El 2025 arrancó como un año desafiante para los mercados financieros. La incertidumbre política generada por el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, combinada con la persistente tensión geopolítica en Medio Oriente y un entorno de tasas altas en EE.UU., golpeó con fuerza a las acciones tecnológicas y bonos soberanos. Sin embargo, en medio de ese mar revuelto, un activo volvió a brillar: el Bitcoin.
En contraste con las caídas de gigantes como Amazon, Google y Apple, cuyas acciones retrocedieron entre 6% y 17% en lo que va del año, el Bitcoin comenzó a recuperarse desde abril y el día de hoy volvió a ubicarse por encima de los 119 mil dólares. Este impulso lo posiciona entre los activos más rentables del semestre, junto a commodities como el oro (+22%).
Lo interesante no es solo su repunte, sino lo que representa. Mientras el dólar sigue sometido a decisiones políticas y la renta variable sufre la volatilidad de la narrativa global, el Bitcoin ha ganado terreno como “oro digital”. Su emisión limitada, resistencia a la censura y creciente adopción institucional le otorgan un nuevo estatus: ya no es únicamente un activo especulativo, sino también una herramienta de cobertura ante tendencias inflacionarias, devaluaciones abruptas o desconfianza hacia los bancos centrales.
Desde su último halving en abril de 2024 —evento que redujo a la mitad la emisión de nuevas monedas—, la narrativa alcista se ha reforzado. Según datos recientes, si alguien hubiera invertido mil dólares a inicios de este año en bitcoin, hoy tendría una rentabilidad de más del 11%, colocándose por encima de diversos instrumentos tradicionales.
Esto no significa que sea un activo inmune. Bitcoin sigue siendo volátil y, como han demostrado los últimos meses, responde también a ciclos de riesgo global. Su caída de más del 4% a mediados de junio coincidió con un repunte del miedo en los mercados, pero su posterior recuperación mostró la confianza de los inversionistas ante señales de deshielo diplomático en zonas de conflicto y el renovado apetito institucional.
Más allá de las cifras, el fenómeno es claro: Bitcoin está dejando de ser un experimento marginal para convertirse en un componente relevante de carteras diversificadas. Expertos como Román González, de A&G Banca Privada, estiman que podría cerrar el año por encima de los 200,000 dólares. Otros analistas, más cautos, insisten en que es un activo que debe tratarse con precaución, integrándolo como una fracción del portafolio, no como un todo.
En tiempos donde la confianza es tan volátil como los mercados mismos, el Bitcoin emerge como un síntoma de época: una señal de que cada vez más personas —y ahora también instituciones— están buscando nuevas formas de protegerse. No se trata de una moda pasajera, sino del reflejo de un sistema que ya no ofrece las mismas certezas que antes.
La pregunta no es si Bitcoin seguirá subiendo. La pregunta es: ¿qué nos dice su ascenso sobre el estado actual del sistema financiero global?