En días pasados, la Ciudad de México fue víctima de un asesinato más de alto impacto. Se trata de David Cohen Sacal, a quien la mayoría de los medios de comunicación identifica como abogado. Y sí, uno brillante, de los mejores.
Pero David no solamente era eso. Fue también, en palabras de su esposa, un padre extraordinariamente presente, amoroso, un esposo intachable, protector, un hijo amado de sus padres, un amigo insustituible, un caballero.
A ese hombre de bien, es a quien un joven de presuntamente 17 años le arrebató la vida en un acto atroz, paradójicamente sobre las escaleras de acceso al Tribunal Superior de Justicia en la capital del país, poniendo un freno no solo a la vida de David, sino también a su propia vida.
Una decisión terrible e injustificable le arrebató a su familia el abrazo de su ser querido para siempre; pienso en sus hijos y su esposa, que deberán seguir adelante sin él, sin su amor y su sustento, y esto es desgarrador.
Pienso así mismo desde aquella tarde y sin encontrar respuesta en la motivación que pudo llevar a los autores intelectuales y materiales de este crimen a imponer violentamente el fin de su vida.
Y aparece también la banalidad que representa el dinero ofrecido a los jóvenes sicarios; no existe cantidad que no resulte banal a cambio de privar de la vida a una persona, acciones injustificables en cualquier circunstancia.
Es también desgarrador pensar en cuántos casos similares existen cada día en nuestro país. Un dato demoledor es comparar el número de muertos y desaparecidos en México con los de las guerras en el mundo, y esta realidad solo obedece a que se ha normalizado la violencia como método; se dejó atrás el diálogo, los recursos legales; hace mucho perdimos la capacidad de asombro ante la violencia.
Hoy México como sociedad debe tomar la valiente decisión de romper definitivamente con este cruel ciclo de sangre; debemos imponer nuestra voluntad, porque sí, es definitivamente un acto de voluntad individual y colectiva, pues no ha existido, ni existe gobierno alguno que pueda frenar este momento de violencia que parece interminable; nadie podrá resolverlo sin la determinación de cada uno de nosotros.
Yo conocí bien a David, un hombre de ideas y convicciones muy claras; compartíamos valores importantes como ser profamilia, como la honestidad, como el anteponer la tranquilidad en nuestras vidas ante cualquier beneficio; en mi conocimiento, ningún delito o acción oscura cometió jamás.
Era David ese amigo que siempre estaba para ti y que al interactuar con él siempre tenía una lección implícita, un aprendizaje; el último que me dejó esta vez es a valorar cada instante de esta vida, a valorar las bendiciones que tenemos, respirar cada momento con propósito y amar intensamente y con una sonrisa a nuestros cercanos.
Escribo estos pensamientos a manera de un mínimo homenaje a su memoria y aprovecho para invitarlas a todas y a todos a que frenemos de una vez y para siempre la violencia como método para vivir o resolver nuestras controversias.
Definitivamente, existe la muy alta responsabilidad de las autoridades para otorgar un Estado de derecho y que de esta manera exista una vía de resolución y desahogo para las diferencias de nuestra sociedad.
Mi más sentido pésame y solidaridad a las esposas, madres, padres, hijas, hijos, abuelos, amigos de cada víctima de la violencia y especial a la familia de mi amigo David; descanse en paz.