En todo el mundo, los sistemas educativos enfrentan un nuevo reto: enseñar sostenibilidad no solo en el aula, sino también en el entorno. La educación ambiental moderna ya no puede limitarse a los libros de texto o las campañas esporádicas; debe vivirse en las condiciones cotidianas de las escuelas, con acceso garantizado al agua, espacios dignos y entornos que favorezcan el aprendizaje responsable.
En ese sentido, el agua es mucho más que un recurso: es una herramienta pedagógica. Su disponibilidad —o su ausencia— impacta directamente la calidad educativa. Por eso, la UNESCO ha impulsado el concepto de “Escuelas sostenibles”, donde se integran contenidos ambientales con prácticas reales de gestión del agua, energía y residuos, formando generaciones conscientes de su impacto en el planeta.
Pero esta transformación educativa no puede hacerse sin la intervención de los gobiernos locales. Las autoridades municipales, los organismos operadores y las comunidades escolares deben actuar como aliados estratégicos. La sostenibilidad necesita tuberías, drenajes, bebederos, pero también visión y compromiso.
En Morelia, esta visión se está convirtiendo en realidad. A través del Organismo Operador de Agua Potable, Alcantarillado y Saneamiento (OOAPAS), se realizó recientemente el tendido de 516 metros de línea de conducción para reactivar el pozo CONALEP, con el objetivo de restablecer el suministro de agua potable en la zona educativa de Ciudad Industrial. Gracias a esta obra, más de cinco mil estudiantes en cinco planteles educativos cuentan nuevamente con acceso a agua limpia y constante.
La relevancia de este proyecto va más allá de lo técnico. Al garantizar agua en las escuelas, se están creando condiciones para que la educación ambiental cobre vida: baños funcionales, bebederos activos, áreas limpias y saludables. Cada gota que llega al aula es una oportunidad para enseñar respeto, cuidado y corresponsabilidad con el recurso hídrico.
Esta acción es ejemplo de cómo la sostenibilidad se construye desde lo local y se vive desde las escuelas. Porque el cambio climático no se combate sólo con conferencias internacionales; también se enfrenta con decisiones como esta: asegurar agua donde se forman las futuras generaciones.
En países como España, Japón o Colombia, se han desarrollado programas de “escuelas azules” y “aulas verdes”, donde la infraestructura hídrica se convierte en parte del modelo pedagógico. Cisternas visibles, sistemas de captación de lluvia, pozos educativos y medición del consumo son parte del mobiliario escolar, pero también del currículo.
Por eso es fundamental reconocer el valor de obras en zonas de escuelas. Porque no se trata solo de una tubería o un pozo reactivado, sino de una lección en acción sobre el derecho al agua, la equidad educativa y la resiliencia ante el futuro.
Cuidar el agua en las escuelas no es un gasto, es una inversión en educación, salud y ciudadanía. Y en cada gota que llega al aula, se escribe una nueva página de futuro sostenible.