En cálculo, el gradiente es el vector que apunta hacia la dirección de mayor crecimiento de una función. Es, en otras palabras, la guía hacia donde se mueve el cambio máximo posible. Tomo prestada esa imagen matemática parapensar en el primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum.Si con Andrés Manuel López Obrador predominó la lógica de la estabilidad en la superficie —con un gasto social creciente y un discurso político centrado en la confrontación—, con Sheinbaum el gradiente apunta hacia un cambio en la manerade entender la economía mexicana: no hacia una ruptura total, sino hacia la construcción decontinuidad con dirección. El arranque de su gobierno, hay que decirlo, no fue sencillo. La Presidenta recibió una herencia compleja: un déficit fiscal históricamente elevado. A ello se sumó un entorno político particularmente difícil. En México, los cambios de gobierno suelen acompañarse de un patrón cíclico de desaceleración económica, fruto de la incertidumbre y del reacomodo en el gasto público. A esto se agregó un factor externo de enorme peso: el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y, con él, la amenaza de una política comercial más agresiva hacia México, con la reinstalación de aranceles como herramienta de presión. Ante ese escenario, el mérito de la Presidenta ha sido orientar el gradiente en una dirección que reafirma los pilares que han dado solidez a la economía mexicana en las últimas décadas. Vale la pena detenerse en esos pilares porque, en momentos de presión, son los que marcan la diferencia entre resiliencia y vulnerabilidad. En primer lugar, el respeto al marco de integración comercial vía el T-MEC. Frente al endurecimiento retórico en Washington y la creciente tentación proteccionista, Sheinbaum ha mantenido una postura clara: el tratado es el ancla de la economía mexicana y no habrá margen para salirse de esa lógica. Esa convicción es particularmente relevante de cara a la revisión de medio término del acuerdo en 2026. En segundo lugar, la autonomía del Banco de México.El banco central ha atravesado años de alta inflación, choques externos y un ciclo restrictivo de tasas de interés que puso a prueba su credibilidad. La Presidenta no solo ha respetado su independencia, sino que ha reforzado el mensaje de que la política monetaria seguirá siendo la primera línea de defensa contra la volatilidad. El tercer pilar es el régimen de libre flotación del peso. En los últimos meses, la moneda mexicana ha mostrado un comportamiento que refleja tanto los diferenciales de tasas como la confianza relativa en los fundamentos del país. La flotación, lejos de ser un riesgo, se ha consolidado como un amortiguador natural frente a choques externos: desde la fortaleza del dólar hasta la incertidumbre geopolítica. Que la Presidenta no haya intentado incidir sobre ese mecanismo y lo vea como parte de la caja de herramientas es un signo de madurez institucional. Por último, el marco de responsabilidad fiscal. Aquí es donde el gradiente de Sheinbaum enfrenta la mayor pendiente. La necesidad de consolidar las finanzas públicas es ineludible: no se puede sostener un déficit elevado sin afectar la confianza de inversionistas y calificadoras. El discurso presidencial ha sido claro en cuanto a que habrá un ajuste gradual y que se buscará proteger el gasto social, pero la ejecución será la verdadera prueba. A estos pilares habría que añadir la postura frente al sector energético, quizá el cambio más notorio en perspectiva con respecto al sexenio anterior. López Obrador hizo del fortalecimiento de Pemex y CFE un emblema, aun a costa de inhibir la inversión privada. Sheinbaum, en contraste, ha mostrado disposición a repensar el modelo: habla de transición energética, de proyectos renovables y de mayor apertura regulatoria. El reto será, sin embargo, la velocidad de implementación. No todo es positivo. La reforma judicial, que instauró la elección popular de jueces, magistrados y ministros, y la más reciente reforma a la Ley de Amparo, que limita su eficacia como instrumento de control constitucional, pesan como una losa sobre la certidumbre jurídica. El gradiente económico puede apuntar hacia la consolidación, pero la erosión de las instituciones genera una fuerzacontraria que mina la confianza del sector productivo. A ello se suma el persistente desafío de la seguridad pública. Para cualquier empresario, desde una Pyme hasta unamultinacional, la incertidumbre en torno a la seguridad es un costo adicional que no aparece en las estadísticas macroeconómicas, pero sí en las decisiones de inversión. El primer año de Sheinbaum puede resumirse en esa metáfora matemática: el gradiente señala una dirección de máximo cambio, una ruta clara hacia dónde mover la economía sin abandonar sus fundamentos.
Colaborador Invitado
El gradiente del primer año
El primer año de Sheinbaum puede resumirse en esa metáfora matemática: el gradiente señala una dirección de máximo cambio, una ruta clara hacia dónde mover la economía sin abandonar sus fundamentos.
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