La pausa de 30 días en la aplicación de aranceles entre Estados Unidos y México representa mucho más que un intermedio diplomático; es una ventana crítica que determinará si 30 años de integración económica pueden resistir los nuevos desafíos de la intersección del comercio, la inmigración y la seguridad.
La magnitud de este bloque comercial es impactante: el comercio entre EU y México ha crecido de $100 mil millones a más de $800 mil millones de dólares anuales desde la conformación del TLC en 1994, y el de EU y Canadá de $242 mil millones a casi $800 mil millones. La región del T-MEC ha emergido como una potencia económica global, sirviendo a un mercado de 501 millones de consumidores y representando el 30% del PIB mundial, superando a otros bloques comerciales importantes como la Unión Europea y ASEAN.
Esta integración ha generado resultados importantes. Texas, si fuera una nación independiente, sería el segundo socio comercial más grande de México, con un comercio bilateral de $235 mil millones, casi el 35% del comercio total entre México y EU. En Michigan, el sector automotriz contribuye $304 mil millones anualmente a la economía estatal, con Canadá y México representando más del 75% de sus exportaciones vehiculares.
La creación de clústeres binacionales demuestra lo que está en juego. En Laredo-Nuevo Laredo, tres décadas de integración han creado el principal puerto de entrada de Norteamérica, procesando el 40% del comercio bilateral a través de una red de más de 1,500 empresas logísticas y de comercio y transporte en ambos lados de la frontera.
Los próximos 30 días son críticos para abordar tres prioridades inmediatas: fortalecer las medidas coordinadas de seguridad fronteriza sin impedir el comercio legítimo, establecer protocolos claros para gestionar futuros desafíos de seguridad sin interrumpir el comercio, y renovar el compromiso de alto nivel con los principios de integración económica regional. Avanzar en estos objetivos inmediatos permitirá establecer una base sólida para la revisión del T-MEC en 2026, donde se podrán incorporar los ajustes necesarios para fortalecer aún más la integración económica norteamericana y adaptarla a los desafíos emergentes del comercio global.
Las oportunidades de crecimiento en la región que se están generando en vehículos eléctricos y semiconductores, por nombrar algunas, podrían continuar cimentando el liderazgo global de Norteamérica. La Ley CHIPS ya ha encaminado más de $400 mil millones en inversiones del sector privado, mientras que el sector de vehículos eléctricos debe aprovechar las capacidades manufactureras de México, los minerales críticos de Canadá y la innovación estadounidense.
El camino hacia delante exige más que un equilibrio cuidadoso; requiere una visión compartida y coordinada. Si bien los desafíos de seguridad deben atenderse, las presiones a corto plazo no deben afectar una arquitectura económica que ha tomado tres décadas construir. Los próximos 30 años de integración comercial norteamericana podrían ser aún más transformadores que los últimos 30, pero solo si este momento crítico sirve para fortalecer, no debilitar, los cimientos de la cooperación regional.