Colaborador Invitado

El costo de Pemex y CFE: menos innovación, menos futuro

Si las convertimos en plataformas, abriendo donde conviene, fortaleciendo la red y midiendo por resultados, México dejará de hablar del futuro y empezará a cobrarlo.

México se vende como la casa del nearshoring y de los centros de datos. Buen pitch. Pero sin electricidad confiable, barata y cada vez más limpia, la economía digital no arranca. Un campus serio de centro de datos necesita mucha energía estable, casi sin cortes, precio predecible y posibilidad de rastrear que una parte creciente proviene de fuentes limpias. Eso lo piden los clientes globales. Hoy, Pemex y CFE funcionan más como anclas de 30 toneladas que como trampolines. No por malicia, sino por diseño: se les premia por control y narrativa, no por precio, servicio ni por su capacidad real de habilitar industrias.

Pemex sigue capturando tiempo político y presupuesto para tapar el ayer. Entre rescates, deudas con proveedores y proyectos que se comen el capital antes de dar resultados, cada peso público amarrado a la refinación del siglo pasado es un peso menos para líneas de transmisión, subestaciones, respaldo con baterías y modernización de la red. A eso hay que sumarle el peso fiscal: una deuda que ronda los cien mil millones de dólares, cuentas por pagar que tampoco son pequeñas y un pasivo laboral enorme. Luz Elena González, al frente de la Secretaría de Energía, y la presidente Claudia Sheinbaum Pardo, insisten en llamar a esto “soberanía”, pero ese discurso no lo vuelve rentable; solo hace más cara la luz del mañana.

Del lado eléctrico pasa lo mismo con otro nombre. Congelar la competencia y sostener tarifas con subsidios generalizados suena popular, pero se paga caro: la demanda se abarata justo en horas pico, se pospone la inversión donde duele y se desincentiva el ahorro y la innovación. La cuenta llega igual: en impuestos, en apagones o en incertidumbre regulatoria que espanta inversión. En la economía de los datos, el primer compromiso de servicio no es el de la nube: es el de la subestación que te alimenta.

¿Qué piden los proyectos que México dice querer? Lo normal, voltaje estable, nuevas conexiones en meses y no en años, contratos de energía a largo plazo con precio claro y una ruta creíble para bajar la huella de carbono. Nada exótico. Otros países lo lograron con reglas sencillas, más líneas, baterías en la red para respaldar renovables y, sobre todo, una competencia real para que gane quien ofrezca mejor precio y mejor servicio.

Y Pemex no es solo un tema operativo; es un ancla macro. Mientras se sostienen controles y estímulos a combustibles, el presupuesto se adelgaza y la petrolera absorbe costos logísticos y financieros. Políticamente suena bien; económicamente amarra el dinero que debería ir a la infraestructura del siglo XXI. Dos Bocas es el símbolo: más de veinte mil millones de dólares que pudieron financiar transmisión, mantenimiento de ductos, digitalización y respaldo eléctrico.

También somos cada vez más dependientes del gas importado. Y esto no es un pecado, pero si un gran riesgo. Si “gas para todo” convive con poca capacidad de respaldo y sin mecanismos para aplanar picos de consumo, como bien los sabemos, un frente frío en Texas puede convertirse en problemas operativos en México. Diversificar fuentes y fortalecer la red no es más ideología; es seguro contra apagones y mejora el precio para la industria que produce y exporta.

Aquí entra lo que a muchos incomoda: el Estado debe ser árbitro, no jugador. El objetivo no es que CFE venda más por decreto ni que Pemex refine más a cualquier costo, sino que la economía pague menos por una energía más confiable. ¿Pueden CFE y Pemex ser parte de la solución? Sí, si se les mide por costos reales, continuidad, pérdidas técnicas, tiempos de conexión y por cuánta inversión nueva detonan. Si no llegan, que entre quien sí pueda, con reglas claras, transparencia y competencia por precio y calidad. El monopolio como fin en sí mismo solo garantiza el eterno estancamiento.

¿Qué cambia la ecuación sin discursos bananeros? Subastas de largo plazo que devuelvan competencia por precio, un calendario público de transmisión con ejecución verificable, ventanilla única para nuevas conexiones con plazo exigible, subsidios focalizados por ingreso y clima en lugar de por consumo, respaldo con baterías reconocido como infraestructura estratégica y transparencia radical: costos, pérdidas, disponibilidad, huella de carbono y tiempos de conexión públicos y comparables. Eso baja riesgo, baja el costo del financiamiento y sube la inversión donde importa.

La economía tecnológica no necesita focas aplaudidoras: necesita electricidad predecible y cuentas claras. Manufactura avanzada, logística en tiempo real, inteligencia artificial aplicada, ciberseguridad de escala: todo vive o muere con la calidad de la red y la disciplina del presupuesto. Si Pemex y CFE siguen como escudos ideológicos, la tecnología será promesa. Si las convertimos en plataformas, abriendo donde conviene, fortaleciendo la red y midiendo por resultados, México dejará de hablar del futuro y empezará a cobrarlo.

Norberto Maldonado

Norberto Maldonado

Experto en tecnología y ciberseguridad

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