Colaborador Invitado

Su dólar, nuestro problema

El privilegio exorbitante que ha disfrutado Estados Unidos —el de emitir la moneda de reserva global sin límites aparentes— está en riesgo por culpa de sus propios excesos, de acuerdo con Kenneth Rogoff.

Kenneth Rogoff tituló su nuevo libro Our Dollar, Your Problem como un guiño —o una advertencia amarga— a aquella frase que John Connally, secretario del Tesoro de Nixon, lanzó en 1971 a los europeos: “Es nuestro dólar, pero su problema”. Medio siglo después, Rogoff diagnostica el ocaso paulatino de la era de dominio absoluto del dólar. Su argumento es claro: el privilegio exorbitante que ha disfrutado Estados Unidos —el de emitir la moneda de reserva global sin límites aparentes— está en riesgo por culpa de sus propios excesos. Pero, ¿y desde este lado del mundo? ¿Cómo se ve todo eso desde un país como México, que no imprime dólares, pero vive ligado a ellos?

Desde aquí, lo que Rogoff llama “privilegio exorbitante” se ha sentido muchas veces como una vulnerabilidad permanente. Buena parte de nuestra economía —desde las tasas de interés hasta el precio del aguacate— responde, de una u otra forma, al vaivén del dólar. No solo es la moneda del comercio exterior y las inversiones; es también el parámetro implícito de estabilidad. Cuando el dólar tiembla, nosotros nos movemos.

Rogoff reconoce que el dólar actúa como un “seguro” para el mundo: se aprecia en las crisis, atrae capitales cuando hay pánico y permite a Estados Unidos absorber recursos globales a bajo costo. Pero ese seguro lo hemos pagado caro de este lado. En momentos de tensión financiera, mientras Estados Unidos consigue financiamiento barato, países como México enfrentan salidas de capital, depreciaciones súbitas y alzas en primas de riesgo. El dólar actúa como refugio, sí, pero solo para quien vive dentro de éste.

Si algo hay que agradecerle a Rogoff es su advertencia frontal: el dominio del dólar no es eterno, y podría estar erosionándose más rápido de lo que muchos creen. Un entorno con un dólar más débil —o con menor preeminencia global— tendría efectos ambiguos para países como México. Por un lado, abriría la puerta a una mayor autonomía monetaria, al reducir la necesidad de seguir tan de cerca las decisiones de la Reserva Federal. También podría fomentar la diversificación financiera y comercial, al permitir que otras monedas —el euro, el renminbi o incluso monedas digitales soberanas— ganen terreno como medios de pago y reserva. Y quizá, en un escenario más optimista, contribuiría a un orden financiero internacional menos asimétrico.

Pero también hay riesgos. El dólar ha funcionado como ancla del sistema internacional; su debilitamiento podría aumentar la volatilidad en flujos, precios y tipos de cambio. Parte del atractivo de México para los inversionistas globales radica precisamente en su integración con la economía estadounidense; si el dólar pierde valor, ese atractivo podría menguar. Y no es menor lo que implicaría una depreciación estructural del dólar para las remesas que recibe el país, que equivalen a cerca del 3.5% del PIB y son un salvavidas cotidiano para millones de hogares.

Rogoff defiende que el dólar ha sido “bueno para el mundo” porque ha ofrecido estabilidad, liquidez y una arquitectura funcional para las finanzas internacionales. Y en parte tiene razón. Pero también ha sido un sistema profundamente asimétrico, diseñado desde y para los intereses del país emisor. En tiempos de crisis, la Reserva Federal ha actuado con rapidez para proteger su economía —incluso extendiendo líneas de swap a ciertos aliados estratégicos—, pero no siempre de forma equitativa. En 2008, durante la gran crisis financiera, muchos países emergentes quedaron al margen. En 2020, con la pandemia, el acceso fue más amplio, pero igual de discrecional. El dólar globaliza los shocks, pero no socializa las respuestas.

Además, como bien apunta el propio Rogoff, la política fiscal estadounidense se ha vuelto impredecible y su deuda pública crece en espiral. Pero mientras eso ocurre, el resto del mundo sigue comprando bonos del Tesoro. Quizás ya no solo por confianza, sino por falta de opciones. Parafraseando a Barry Eichengreen —y con perdón de Churchill—, el dólar parece ser la peor moneda posible, excepto por todas las demás.

México está más expuesto que muchos otros países. Por vecindad, por el tratado, por dependencia comercial, por remesas. Si el dólar deja de ser el centro del sistema, tendríamos que repensar buena parte de nuestra arquitectura financiera: desde la composición de nuestras reservas internacionales hasta la manera en que estructuramos la deuda externa. También tendríamos que construir instrumentos de cobertura, sistemas de pagos regionales, y quizás, fortalecer alianzas fuera del eje dólar.

No se trata de apostar por la caída del dólar —como hacen algunos desde la geopolítica o la ideología—, sino de prepararse para un mundo más fragmentado y más volátil, pero del que tendremos que participar en su rediseño. El dólar sigue siendo el rey, pero el reino ya no es el mismo. El libro de Rogoff es un llamado de atención para Estados Unidos, pero también una oportunidad para el resto del mundo. Si el centro tiembla, no podemos seguir construyendo desde la periferia como si nada. Toca imaginar nuevas formas de integración, nuevas monedas, nuevas reglas Y entender que quizás, por primera vez en mucho tiempo, no solo tenemos algo que decir: también tenemos que hacerlo.

Víctor Gómez Ayala

Víctor Gómez Ayala

Economista en jefe de Finamex Casa de Bolsa y Fundador de Daat Analytics

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