Colaborador Invitado

Las lecciones de Agustín

La lección es clara: la estabilidad ya no se logra sólo por el lado de la demanda; se construye también desde el lado de la oferta.

Cuando era estudiante de Economía, solía pasar horas en la biblioteca del ITAM hojeando libros subrayados con lápiz por quien entonces solo conocía por su reputación: Agustín Carstens. Me enteré después que esos libros —con algunas anotaciones y su inconfundible firma en la primera página— habían sido donados por él mismo. Con los años, su figura pasó de ser un referente académico a convertirse en una presencia institucional imponente: como secretario de Hacienda durante mi primer trabajo, y más adelante como gobernador del Banco de México. Para quienes hemos seguido de cerca las discusiones globales sobre política económica, su trayectoria en el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés) consolidó su estatura como uno de los economistas más influyentes de las últimas décadas.

Este verano, Carstens concluyó su mandato como gerente general del BIS. Su despedida no vino solo con discursos, sino con un informe preciso y, como siempre, cargado de lecciones. El Informe Económico Anual 2025, especialmente su primer capítulo, es un llamado a no perder la brújula en medio del ruido. Y también, quizá sin proponérselo, un legado intelectual sobre cómo sostener la estabilidad macroeconómica en un mundo fragmentado, incierto y financieramente vulnerable.

El capítulo se titula “Sustaining stability amid uncertainty and fragmentation”, y parte de un diagnóstico incómodo: la era post-pandemia no trajo un regreso a la normalidad, sino un escenario más difícil de navegar. La inflación ha retrocedido, sí, pero la combinación de deuda elevada, tensiones geopolíticas y fragilidades financieras impone un nuevo tipo de disciplina. Ya no basta con estabilizar variables nominales; ahora se requiere fortalecer estructuras, reforzar instituciones y anticiparse a perturbaciones persistentes de oferta y demanda.

El informe agrupa sus recomendaciones en cuatro grandes ejes, que bien podrían leerse como una hoja de ruta para quienes diseñan política económica con la mirada puesta en el largo plazo.

El primero es la política estructural. En tiempos de fragmentación global —cuando las cadenas de valor se reconfiguran por razones políticas más que económicas—, la capacidad de adaptación interna se vuelve crucial. El BIS advierte que sin reformas que eleven la productividad y la resiliencia de la oferta, los países podrían caer en trampas de estanflación: bajo crecimiento con inflación persistente. La lección es clara: la estabilidad ya no se logra sólo por el lado de la demanda; se construye también desde el lado de la oferta.

El segundo eje es la política fiscal. Después de años de expansión del gasto público y acumulación de deuda, el margen de maniobra se ha agotado. El informe no propone recortes ciegos ni austeridad inercial, sino una consolidación inteligente: reducir déficits, sí, pero al mismo tiempo reorientar el gasto hacia inversión productiva, transición energética y cohesión social. Es una forma de decir que la sostenibilidad fiscal no se mide sólo en puntos del PIB, sino también en calidad institucional.

El tercer componente es la regulación financiera. La expansión de las instituciones no bancarias (NBFIs) ha creado zonas grises donde los riesgos sistémicos florecen sin supervisión clara. El BIS insiste en que la regulación debe ser coherente, integral y coordinada internacionalmente. La estabilidad financiera no puede depender del azar ni del voluntarismo de los actores. Aquí también resuena la visión de Carstens: prevenir es siempre mejor que contener.

Por último, el informe aborda el papel de la política monetaria. En un entorno en que la inflación no termina de ceder del todo y los riesgos geopolíticos afectan los precios relativos, el llamado es a la paciencia y a la credibilidad. Evitar acciones prematuras, anclar expectativas, y no perder de vista los objetivos de mediano plazo. Para quienes vieron en Carstens a un defensor del mandato de los bancos centrales, esta sección es el reflejo de una convicción sostenida: la política monetaria debe ser firme, transparente y técnicamente sólida, incluso cuando la presión política apunte en sentido contrario.

Más allá de sus méritos analíticos, lo que distingue este capítulo del informe es su tono: sereno, realista, pero sin resignación. Es un llamado a resistir el cortoplacismo, a defender las instituciones y a confiar en la buena política pública, entendida no como improvisación sino como un arte que requiere estudio, coherencia y responsabilidad.

En un momento donde el ruido predomina y las soluciones fáciles seducen, estas páginas nos recuerdan que la estabilidad es una conquista frágil, que se gana cada día con decisiones difíciles. Tal vez por eso, para mí, Agustín Carstens ha sido siempre una figura aleccionadora. Desde esos libros que consultaba en la biblioteca hasta su despedida del BIS, su trayectoria encarna una forma de hacer política económica con rigor, con vocación pública y con sentido de largo plazo. Hay quienes ven en su salida el cierre de una etapa. Yo prefiero pensar que sus últimas lecciones son una invitación a continuar ese camino.

Víctor Gómez Ayala

Víctor Gómez Ayala

Economista en jefe de Finamex Casa de Bolsa y Fundador de Daat Analytics

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