Colaborador Invitado

La profesión de delinquir: cuando el crimen se vuelve una carrera

Mientras estudiar requiere años de esfuerzo, disciplina y sacrificio, la vía del robo por medios cibernéticos parece ofrecer resultados económicos inmediatos con riesgos relativamente bajos para los malhechores.

En un mundo donde la tecnología y la conectividad avanzan a pasos agigantados, el robo ha dejado de ser un acto impulsivo y desorganizado para convertirse en una profesión en sí misma. Lejos de los clásicos atracos con violencia física, hoy el crimen se ha refinado: se estudian estrategias, se perfeccionan métodos y, lo más alarmante, se identifica con precisión a las víctimas más vulnerables.

El auge de los delitos cibernéticos y las estafas es una clara muestra de esta evolución. Internet, en su afán de conectar a las personas, también ha abierto nuevas puertas a quienes han hecho del robo su modo de vida. Ya no es necesario irrumpir en una casa o forzar una cerradura; basta con un mensaje bien escrito, una llamada persuasiva o un enlace fraudulento para vaciar cuentas bancarias sin levantar sospechas.

Los delincuentes de hoy se especializan. Algunos se dedican a fraudes telefónicos dirigidos a personas mayores de 60 años, un grupo especialmente vulnerable debido a su falta de familiaridad con la tecnología y su tendencia a confiar en la voz al otro lado de la línea. Otros optan por el phishing y la ingeniería social, logrando que incluso los usuarios más cautelosos entreguen sus datos sin darse cuenta. El crimen ya no es torpe ni improvisado; ahora es meticuloso y estratégico.

Hace algunos años, cuando uno ponía en su cuenta de correo su nombre real, ni por ingenuidad se percataba de que esa era la puerta de entrada de los delincuentes para hurgar más allá en sus datos. La cantidad de información que día a día nosotros incluimos en la red, consciente o inconscientemente, es el material para saber nuestra vida. Atando algunos cabos se pueden enterar del nombre de tus familiares más cercanos, sus trabajos o a lo que se dedican, la ubicación de tu casa y tus recorridos, cuándo viajas y si dejas la casa sola. Quien no es experto puede hacer una búsqueda rápida, mirar fotos y hasta ahí, pero el “profesional” elabora un plan detallado y además usa herramientas que la gente por lo común no tiene o no conoce. Además, invierte para acceder a los lugares a los cuales tú alguna vez, voluntaria o involuntariamente, diste “aceptar” para regalar tus datos que luego, en la cadena de valor del delito, serán vendidos al mejor postor.

Con la inteligencia artificial (IA), el grado de sofisticación que nos espera (o que ya está) es o fue de ciencia ficción. Pueden recoger tu voz cuando contestas un número desconocido y hacer hablar a una IA o animar una foto tuya para pedir en tu nombre depósitos a una cuenta o un QR que te acaban de mandar por una app de mensajería. Lo impensable antes, ahora es real, pues mientras estés durmiendo, un bot estará hurgando tus cuentas bancarias y haciendo retiros o compras online utilizando los algoritmos que los mortales no conocemos.

Quizá lo más preocupante de esta carrera delincuencial es la percepción de que delinquir es más rentable y sencillo que construir una carrera profesional. Mientras estudiar requiere años de esfuerzo, disciplina y sacrificio, la vía del robo por medios cibernéticos parece ofrecer resultados económicos inmediatos con riesgos relativamente bajos para los malhechores, especialmente en países donde la impunidad es alta. Para muchos jóvenes en situaciones precarias, la elección es evidente: aprender a engañar y aprovechar las brechas del sistema en lugar de esforzarse en una educación que no garantiza movilidad social.

Quienes hacen este tipo de actividades definitivamente son gente brillante para las fechorías, pero que lastimosamente y por múltiples circunstancias, los valores y la moral no están en su orden de prioridades. Estamos ante un fenómeno preocupante donde el crimen ha adoptado una lógica empresarial. Existen jerarquías, especializaciones y hasta procesos de reclutamiento. La única diferencia con una carrera profesional es que aquí la ética no es un requisito. Si la sociedad no ofrece oportunidades reales de desarrollo, el delito seguirá atrayendo a más personas con la promesa de éxito inmediato. Y, mientras la tecnología avance, quienes eligen este camino seguirán perfeccionando sus métodos, dejando cada vez menos margen para la justicia.

En un mundo tan interconectado en el que cada vez la información se distribuye más fácil y rápido, la solución no será necesariamente esconderse de las redes, pero sí elevar las precauciones y desconfiar de los regalos y las ofertas ocultas, e informar nuestros datos a quienes los soliciten solo en lo prudente y muy necesario. Por el lado de los delincuentes, la receta no ha cambiado; más bien, las desigualdades, el dinero “fácil” y todas las formas de violencia se deben atacar con el arma de la educación en ética y valores.

Lorena A. Palacios-Chacón Jahir Lombana

Lorena A. Palacios-Chacón, Jahir Lombana

Lorena A. Palacios-Chacón: Investigadora en Estrategia Organizacional de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey | Jahir Lombana: Profesor de la Universidad del Norte

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