Consultora en Género e Inclusión Económica para América Latina y el Caribe en la International Finance Corporation, (IFC) y para la Red CCE por la Primer Infancia.
Si existiera un calendario estacional del estrés laboral, el verano marcaría una cima prolongada de tensiones tanto para los trabajadores como para las empresas. Las vacaciones escolares, que en México pueden extenderse por más de seis semanas, representan un descanso deseable para las familias, pero difícilmente aplicables —en paralelo— para la mayoría de las y los jefes de familia que trabajan.
Los dilemas para administrar este extenso periodo de inactividad escolar comienzan incluso antes de que termine el ciclo lectivo, y se desarrollan entre acuerdos, ajustes y negociaciones que generan tensiones en ambos frentes.
Para las madres y padres trabajadores, la prioridad es planear con anticipación: qué hacer con los hijos, a dónde llevarlos, cuánto pueden destinar de sus ahorros, cuántos días podrán compartir en familia, o en qué medida podrán apoyarse en redes cercanas para el cuidado de los menores durante su jornada laboral. Se activa la tradicional tensión entre dos recursos limitados: el tiempo y el dinero.
Para los empleadores, la gestión del verano también implica una operación compleja: una parte significativa de la fuerza laboral, en todos los niveles de la organización, solicita vacaciones al mismo tiempo, lo cual obliga a una planificación anticipada de suplencias, redistribución de tareas, cobertura de horarios e incluso recursos adicionales para horas extra o apoyos especiales —cuando los hay— que ayuden a sus colaboradores a encontrar soluciones de cuidado infantil durante este periodo.
Esta interconexión que se establece entre el calendario escolar con la vida familiar y la dinámica laboral, es más acentuada en un país donde, para muchas mujeres, el acceso al empleo depende de la existencia de servicios escolares activos. Las empresas que logran anticiparse a esta dinámica, integrando las fechas clave en su planeación operativa, suelen evitar afectaciones como desorganización, ausentismo o desánimo generalizado, con consecuencias directas en la productividad y el clima laboral.
Como parte de una cultura organizacional más empática, varias prácticas pueden implementarse para mitigar el impacto de las vacaciones escolares sobre la fuerza laboral:
- Flexibilidad laboral: Horarios escalonados, esquemas híbridos o trabajo remoto parcial facilitan una mejor organización familiar.
- Apoyo estructural: Convenios con guarderías, cursos de verano, acuerdos con centros de entretenimiento público o habilitación de espacios propios para juegos en la oficina alivian la carga.
- Redes internas de cuidado: Fomentar comunidades de apoyo entre colaboradores permite intercambiar turnos, compartir responsabilidades o recomendar actividades para la infancia.
En el imaginario social, el verano es sinónimo de descanso y disfrute. Pero para quienes deben seguir trabajando, esta narrativa puede convertirse en una fuente silenciosa de frustración. Diseñar entornos laborales que reconozcan esta tensión y respondan con sensibilidad no solo es justo: es, además, inteligente.