Hace casi veinte años, como estudiante de economía, abrí por primera vez el Macroeconomics de Dornbusch y Fischer, sin saber todo lo que eso implicaría para mi carrera años después. A diferencia de otros textos, aquel no solo explicaba modelos y ecuaciones, sino que los conectaba con decisiones reales, con datos, con dilemas concretos. Fue mi primera lectura formal en macroeconomía, y también la primera vez que me topé con la figura de Stanley Fischer: un autor claro, exigente, pero también curioso por el mundo real. Aún no lo sabía, pero ese sería el primero de muchos encuentros.
Hace un par de años, Olivier Blanchard –también alumno y colega cercano de Fischer– publicó un texto en el Peterson Institute que repasa con generosidad y lucidez su legado. Se titula “Stan the Man”, retomando el encabezado de un perfil que el Financial Times le dedicó a comienzos de 2023. En él, Blanchard no solo presenta la trayectoria de un académico brillante, sino la de un economista completo: generoso profesor formador de generaciones, autor de trabajos fundamentales y, sobre todo, hacedor de política pública en algunos de los episodios económicos más desafiantes de las últimas décadas.
Fischer tuvo, en efecto, dos carreras paralelas. Una en el aula y la investigación, principalmente en el MIT; otra en la política económica, desde el FMI hasta el Banco de Israel, pasando por la vicepresidencia de la Reserva Federal. Lo notable es que nunca abandonó del todo ninguna de las dos, y que cada una alimentó a la otra. Como académico, no se conformaba con la elegancia formal si no había intuición detrás. Como funcionario, evitaba el dogma y buscaba aplicar la teoría con prudencia y claridad.
Su contribución intelectual es difícil de exagerar. En 1977, publicó un artículo que hoy se considera fundacional para la macroeconomía moderna: Long-Term Contracts, Rational Expectations, and the Optimal Money Supply Rule. En él, mostró que incluso cuando las expectativas son racionales –una de las bases del pensamiento macro desde los 70–, la política monetaria anticipada puede tener efectos reales si existen rigideces nominales, como contratos salariales a plazo. Es una idea que abrió la puerta a toda una corriente de pensamiento, el neokeynesianismo, y que hoy sigue siendo parte toral del análisis en la banca central.
En lo personal, volvería a encontrarme con Fischer años después, ya no como estudiante, sino desde el otro lado: cuando comencé a trabajar en política fiscal. Entonces, sus textos del FMI –reunidos en el libro IMF Essays from a Time of Crisis– se volvieron guía indispensable. Fischer estuvo al frente del Fondo entre 1994 y 2001, un periodo marcado por crisis sucesivas: México, Asia, Rusia, Argentina. En sus escritos hay análisis técnicos, pero también lecciones prácticas: cómo balancear ajuste y legitimidad, cómo comunicar decisiones difíciles, cómo adaptarse sin perder rumbo. Más que recetas, ofrecía formas de pensar con claridad en contextos de presión.
Retomando lo escrito por Blanchard, su paso por el Banco de Israel fue igualmente transformador. Aceptó el cargo en 2005, aprendió hebreo desde cero para poder comunicarse directamente con el país, e introdujo un régimen de metas de inflación con alto grado de transparencia. Se enfrentó con firmeza al entonces primer ministro Benjamin Netanyahu, y ganó respeto tanto en los mercados como entre la ciudadanía. No era común que un gobernador de banco central fuera reconocido en la calle, pero a Fischer lo saludaban y aplaudían mientras corría por la costanera de Tel Aviv. En 2014 fue nombrado vicepresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos. Lo hizo sin buscar protagonismo, en un segundo plano técnico, pero crucial: coordinó comités sobre estabilidad financiera y monitoreo macroeconómico, trabajando muy de cerca con Janet Yellen. Su presencia aportó experiencia, sobriedad y una visión global.
Volver a sus textos es recordar el arte de equilibrar teoría y política económica, pero más allá de sus publicaciones, su legado más duradero puede estar en sus alumnos. Como profesor en el MIT, Fischer dirigió o formó a decenas de economistas que luego liderarían la política económica global: Ben Bernanke, Mario Draghi, Kenneth Rogoff, Ilan Goldfajn, Kazuo Ueda, Alejandro Werner, entre otros. Fue un mentor exigente, pero generoso, y promovía un estilo de pensamiento abierto, riguroso, no dogmático. Como recordaba Blanchard, uno de sus consejos recurrentes era: “Quiero verte cada semana, especialmente si no tienes nada que decir”. Era una forma elegante de fomentar el pensamiento constante.
En tiempos donde se enfatizan las divisiones entre academia y política pública, entre teoría y práctica, la figura de Fischer nos recuerda que el verdadero reto –y la verdadera riqueza– está en el cruce. Que una buena política necesita teoría, pero también humildad. Y que una buena teoría se fortalece cuando se enfrenta al mundo real. Stanley Fischer no solo entendió ese equilibrio. Lo vivió. Y por eso, para tantos economistas alrededor del mundo, sigue siendo –como tituló el FT– Stan the Man.