Una de las narrativas más persistentes en la política comercial estadounidense —y que se ha vuelto especialmente visible en momentos electorales— es la del déficit comercial con México. Bajo esta lógica, Estados Unidos “pierde” en su relación económica con su vecino del sur, pues importa más de lo que exporta. Esta visión, de raíz mercantilista, sugiere que exportar es sinónimo de ganancia nacional y que importar equivale a perder empleos y competitividad. No obstante, este diagnóstico simplista omite un elemento fundamental del comercio contemporáneo: la fragmentación internacional de la producción.
Hoy, los bienes que cruzan las fronteras no son productos terminados elaborados por un solo país, sino el resultado de redes de producción integradas que reparten etapas y procesos entre múltiples economías. El déficit comercial bruto ignora esta realidad. Por eso es tan relevante el ejercicio recientemente publicado por el Banco de México en su Informe Trimestral de enero-marzo 2025. A través de una metodología desarrollada por Wang, Wei y Zhu (2013), se descompone el comercio bilateral entre México y Estados Unidos para identificar el valor agregado según su país de origen. En otras palabras, el análisis permite responder una pregunta clave: ¿quién realmente genera el valor económico contenido en los bienes exportados?
Los resultados son reveladores. En 2019, el 40% del valor de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos que conforma el supuesto “déficit” con México, corresponde en realidad a valor agregado generado en Estados Unidos. Es decir, son insumos, componentes o servicios estadounidenses que se integraron en productos ensamblados en México y luego fueron reexportados al mercado estadounidense. Esta cifra no es trivial: muestra que parte importante de lo que Estados Unidos contabiliza como déficit es, en realidad, valor económico que regresa a su propia economía.
En sectores como automóviles, productos metálicos o químicos, el contenido de valor agregado estadounidense en las exportaciones mexicanas alcanza entre 21 y 30%. Esto refleja una profunda integración productiva entre ambos países, donde las cadenas de valor cruzan varias veces la frontera. Por ejemplo, un automóvil que llega a Detroit ensamblado en México puede incluir acero estadounidense, partes electrónicas fabricadas en Asia, y diseño industrial hecho en California. Si se mide solo el valor bruto, todo ese automóvil se cuenta como exportación mexicana. Pero si se descompone por valor agregado, buena parte pertenece a Estados Unidos.
Este enfoque no es solo un ejercicio contable. Tiene implicaciones profundas para la política comercial y la forma en que entendemos la globalización. La retórica basada en el déficit ignora que muchos empleos estadounidenses dependen de insumos exportados a México que luego regresan en forma de productos terminados. Penalizar las importaciones mexicanas con aranceles o restricciones puede acabar perjudicando a los propios productores y trabajadores estadounidenses. Lo que aparenta ser un déficit puede esconder una co-producción.
Además, la evidencia sugiere que México depende más de insumos extranjeros que Estados Unidos, lo que refleja la etapa que ocupa dentro de las cadenas globales: un país ensamblador e integrador de componentes de múltiples orígenes. El análisis del Banco de México muestra que, en 2019, el valor agregado nacional representaba cerca del 60% del valor de las exportaciones mexicanas a EUA, mientras que en el caso de EUA, su contenido nacional alcanzaba cerca del 90% en sus exportaciones hacia México.
Este tipo de análisis debe ser más utilizado, no solo en la academia, sino en el diseño de política comercial e industrial. La medición del comercio en términos de valor agregado permite entender mejor quién se beneficia realmente de la relación bilateral y cómo están distribuidos los eslabones productivos. También ayuda a evitar decisiones contraproducentes basadas en diagnósticos erróneos.
La creciente atención política al tema ofrece una oportunidad para repensar la integración regional no como un juego de suma cero, sino como una plataforma compartida de desarrollo. En un mundo con crecientes tensiones geopolíticas, disrupciones en las cadenas de suministro y cambios tecnológicos acelerados, profundizar la integración de América del Norte puede ser una ventaja estratégica. Pero esto requiere abandonar la visión del déficit como una medida de éxito o fracaso nacional.
Como señala el informe del Banco de México, expresar las exportaciones bilaterales según el país de origen del valor agregado permite dimensionar con mayor precisión el grado de integración económica entre México y Estados Unidos, y al mismo tiempo, visibilizar los beneficios de esa interdependencia. Entender el comercio de esta forma no es solo una cuestión técnica, sino una herramienta indispensable para construir una narrativa más realista y constructiva sobre el lugar de México en la economía global.