Desde hace algunos años, las alarmas mundiales se han encendido en señal de alerta, puesto que la forma en la que producimos, consumimos y desechamos está empujando al planeta, y a la economía global, hacia un límite insostenible. En todo el mundo, cada día se generan millones de toneladas de residuos que contaminan el entorno, afectan la salud y elevan costos que ya no se pueden ignorar.
El Banco Mundial pronostica que para 2050 la generación de residuos sólidos urbanos alcanzará los 3 mil 400 millones de toneladas al año, un aumento alarmante frente a los 2,010 millones de toneladas que se producían en 2016. El informe What a Waste 2.0 proyecta también que, sin acción urgente, los costos asociados —ambientales, sanitarios y climáticos— podrían superar los 640 mil millones de dólares anuales.
Aunque la situación se agrava con el paso del tiempo, algunos aún son optimistas. El reporte Global Waste Management Outlook 2024 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señala que una transición hacia un modelo circular y preventivo no solo reduciría estos impactos, sino que podría generar una ganancia neta global de más de 108 mil millones de dólares cada año. De esta forma, las empresas, gobiernos y la sociedad en general han comenzado a entender por qué la sostenibilidad ha dejado de ser una aspiración moral y se ha convertido en una decisión estratégica que representa beneficios económicos y sociales tangibles.
El modelo empresarial tradicional basado en extraer, producir, consumir y desechar ha llegado a su límite por diferentes razones: los recursos comienzan a escasear, los costos de producción se elevan, además de que la economía mundial no se encuentra en su mejor momento.
Por esta razón, algunas organizaciones han invertido en el rediseño de sus procesos para minimizar sus residuos y adoptar prácticas regenerativas, lo cual ha demostrado que es posible crecer sin sobreexplotar los límites del planeta. De esta forma, la economía circular ofrece una hoja de ruta clara: prevenir en lugar de remediar, reutilizar y no desechar, regenerar en vez de agotar.
Los ejemplos no están tan lejos de casa, puesto que algunas empresas mexicanas actualmente ya integran prácticas sostenibles en su operación diaria, optimizando el uso eficiente de recursos y fomentando el bienestar de sus colaboradores. Estas acciones contribuyen no solo a reducir el impacto ambiental, sino también a fortalecer el compromiso y la productividad interna.
Por ejemplo, en el sector energético, aunque la transición hacia fuentes renovables ha sido más lenta, la eficiencia energética y la reducción de emisiones se han convertido en factores clave para la resiliencia y competitividad empresarial. De igual forma, la descarbonización ha permitido estabilizar costos, cumplir con regulaciones más estrictas y responder a consumidores e inversores que exigen compromiso ambiental real.
Si bien hoy existe más conciencia sobre el problema y los caminos para poder solucionarlo, el nuevo reto es lograr una verdadera cooperación global. Lamentablemente, aún existen escépticos a la problemática medioambiental por la que atravesamos, mientras que otros siguen enfocados en obtener un beneficio personal a costa del bienestar de la mayoría. Sin embargo, no debemos olvidar que la sostenibilidad también implica una responsabilidad social.
De esta forma, en el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, no debemos recordarlo solo como una fecha simbólica más, sino que debe funcionar como un llamado a la acción y a la cooperación en todos los niveles. La tecnología ha ayudado a avanzar de forma individual hacia prácticas sostenibles; sin embargo, aún carecemos de una visión estratégica global que esté impulsada por una voluntad de transformación, y de continuar así, cada vez será más difícil lograr un verdadero sentido de unidad y colaboración a nivel mundial.