Más gasto, más producción y la misma lógica de siempre: ¿realmente cambió el modelo de salud del IMSS en la Cuarta Transformación?
Durante el primero y segundo piso de la Cuarta Transformación la Dirección del IMSS con el tono épico de quien anuncia el fin de una era ha sostenido que: “Hoy lo que tenemos es una maleta llena de certezas, la certeza de tener nosotros ya la cura contra el neoliberalismo sanitario”, “Este hospital es símbolo del abandono neoliberal; hoy lo rescatamos con la 4T”. (IMSS septiembre 2019, junio 2025).
El mensaje es potente: sugiere que el viejo modelo quedó atrás y que estamos frente a un nuevo paradigma. Sin embargo, la operación cotidiana del IMSS ordinario (obligatorio) revela una realidad: el neoliberalismo sanitario no ha desaparecido, solo ha mutado en lo que académicamente se conoce como neoliberalismo residual.
Este, no es un modelo explícito ni ideológicamente reivindicado. Es más sutil: sobrevive como herencia institucional y como conjunto de prácticas que, aunque no se nombren, siguen marcando el trasfondo formativo tecnocrático de la alta dirección y la forma gerencial en el funcionamiento del IMSS, lo que favorece la continuidad de prácticas heredadas incluso en un marco discursivo antineoliberal.
La persistencia de la subrogación en servicios llamados integrales que entre 2019 y 2024, aumentó en un 60 por ciento -33 mil 136 millones de pesos en 2024- (Informes al ejecutivo 2019 y 2024), aunado al centralismo hospitalario -modelo de atención que concentra recursos y decisiones en hospitales, relegando a la prevención y al primer nivel-, en el que el 80% de la inversión en infraestructura del IMSS se destina a hospitales de segundo y tercer nivel, mientras el primer nivel de atención recibe menos del 15% y en donde las evaluaciones se realizan con indicadores de desempeño basados en productividad en los que predominan las metas cuantitativas sobre indicadores de calidad, oportunidad y satisfacción, marcan el neoliberalismo residual en la Institución.
Además, de que a diferencia del Programa IMSS-Bienestar, en el IMSS ordinario no existe una Organización Comunitaria para la Salud ni un entramado de participación social, lo que significa que los determinantes de salud en los entornos donde vive la gente siguen sin abordarse de forma proactiva
Mientras tanto, la estrategia 2-30-100 es el mejor ejemplo de esta paradoja de discurso antineoliberal. Presentada como una cruzada por el acceso y la justicia en salud, plantea realizar en este año dos millones de cirugías, 30 millones de consultas de especialidad y 100 millones de medicina familiar. Los avances se reportan en los “martes de salud” de las mañaneras con precisión de línea de ensamblaje: porcentaje cumplido, incremento semanal, comparación interanual, entre otras muchas numeralias.
La pregunta no es si eso aumenta la producción: por supuesto que sí. La pregunta es si ese modelo productivista -idéntico al de una fábrica que mide piezas terminadas- es coherente con la supuesta “cura” contra el neoliberalismo. Porque en su esencia, la lógica del programa 2-30-100 es maximizar la producción, contabilizar avances, superar metas semanales y someter al personal de salud a mayor tensión con los pacientes, priorizando volumen sobre calidad de la atención. Esta lógica productivista es la que explica por qué un paciente puede sentirse como un número más en una línea de ensamblaje, a pesar de los esfuerzos del personal de salud.
Como si el éxito de un sistema de salud se midiera únicamente en horas-hombre y número de procedimientos. Poco se habla de tiempos de espera reales por especialidad, de la tasa de complicaciones o de la satisfacción del paciente. Aquí emerge la paradoja discursiva: se proclama la ruptura con el neoliberalismo, pero se sigue gestionando con herramientas de ese mismo paradigma. El relato habla de transformación; la práctica, de continuidad. El riesgo es que la “cura” anunciada solo sea un cambio de etiqueta.
También sería injusto ignorar avances: rehabilitación de quirófanos, contratación de más de 5 mil plazas para equipos quirúrgicos, disminución de ciertos rezagos. Pero si el objetivo es un sistema verdaderamente universal y equitativo sustentado en el “humanismo mexicano” de la presidenta Claudia Sheinbaum, no basta solo con metas de productividad, si no con más empatía hacia los pacientes y mejora en la calidad de la atención médica.
Para romper con el neoliberalismo residual se requiere una ruta clara y medible: Un plan de desubrogación selectiva y progresiva en servicios estratégicos; reformar el sistema de indicadores para incluir calidad, seguridad y satisfacción, no solo volumen. Reforzar el primer nivel con un modelo territorial y comunitario capaz de prevenir y contener la demanda hospitalaria y abrir espacios reales para que el personal de salud participe en el diseño y evaluación de las estrategias de transformación.
El IMSS es una Institución que no debe conformarse con avances cosméticos. Mientras la “cura” contra el neoliberalismo se administre con las mismas herramientas que este dejó, el fantasma seguirá rondando sus pasillos. La verdadera transformación no debe ser sólo discursiva ni cuantitativa: debe ser estructural, coherente con los principios proclamados por el actual gobierno y medible en vidas más sanas, no solo en cifras que lucen bien en un reporte mensual.
¿Está el IMSS realmente preparado para dejar atrás las inercias del pasado o seguirá atrapado en el ciclo del neoliberalismo residual?, el tiempo y resultados lo dirán.