La autora es Vicepresidenta Nacional de Responsabilidad Social Empresarial de COPARMEX
Hoy la responsabilidad social empresarial (RSE) se erige no como un accesorio o estrategia de imagen, sino como una vía imprescindible de transformación cultural, social y económica. En México, donde las brechas de ingreso y oportunidades se han agudizado, las empresas tenemos el reto y la oportunidad de poner a la persona en el centro de nuestras decisiones y de nuestras cadenas de valor.
Durante años, hablar de empresas y derechos humanos en nuestro país era predicar en el desierto. La idea de considerar el bienestar de todos los colaboradores y comunidades se tildaba de ingenua o marginal. Sin embargo, esa perspectiva ha cambiado: hoy el mundo demanda un nuevo paradigma, y las compañías ya no pueden seguir operando con las lógicas de la modernidad clásica. Las grandes organizaciones son percibidas como cuasi estados por su capacidad de influir en la vida, los derechos y el bienestar de millones de personas. La globalización y las cadenas de suministro extendidas hacen patente su responsabilidad más allá de las instalaciones de producción: cada decisión empresarial repercute en la dignidad y las libertades de quienes dependen de ella.
La comunidad internacional ha dado pasos firmes en este sentido. Desde los Principios Rectores de la ONU sobre Empresas y Derechos Humanos en 2011, la debida diligencia empresarial se ha transformado en una expectativa ética global: identificar, prevenir, mitigar y rendir cuentas por los impactos sobre los derechos humanos. Europa ya impulsa leyes vinculantes que obligan a las empresas a actuar en consecuencia. México no puede quedarse atrás si aspiramos a mercados competitivos y a confianza de inversionistas.
En COPARMEX hemos asumido esta causa como un eje estratégico personal y colectivo, en diálogo permanente con sindicatos, académicos y organizaciones de la sociedad civil. Para traducirla en acciones concretas, adoptamos una metodología basada en el protocolo de UNIAPAC, que consta de tres fases complementarias:
- Diagnóstico. No se trata únicamente de explorar los procesos internos, sino de evaluar el entorno: las condiciones de vida de colaboradores, proveedores y comunidades. Comprender sus retos y brechas de derechos es el primer paso para diseñar iniciativas valiosas.
- Formación. Esta etapa trasciende la capacitación técnica: implica un aprendizaje integral que despierta la inteligencia emocional y la voluntad de cambio. Al involucrar a todos los niveles —desde la dirección hasta el personal operativo— fomentamos una cultura de responsabilidad compartida.
- Transformación. Aquí aterrizamos proyectos medibles y de impacto real: establecer salarios dignos e igualitarios, implementar protocolos de cero tolerancia al acoso y desarrollar proyectos de sostenibilidad ambiental. Sólo con acciones tan concretas podemos lograr resultados tangibles.
Estas fases no son teoría: son el trayecto que he visto efectivamente implementarse en emprendimientos familiares y en empresas de mayor tamaño. Cada organización debe adaptar estas etapas a su realidad, sector y escala.
Estoy convencida de que también las micro y pequeñas empresas pueden —y deben— vivir la RSE como parte de su esencia. Su agilidad y cercanía con la comunidad les permiten generar cambios inmediatos: desde horarios flexibles para madres trabajadoras hasta alianzas con talleres locales para el reciclaje de residuos. Cuando estas iniciativas surgen del compromiso cotidiano, crean un efecto multiplicador en la sociedad.
En el marco del Día Mundial de la RSE, este 23 de abril, reafirmo mi convicción de que la empresa mexicana no puede seguir siendo valorada únicamente por su rentabilidad financiera. Su legado se medirá por la coherencia con la que viva sus principios, por su compromiso con la dignidad de las personas y por su aporte al bien común. La RSE no es un lujo ni un complemento: es una responsabilidad impostergable.
Una empresa que ignora el sufrimiento humano o el deterioro del entorno está condenada al rezago. Pero una empresa que asume su rol como agente de justicia, desarrollo y paz es una empresa que lidera con propósito. #OpiniónCoparmex