Hablemos de manufactura automotriz en México, pero sin dejar de lado las últimas declaraciones del secretario de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, quien fue contundente: el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) será renegociado, y esto no se puede tomar como una amenaza vaga: la motivación específica es evitar que los autos vendidos en Estados Unidos de América (EU) se fabriquen fuera de su territorio, es decir, México o Canadá.
En entrevista reciente con CBS News, Lutnick defendió la postura proteccionista de Trump, asegurando que no se trata de frenar el comercio, sino de “hacerlo más justo y recíproco”. Criticó que durante décadas EU mantuvo sus mercados abiertos, mientras otros países, incluidos sus propios socios comerciales, imponían restricciones, y dijo que Trump busca corregir ese desequilibrio. No es una postura nueva, pero esta vez va con todo el respaldo de resultados fiscales positivos. Esta es una estrategia fiscal con dientes, es decir, el uso intensivo de aranceles como mecanismo recaudatorio no ha sido simbólico: según estimaciones de la Oficina del Tesoro de EU a través de Scott Bessent, de mantenerse la política arancelaria actual hacia finales de 2025, el gobierno estadounidense podría recaudar más de 300 mil millones de dólares en ingresos por derechos de importación y medidas compensatorias. Esa cifra representa un cash inflow histórico, uno que muchos dentro del aparato fiscal estadounidense no estarán dispuestos a abandonar fácilmente, sobre todo si muestran resultados electorales y macroeconómicos.
En ese contexto, relocalizar la manufactura automotriz tiene un triple propósito: generar empleos industriales, aumentar la circulación de efectivo en comunidades manufactureras y dinamizar sectores financieros como el de préstamos hipotecarios, créditos al consumo y financiamiento empresarial. La visión es clara: si los autos se fabrican en EU, se generará una derrama económica directa, incluso si el precio del auto al consumidor final se eleva. En palabras simples, lo caro se suaviza con pagos chiquitos a plazos largos, una práctica comercial estándar en el mercado automotriz estadounidense.
México, aún, siendo un socio estratégico, no puede darse el lujo de sucumbir a una amenaza comercial, ya que, desde el lado mexicano, el T-MEC no se ve como una competencia comercial nada más, sino más bien como una sinergia productiva. México ha demostrado ser un pilar en la cadena de valor norteamericana, especialmente en sectores donde la integración industrial no compite, sino complementa.
México exportó más de 109 mil millones de dólares en vehículos automotores y autopartes a EU en 2023. Por su parte, y de acuerdo con datos del U.S. International Trade Commission, el 75% del contenido automotriz exportado desde México incluye insumos o tecnología estadounidense y al menos 1 de cada 5 empleos automotrices en el medio oeste de EU depende indirectamente de procesos de ensamblaje o autopartes producidas en México.
Esto no es subcontratación hostil. Es regionalización eficiente. En la lógica productiva del T-MEC, quitar a México de la ecuación sería pegarle al propio corazón de la industria estadounidense. Por ello, sí Trump decidiera proteger aún más su país, entonces México debe proteger el acuerdo comercial. Es comprensible que Trump busque impulsar la fabricación nacional. Ningún país renuncia a fortalecer su base industrial sin presión interna. Pero el verdadero valor del T-MEC no está en dónde se fabrica el auto, sino en cómo se distribuyen los beneficios y se mantiene la competitividad conjunta frente a bloques poderosamente económicos como China o la Unión Europea.
Romper el esquema actual del T-MEC no solo elevaría los precios de los autos, sino que desarticularía una red regional que tardó más de 25 años en construirse desde el TLCAN. En ese sentido, el Center for Automotive Research, ha establecido que fabricar un auto completamente en EU terminaría por elevar su costo entre un 18% y 23%, lo que podría desincentivar el consumo o provocar ajustes en la oferta. Por ello tiene mayor sentido seguir produciendo los automóviles desde México, con costos laborales controlados, infraestructura consolidada y experiencia logística, lo cual aporta ventajas clave para sostener la rentabilidad de las armadoras estadounidenses. La presencia de más de 1,200 empresas automotrices extranjeras en México, muchas con participación estadounidense, demuestra que la integración no es una amenaza, sino una decisión estratégica compartida.
Por ello, podemos establecer que no se trata nada más de una manufactura lisa y llana de autos, sino más bien de una visión con sentido regional. En ese sentido, México tiene la obligación de defender un acuerdo que le da estructura, competitividad y equilibrio a Norteamérica y no solo a EU. El T-MEC es hoy mucho más que un tratado comercial: es una plataforma geoeconómica que, en tiempos de crisis global, ofrece certeza, inversión y resiliencia productiva. En consecuencia, renegociarlo con la lógica de una sola bandera sería un error costoso, no solo para México, sino también para EU.