A Lenin se le atribuye haber apuntado que hay décadas en las que no ocurre nada y semanas en las que transcurren décadas. No cabe duda que el hito de los primeros 100 días de la presidencia de Donald Trump la semana pasada viene acompañado de algunas de las transformaciones más profundas, estructurales y demoledoras para la democracia de su país, pero también para el mundo, porque a diferencia del famoso refrán sobre Las Vegas, lo que ocurre en Estados Unidos no se queda en Estados Unidos.
La reseña de lo ocurrido en Washington y la Casa Blanca tras 100 días es a la vez asombrosa, alarmante y predecible, sobre todo porque sabíamos que el primer mandato de Trump, ciertamente un conato autoritario, era al final del día un ensayo improvisado, con reflejos innatos y ambiciones generales pero sin tiros de precisión; simplemente carecía de experiencia, no sabía qué hacía y había alrededor suyo un núcleo de ‘adultos en la habitación’. Hoy, con cuatro años a cuestas de diatribas, ataques ad hominem, mentiras, movilización, tiempo para planear (auxiliado esta vez por la extrema derecha ideologizada del país) y rodeado de sicofantes, Trump está rompiendo con todos los precedentes institucionales y constitucionales. La velocidad del cambio ha sido vertiginosa; el proyecto Trump 2.0 arrancó con todo desde el primer día y ha sido absolutamente implacable en la consecución de sus objetivos. Se puede afirmar con seguridad que los primeros 100 días de la segunda presidencia de Trump serán considerados los más trascendentales de la historia moderna. En tan solo estos tres meses, ha destrozado el andamiaje de seguridad de posguerra en Occidente y su premisa económica central. Ha desafiado todos los límites de lo posible como presidente, desacatando normas constitucionales y legales. Ha logrado someter a uno de los tres poderes del gobierno (el Legislativo) a sus caprichos y tiene al otro (el Judicial) bajo asedio constante, desmantelando de paso mecanismos de contrapeso, rendición de cuentas y regulatorios. Ha remodelado el gobierno federal, eviscerando a la burocracia civil de carrera, y ha sometido a algunas de las instituciones más poderosas de EU, arremetiendo contra universidades, museos y los nervios culturales de la nación. Nunca antes se había aplicado a la administración pública federal estadounidense con tanto éxito el edicto de “moverse rápido y romper cosas”. Como apunte de pie de página, uno incluso podría agregar que pocas veces México ha podido presumir de ser pionero y estar a la vanguardia en lo que respecta a Estados Unidos. Pero siempre hay una primera vez, porque la película que hoy corre en EU ya la vimos y vivimos durante los últimos seis años y pico en México.
Habrá quienes argumenten que lo que ocurre hoy en Estados Unidos es una especie de Test de Rorschach: mientras que los que nos oponemos a Trump vemos la destrucción de un sistema de democracia liberal, la mayoría de la derecha conservadora y la extrema derecha ven una corrección pendular largamente deseada. Pero independientemente de qué opine uno sobre lo que ocurre, está claro que muchos de los cambios de Trump serán perdurables. Se mire desde donde se mire, las instituciones liberales de Estados Unidos están siendo desmanteladas y Trump solo ha tardado 100 días en lograrlo. Para el conservadurismo de línea dura, es un triunfo de proporciones históricas, y es previsible que ningún candidato demócrata con aspiraciones serias para 2028 podrá prometer revertir toda esta destrucción y todos estos recortes. No obstante lo anterior, ¿podría todo esto terminar como el régimen -el napoleónico- que gestó la metáfora idiomática de “los 100 días” y que acabó desabarrancándose en la campiña belga cerca de Waterloo? Hay algunos indicios y contrapesos que apuntan a esta posibilidad.
Primero, están los mercados –y los directivos de empresas emblemáticas estadounidenses- que han obligado a Trump a recular, ajustar o girar en U con respecto a la imposición a mansalva de aranceles y la volatilidad e incertidumbre concomitantes. La semana pasada, Goldman Sachs recortó sus previsiones de crecimiento de EU en 2025 de 2.4 a 1.7 por ciento, con muchos economistas y bancos alertando sobre las posibilidades reales de una recesión económica en el país, en lo que es sin duda el peor autogol económico en la historia moderna estadounidense.
