El sector eléctrico nos resulta fascinante por múltiples razones. Una de ellas es su relativa juventud: con apenas dos siglos de existencia, es una industria nueva, comparada con sectores tradicionales; otra es la vertiginosa velocidad con la que se adaptó globalmente, superando a otros procesos tecnológicos. Pero, sobre todo, su profundo impacto en nuestra vida cotidiana es innegable; imaginar hoy nuestro mundo sin electricidad es, sencillamente, impensable; con seguridad podemos decir que hoy, la electricidad es el motor que mueve a nuestro país.
Para todos los que vemos a México con un potencial de crecimiento, comprender el sector de la electrificación es crucial, pues su desarrollo, a menudo eclipsado por otros grandes eventos históricos como conflictos internos o la irrupción de otras grandes tecnologías, es fundamental para entender nuestro presente y proyectar el futuro energético del país.
La electricidad llegó a México a finales del siglo XIX, alrededor de 1880. Inicialmente, fueron pequeños generadores en empresas mineras, agrícolas y textiles los que marcaron el inicio. No fue sino hasta el siglo XX que irrumpieron empresas especializadas, tanto privadas como nacionales, capaces de producir energía a gran escala. Este periodo, hasta 1933, vio avances significativos: la emblemática presa Necaxa, vital para la minería en Pachuca; el surgimiento de nuevas compañías eléctricas; y la construcción de obras como La Boquilla en Chihuahua. Un hito llegaría en 1933 con la fundación de la Comisión Federal de Electricidad, que iniciaría operaciones en 1936 y construiría su primera central en Valle de Bravo en 1940, atrayendo a empresas de generación y gestión, abriendo el mercado mexicano al mundo y marcando un antes y un después en la historia de la gestión energética.
El camino recorrido por nuestro sector energético nacional no ha estado exento de retos. Actualmente, podemos decir con orgullo que cerca del 99% de los mexicanos tienen acceso a la electricidad. Sin embargo, es imperativo no olvidar que aún existe un porcentaje de la población, especialmente en comunidades remotas, que utiliza otras fuentes energéticas o enfrenta desafíos para un acceso pleno y confiable, reflejo de la desigualdad que enfrentamos en todos los sectores.
Además, el crecimiento exponencial de la mancha urbana implica un aumento constante y significativo en la demanda eléctrica, un desafío que debemos gestionar con visión de futuro.
En este sentido, en materia de transición energética, tanto en México como en Latinoamérica, observamos un rumbo prometedor; aunque los combustibles fósiles aún desempeñan un papel protagónico y registran crecimiento, las energías renovables se consolidan progresivamente, impulsadas por políticas como la implementación de marcos regulatorios favorables, los incentivos fiscales para proyectos sostenibles, y el compromiso asumido en el marco del Acuerdo de París, que fomentan este cambio y una creciente demanda social y empresarial por fuentes más limpias.
Desde la perspectiva de una compañía que en este 2025 cumple 80 años de acompañar la historia de la electricidad en México, estoy convencido de que este vuelco hacia la transición no es solo una respuesta a necesidades ambientales, sino una vasta área de oportunidad para la innovación y el desarrollo sostenible. Por ello, es crucial dirigir nuestra mirada hacia la digitalización de la energía. Ésta, al integrar tecnologías transformadoras como la Inteligencia Artificial (IA) y el Internet de las Cosas (IoT), tal como ya ocurre en otros sectores, debe ser observada como el motor que nos impulsará hacia la siguiente fase en la historia de la electricidad.
La electrificación ha sido, sin duda, uno de los pasos fundamentales para la modernización de México y uno de los avances tecnológicos más trascendentales para la humanidad. Al mirar atrás, quienes hemos sido parte de la industria durante décadas, sentimos orgullo de contribuir a esta historia de progreso que ha mejorado el bienestar de millones. Hoy, enfrentamos nuevos horizontes: la digitalización de las redes, la optimización de infraestructuras para soluciones más ágiles y la integración de tecnologías emergentes. Son más las oportunidades que los obstáculos, y es precisamente por ello que debemos seguir impulsando, juntos, un futuro energético más eficiente, sostenible e inclusivo para todos los mexicanos. La conversación está abierta: ¿cómo aceleraremos este próximo capítulo?