En 2019, durante una caminata apresurada entre reuniones con clientes institucionales en Londres, uno de los integrantes de nuestro equipo en Finamex lanzó una idea que parecía, en ese momento, lejana: ampliar nuestro horizonte y llevar nuestro análisis económico de México a inversionistas en Brasil. Recuerdo ese momento con claridad no por lo improbable que sonaba entonces, sino por la convicción que tenía la propuesta. La idea era simple pero ambiciosa: así como muchos gestores globales con base en Nueva York o Londres incluyen a México en su portafolio, también lo hacen algunos de los inversionistas más sofisticados en América Latina, particularmente en Brasil. ¿Por qué no hablar directamente con ellos?
Seis años después, pude participar el proyecto que había materializado aquella idea. En días recientes viajamos a São Paulo y Rio de Janeiro para sostener una serie de reuniones con inversionistas institucionales, fondos macro y gestores de portafolios basados en Brasil. Para mí, este viaje no solo significó cumplir un objetivo profesional, sino también ampliar mi propio horizonte macroeconómico al incorporar las preguntas, preocupaciones y lecturas que hacen estos actores sobre la economía mexicana en reuniones presenciales.
El ángulo brasileño aportó matices que vale la pena compartir. Para sorpresa mía, la mayoría de las reuniones giraron en torno al comportamiento reciente de la inflación en México. Lo que más llamó la atención fue el escepticismo sobre la narrativa de que los repuntes inflacionarios son meramente transitorios. Identifiqué dos frentes de preocupación. Por un lado, los precios de mercancías, particularmente alimentos, que han rebasado su promedio histórico y parecen mantenerse al alza. Por otro lado, aun controlando por precios relativamente estables, el componente de servicios sigue aumentando, lo que dificulta visualizar una desaceleración clara en el corto plazo.
En términos comparativos, la inflación de mercancías ya está más cerca de regresar a su media histórica, pero la de servicios no. Si esta asimetría se mantiene en la segunda mitad del año, es probable que la inflación subyacente cierre por encima del 4%, lo que pone en entredicho la trayectoria hacia la meta del 3% del Banco de México.
Otro punto que captó mi interés fue el análisis de la desaceleración económica. En la mayoría de las reuniones se coincidió en que el crecimiento se ha debilitado, y muchos utilizaron la estimación más reciente de la brecha del producto publicada por Banxico como evidencia de ese deterioro. Sin embargo, pocos se mostraron convencidos de que esa debilidad garantice una menor inflación, especialmente en servicios. De hecho, recordaron episodios pasados —como la Gran Recesión o la pandemia de COVID-19— donde la caída de la actividad no se tradujo en una caída proporcional de la inflación subyacente.
Un ángulo particularmente interesante fue el análisis sobre el impacto que tendrá la renovación parcial del Poder Judicial en el tercer trimestre del año. Muchos consideran que esto podría alentar la resolución de procesos legales y afectar la operación de ciertos sectores económicos. Ante ese panorama, surgió una pregunta recurrente: ¿qué indicadores del mercado laboral ayudan mejor a capturar la posición cíclica de la economía mexicana?
El consenso en Brasil parece inclinarse a que la tasa de política monetaria cerrará el año debajo de 7.5%, con espacio para más recortes en 2026, una vez que haya mayor claridad sobre el rumbo de la Reserva Federal. Pero el tono fue cauteloso. Aunque hasta ahora el ciclo de recortes ha sido relativamente sencillo de justificar, la reciente alza inflacionaria complica la narrativa. Muchos se preguntan si el banco central podrá mantener el ritmo de relajación monetaria si la inflación no cede. En sus palabras: “recortar ha sido fácil… ¿pero qué pasa si las cosas cambian?” Las expectativas están puestas en la próxima reunión de Banxico en junio. De su comunicación dependerá si se abre la puerta a un recorte de 25 o incluso 50 puntos base en agosto. Un recorte menor podría enviar la señal de que el ciclo será más prolongado de lo previsto aunque con recortes de magnitud menor.
Pocos expresaron preocupación por el déficit fiscal de este año. La mayoría espera que se ubique cerca de 4.0% del PIB, con estimaciones más pesimistas apuntando a 4.5%. No obstante, el riesgo que representa Pemex fue un punto recurrente. Prácticamente nadie cree que la petrolera logre generar superávit financiero, lo que obligará al gobierno a absorber ese costo si quiere cumplir sus metas fiscales. Sobre el tipo de cambio, hubo una narrativa consistente: más allá de la debilidad estructural del dólar, el peso tiene fundamentos propios. México destaca por su estabilidad macro relativa, su disciplina fiscal y la contención inflacionaria, especialmente frente a otras economías emergentes.
Volver a la idea que surgió en una calle londinense hace seis años y verla materializada en una semana intensa de reuniones en Brasil es, para mí, una promesa cumplida. Gracias a Óscar, Roberto y Gustavo. Y más allá del cumplimiento profesional, me quedo con algo más valioso: la posibilidad de ver a México desde una nueva óptica, con nuevas preguntas, nuevas preocupaciones y nuevas lecturas.