Segundo, y estrechamente vinculado a lo anterior y a la avalancha de medidas para desmantelar al gobierno federal y reestructurar la economía global mediante aranceles radicales, Trump ha vuelto a convertirse en el presidente impopular y polarizador que fue durante la mayor parte de su primer mandato. A sus 100 días, tiene el índice de aprobación más bajo de cualquier presidente en las últimas siete décadas. Si bien cierta erosión del apoyo es natural para la mayoría de los presidentes en el primer año de un mandato en la Casa Blanca y esas mismas leyes de gravedad política aplican en este caso, la luna de miel de Trump ha terminado abruptamente, calcinando rápidamente el capital político presidencial con el cual asumió el poder a fines de enero. Sus cifras de aprobación debieran ser particularmente preocupantes para él y el GOP en cuanto a su gestión económica, tema que en gran medida le dio la victoria en las urnas en 2024. Según la nueva encuesta de CNN, el 59 por ciento del público afirma que las políticas del presidente han empeorado la situación económica del país. Trump debería estar especialmente agitado por su imagen entre los independientes -quienes le dieron malas calificaciones en su manejo de la economía (-29 de aprobación neta) y aún peores en su política antinflacionaria (-51 de aprobación neta)- y los hispanos, estos últimos clave en brindarle el triunfo en el voto popular y en volver a ganar Arizona en el Colegio Electoral. Y a medida que más y más estadounidenses empiezan a sentir en sus bolsillos las consecuencias de sus políticas, es posible que recordemos sus primeros 100 días como el preludio de una presidencia históricamente impopular.
Tercero, los jueces se han erigido como un dique importante a sus políticas, sobre todo en materia migratoria, y con respecto al desmantelamiento y los recortes -encabezados por Elon Musk- de programas y servicios sociales gubernamentales de los que dependen cada vez más estadounidenses.
Cuarto, el exterior -y particularmente los comicios generales en Canadá la semana pasada- ha dado muestras de cómo confrontar a Trump y al trumpismo.
Y quinto, las elecciones intermedias que se ciernen sobre Trump y su partido el próximo año pueden pasarle una factura brutal, sobre todo en una Cámara de Representantes donde tienen una mayoría de tan solo cinco escaños. Trump está sobredimensionando el mandato que le otorgaron los votantes: si bien fue el primer republicano en ganar el voto popular en 20 años, su porcentaje de votos fue inferior al 50 por ciento, con el segundo margen de victoria (1.4 por ciento) más estrecho desde 1968. Y desde principios de la década de 1990, el partido del presidente en turno ha perdido al menos una rama del Congreso durante sus primeros dos años de mandato. Lo que distingue a la presidencia de Trump en esta ocasión, y lo que podría hacerlo aún más vulnerable políticamente, es que el Congreso, controlado por el GOP, ha subordinado su función de rama independiente del gobierno al Ejecutivo. Para rematar, Trump ha caído en la trampa -común en presidentes recién electos- de no comprender la diferencia entre el espectáculo de una campaña y la labor de un gobierno exitoso.
Si bien solo un ingenuo haría predicciones sobre lo que podría suceder yendo hacia adelante en este volátil entorno político, con Trump hay que esperar lo inesperado, y luego esperar aún más de lo mismo. Y para principios de septiembre, Trump ya no podrá culpar a Biden por sus problemas; será dueño y único responsable, para bien o para mal, del estado del país. Los efectos de estos 100 días no se disiparán: podrían llegar a tener un efecto tectónico y estructural real. Edward Gibbon, historiador británico del siglo 18, publicó su obra maestra sobre el declive y la caída del Imperio Romano en 1776, el año de la declaración de Independencia de EU. Casi 250 años después, Trump podría estar transicionando de ser síntoma del declive del imperio estadounidense a ser -con estos 100 días de furia, caos, escándalo, incertidumbre, kleptocracia, kakistocracia, vandalismo y distractores con espejos y humo- el detonador de su eventual caída.