latinoamericanos como Brasil, Argentina y Honduras, a la vez que se retira de otras regiones del mundo.

China ha mostrado fortaleza al dominar la producción de minerales raros indispensables para industrias clave como la electrónica y la automotriz. Trump reculó frente a Xi en el último episodio de su disputa comercial, a la vez que busca un arreglo que posiblemente implique negociar zonas de influencia con el abandono de Taiwán y del Mar del Sur de China. En un escenario no remoto, EU podría evitar tomar acciones en defensa de Filipinas, reconociendo al menos tácitamente que el mar meridional es un dominio de China. Asia Central es una zona de rivalidad entre Rusia y China en la que, si Rusia no logra llegar a un acuerdo con EU sobre Ucrania, su dependencia de China crecerá.

El mundo se encuentra en un estado de flujo intenso, donde las instituciones surgidas de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial se derrumban.

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