Cada 30 de abril se celebra en México el Día del Niño, una fecha que nos invita a reflexionar sobre el bienestar de la infancia. Sin embargo, en los últimos años, esa reflexión ha tomado un giro: ¿qué significa celebrar a la niñez en un país donde cada vez nacen menos niñas y niños?
A nivel global, las tasas de natalidad han disminuido de manera sostenida. La tasa global de fecundidad (TGF) se redujo de 4.84 hijos por mujer en 1950 a 2.23 en 2021. El número de nacimientos alcanzó su punto máximo en 2016 con 142 millones, cayendo a 129 millones para 2021. Esta tendencia continuará en las próximas décadas, particularmente en países de ingreso medio y alto.
México no es la excepción. La tasa de fecundidad pasó de 6.44 hijos por mujer en 1970 a apenas 1.8 en 2022. Según datos del INEGI, entre 2014 y 2023 el número de nacimientos registrados disminuyó de 2.4 a 1.8 millones. La tasa de nacimientos por cada mil mujeres en edad fértil bajó de 74.2 a 52.2 en menos de una década. Aunque la tasa de embarazo adolescente también ha mostrado una disminución, en 2023 se registraron más de 101 mil nacimientos de madres adolescentes entre 10 y 17 años, siendo Chiapas el estado con mayor incidencia. Además, casi 60 por ciento de las madres declaró no tener empleo al momento del registro de nacimiento y más del 55 por ciento reportó niveles educativos de secundaria o menos.
Factores que explican la baja natalidad
El mayor acceso a métodos anticonceptivos permite un mejor control de la fecundidad. A ello se suma la mayor participación de las mujeres en el mercado laboral: 7 de cada 10 madres solteras están económicamente activas. Esto ha llevado a postergar la maternidad o incluso a optar por no tener hijas o hijos.
La educación también cumple un rol clave. A medida que más niñas acceden a la educación media y superior, disminuye la probabilidad de embarazo adolescente y aumenta la edad promedio al primer hijo. La urbanización refuerza estas tendencias: en zonas urbanas, la TGF es de apenas 1.44 hijos por mujer, frente a 2.13 en zonas rurales.
Consecuencias de una natalidad en descenso
La disminución de la natalidad tiene múltiples implicaciones para el desarrollo del país. En el corto plazo, puede parecer una oportunidad para redistribuir los recursos disponibles entre menos niñas y niños. Pero si no se acompaña de políticas públicas eficaces, sus efectos pueden ser negativos e incrementar el problema. Una sociedad que envejece y donde cada vez nacen menos personas enfrenta desequilibrios en el sistema de pensiones, en la productividad económica y en la disponibilidad de fuerza laboral. Esto puede reducir el crecimiento económico e incrementar la presión sobre los sistemas de salud y cuidado.
En el ámbito social, una infancia más reducida, pero aún afectada por pobreza, violencia, desigualdad y mala nutrición, corre el riesgo de reproducir condiciones de desventaja. La baja natalidad también puede reforzar brechas territoriales: en zonas rurales, donde las tasas siguen siendo más altas, persisten servicios básicos limitados de educación, vivienda, ingresos, entre otros. Desde el Observatorio Materno Infantil de la Ibero hemos documentado que menos nacimientos no implican mejores condiciones de vida y de salud, si no se transforman las estructuras de oportunidad, la calidad de la atención nutricional en los servicios de salud desde etapas tempranas y los programas sociales desde una perspectiva de género y equidad.
Repensar el futuro desde la infancia
La disminución de nacimientos no debería leerse solo como una estadística, sino como un llamado a repensar el rumbo del país. Menos nacimientos no garantizan mejores condiciones para la infancia, sobre todo cuando persisten altos niveles de pobreza y mala nutrición. En México, el 13.9 por ciento de niñas y niños menores de cinco años presenta desnutrición crónica, mientras que el sobrepeso y la obesidad afectan al 7.7 por ciento, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) 2023. Mientras que, casi la mitad de los infantes viven en condiciones de pobreza (45.8 por ciento) y un 9.9 por ciento en pobreza extrema, cifras que superan los niveles de la población general, donde el 36.3 por ciento enfrenta pobreza y el 7.1 por ciento pobreza extrema, de acuerdo con datos de 2022.
Estas condiciones tienen consecuencias profundas y duraderas: la mala nutrición en los primeros cinco años de vida compromete el desarrollo físico y cognitivo, limita el aprendizaje escolar, reduce las posibilidades de inserción laboral en el futuro y perpetúa el ciclo de pobreza. Así, incluso con una población infantil cada vez más reducida, seguimos viendo generaciones afectadas por desigualdad desde el inicio de la vida.