El mundo se ve asediado por una pandemia autoritaria. Partidos y líderes extremistas de izquierdas y derechas van en ascenso y ponen en riesgo la convivencia civilizada dentro de las naciones y entre ellas. ¿Hay algo semejante a una vacuna contra este virus totalitario?
A diferencia de los científicos que trabajan en laboratorios para desarrollar y probar tratamientos y vacunas, en ciencias sociales carecemos de centros de experimentación similares, pero, a cambio, tenemos una fecunda fuente de evidencia empírica: la historia, de la que pueden extraerse valiosas lecciones.
Prescindir del conocimiento histórico en ciencias sociales es tan disparatado como pretender que haya ciencias exactas sin pruebas de laboratorio, sin observación, sin experimentación. Veamos entonces qué ha funcionado contra el totalitarismo en otros momentos.
La mayor destrucción de las democracias ocurrió en Europa con el ascenso del fascismo en Italia en los años veinte del siglo pasado y, una década después, con el arribo de Hitler al poder en Alemania. Tras la conflagración, la pobreza y la precariedad eran mayores que las que precedieron a la guerra y el comunismo se consolidaba en la Unión Soviética. ¿Cómo evitar otro infierno bélico, cómo ponerse a salvo de la palpable amenaza del fascismo y del comunismo?
La vacuna europea —aunque no solo ahí— fue el Estado de bienestar: un pacto político para dar seguridad material a los trabajadores y a sus familias. Partidos de origen socialdemócrata desde la izquierda y democristianos desde el centro derecha confluyeron en ese proyecto civilizatorio. Acordaron ampliar el acceso a la educación pública, a la salud pública, al transporte público, a sistemas públicos de pensiones. Se crearon mecanismos de protección frente a las inclemencias de la vida: la orfandad, la viudez, la vejez, la enfermedad, esas frente a las que el mercado, en más de dos siglos de existencia, jamás ha ofrecido una solución satisfactoria. Con el Estado de bienestar se dieron oportunidades de dignidad a los desposeídos de siempre. Se edificaron así las sociedades más libres y menos desiguales de la historia de la humanidad. Fueron economías prósperas sobre la base de un sólido acuerdo político: no fue la magia del mercado en lo que descansó la consolidación de sociedades con robustas clases medias, sino la mano visible del Estado redistribuyendo la riqueza y generando oportunidades para el progreso colectivo.
El resultado, no sin problemas, es el periodo más extenso de paz en el viejo continente. Ocho décadas sin conflictos armados.
El economista Thomas Piketty (Nature, Culture, and Inequality. A Comparative and Historical Perspective, 2024) cuenta la clave del desarrollo de la vacuna social contra el totalitarismo: una fiscalidad progresiva. Hace un siglo, después de la Primera Guerra Mundial y antes de la crisis de 1929, las principales economías europeas tenían una recaudación que se acercaba al 20 por ciento del Producto Interno Bruto, nada más, y con esos recursos el Estado jugaba un rol de guardián de la seguridad: se ocupaba de mantener el orden, cuidar de la propiedad privada, financiar a la policía y a los jueces, así como de soportar la capacidad de defensa militar. Pero el gasto en educación era mínimo, así como en salud o en seguridad social y pensiones.
Después de la Segunda Guerra, el Estado dejó de ser solo guardián para volverse social. La recaudación fiscal como porcentaje del PIB pasó rápidamente al 30 y luego al 40 por ciento, recuerda Piketty; hoy se sitúa en el 47 por ciento. Se aseguró así la cobertura universal en educación y en salud. Los pactos sociales son pactos económicos y, necesariamente, pasan por la política fiscal. (Por cierto, en recaudación fiscal, México va con un siglo de retraso frente a esos ejemplos). Además, hubo acuerdos para mejorar los salarios, lo cual dependió en buena medida de la capacidad de negociación de los sindicatos.
En los años recientes, en esas sociedades vuelve a crecer la desigualdad. Se debilitaron los sindicatos, se dan exenciones fiscales a las ganancias del capital y se practican recortes al gasto público que dañan el acceso a bienes y servicios públicos indispensables. Se retira la vacuna de la cohesión social y es cuando el virus totalitario logra avanzar en su contagio.
La lección de la historia ahí está: la seguridad interna de las democracias, la más importante para mantenerse en pie, es la seguridad social.