La industria bancaria está inmersa en una transformación radical. En esta segunda mitad de 2025, los avances tecnológicos redefinen cómo operan los bancos, cómo prestan servicios y cómo se relacionan con sus clientes. En el centro de esta metamorfosis se hallan dos fuerzas convergentes: la evolución del cajero automático tradicional hacia un modelo verdaderamente inteligente y la integración estratégica de la inteligencia artificial (IA).
Durante décadas, los cajeros automáticos fueron herramientas estáticas centradas en operaciones básicas. Hoy, evolucionan hacia plataformas omnicanal que conectan el espacio físico con los servicios digitales. Esta transformación no es meramente técnica: redefine la experiencia bancaria.
Con capacidades como el reciclaje de efectivo, la autenticación biométrica y la integración con aplicaciones móviles, estos dispositivos se convierten en extensiones físicas del ecosistema digital. Ya no se trata solo de facilitar transacciones, sino de ofrecer una experiencia bancaria ágil, personalizada y continua. Sin embargo, esta evolución no está exenta de desafíos: exige una inversión constante en actualización tecnológica y formación del personal.
La IA ha dejado de ser una promesa para convertirse en una palanca tangible de transformación. Desde el análisis predictivo para la reposición de efectivo hasta la detección en tiempo real de comportamientos sospechosos, la IA multiplica la eficiencia operativa y refuerza la seguridad.
Cuestionamiento a la evolución de la banca
Pero esta revolución también plantea interrogantes. ¿Qué riesgos conlleva delegar decisiones críticas a algoritmos? ¿Qué límites éticos deben respetarse al automatizar la gestión del riesgo? La banca que adopta la IA debe hacerlo con visión estratégica, evaluando tanto sus ventajas como los posibles sesgos, errores y vulnerabilidades que podría amplificar.
A mayor sofisticación tecnológica, mayor complejidad en las amenazas. La aparición de malware como FASTCash o FixS y fenómenos como el “QRishing” —una forma de phishing basada en códigos QR— revelan la urgencia de adoptar modelos de seguridad avanzados.
Frente a ataques que pueden permanecer latentes durante años, las estrategias de confianza cero (zero trust) se convierten en un nuevo estándar. Pero incluso esta defensa exige un esfuerzo coordinado: inversión en tecnología, protocolos ágiles y una cultura organizacional centrada en la prevención.
Cajeros compartidos: ¿Modelo sostenible o solución transitoria?
El modelo Batopin, desarrollado en Bélgica, plantea una red nacional de cajeros compartidos ubicados en puntos estratégicos —centros comerciales, estaciones de transporte, áreas rurales—. Este enfoque promete eficiencia, cobertura y sostenibilidad.
Sin embargo, no todos los modelos de cajeros compartidos son iguales.
La clave radica en cómo se articulan las redes: mientras algunas simplemente agrupan dispositivos, otras crean verdaderos hubs inteligentes, capaces de ofrecer múltiples servicios bancarios de forma unificada. Aquí reside la diferencia entre una solución transitoria y un verdadero modelo del futuro.
Neobancos, entre lo físico y lo estratégico
Los neobancos, nativos digitales por definición, exploran ahora formas de tener presencia física: desde puntos de atención híbridos hasta alianzas con redes de cajeros inteligentes. Esta incursión en el mundo tangible no es una contradicción, sino una expansión natural en un ecosistema donde la confianza aún se construye cara a cara.
El reto será mantener su agilidad y propuesta de valor mientras se integran en un entorno físico altamente regulado y competitivo. ¿Podrán conservar su ventaja frente a bancos tradicionales cada vez más digitalizados?
El verdadero desafío para los bancos no es adoptar tecnología, sino anticiparse a sus implicaciones. Esto incluye cultivar una mentalidad de innovación continua; asumir que la colaboración con fintechs y proveedores tecnológicos ya no es opcional e invertir en resiliencia organizacional, más allá de la infraestructura.
Solo así podrán navegar un entorno en constante evolución, donde el cliente espera experiencias simples, seguras y personalizadas.
En un contexto donde la IA, los neobancos y la automatización están redibujando el mapa financiero, los bancos tienen una responsabilidad histórica: dejar de reaccionar a las tendencias y comenzar a liderarlas. Esta transformación no solo exige inversión, sino visión, crítica y, sobre todo, capacidad de anticipación.