En los últimos meses, las economías de México y del mundo han enfrentado un vaivén de escenarios en su política comercial con Estados Unidos (EU), sin precedente en la historia. El anuncio de aranceles para México durante febrero y marzo, que luego fueron rescindidos en su mayoría, se materializó finalmente el 2 de abril en una tarifa del 25% sobre el acero, el aluminio y los automóviles construidos fuera del T-MEC. Ese mismo día, Estados Unidos impuso además un muy cuestionado esquema de “aranceles recíprocos” al resto del mundo. Pero al cabo de una semana, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, decidió poner en pausa estos aranceles durante 90 días y en su lugar dejar una tarifa base del 10% para todos los países, excepto China, a quien incrementó aún más los aranceles hasta en un 145 por ciento.
Ante toda esta incertidumbre en la política comercial de Estados Unidos, la pregunta obligada es si el fenómeno del nearshoring sigue vivo. A simple vista, pareciera que el daño de los aranceles ha sido menor al esperado, al respetarse los productos que México y Canadá producen bajo las reglas del T-MEC. Sin embargo, la incertidumbre alrededor de la política comercial de EU ha afectado más allá de los aranceles y se reflejará en las perspectivas de inversión extranjera en nuestro país, así como en las perspectivas de crecimiento para la economía. La última Encuesta sobre Expectativas de los Especialistas del Sector Privado que reporta el Banco de México recortaba las perspectivas de crecimiento para 2025 de 1.17% a finales de diciembre pasado a solo 0.41 por ciento a principios del mes de abril.
A decir verdad, desde hace poco más de un año, el cambio de ciclo político en México y EU ya venía mermando los flujos de capital externo de manera significativa. La inversión extranjera directa (IED) se aceleraba cada trimestre, pero lo hacía gracias a reinversiones de capital realizadas por empresas internacionales que ya operaban en México. En aquel momento, la principal razón detrás de la cautela de la inversión era el desconocimiento sobre las reglas que pondrían en marcha las nuevas administraciones de ambos países.
Aunque del lado mexicano se ha definido un marco de respeto e impulso a la inversión, los aranceles —particularmente para la industria automotriz— ponen en entredicho la viabilidad del país como destino de inversión. Si bien México posee una cadena de valor altamente eficiente en la industria automotriz y de autopartes, los márgenes de las empresas se verían seriamente amenazados con aranceles del 25% sobre el contenido que se genere fuera del T-MEC. En el corto plazo, sería menos rentable invertir en nuevas plantas automotrices en México y se favorecería la relocalización hacia EU. En el corto plazo, la volatilidad arancelaria también haría que los inversionistas de otras industrias se lo pensaran dos veces antes de invertir en México o en cualquier otra parte del mundo.
Resulta paradójico que, en este entorno incierto, México conserve una importante ventaja comparativa como destino de inversión frente a otros países. Hasta el momento, y pese a todas las amenazas de Trump, la economía mexicana —junto con la canadiense— ha recibido un trato preferencial ante el resto del mundo. Es decir, para cualquier empresa que busque incrementar su producción fuera de Estados Unidos, México continúa entre los destinos más atractivos de la inversión por su cercanía geográfica, los bajos costos de la mano de obra y la integración de sus cadenas de valor.
La continuidad del nearshoring sigue condicionada por las próximas decisiones que tome Trump en materia de aranceles. Mientras no se despejen las dudas alrededor de la política comercial de Estados Unidos, la relocalización industrial seguirá en pausa. Sin embargo, y sin ser demasiado optimista, más allá de la industria automotriz, parece razonable pensar que, si las cosas continúan como hasta ahora, México podría resultar favorecido —o comparativamente menos perjudicado que otras economías— al final de esta turbulencia.