Directora del Think Tank Early Institute.

Todos somos uno

Todos tenemos hambre de caricias, pero hay que distinguir entre las que nos aportan y alimentan de las que no. En este sentido es esencial contar con una educación emocional que nos dé confianza y equilibrio.

Hay transacciones que van más allá del tema económico. Una de ellas está vinculada a la salud emocional y, en particular, a la dotación de caricias que brindamos o dejamos de dar por diferentes motivos. Una caricia no necesariamente se limita a un acercamiento físico, sino puede ser a través de palabras amables, halagos, cumplidos o expresiones positivas.

El psicólogo Claude Steiner (1935-2017) formuló la teoría de la economía de las caricias para referirse a los condicionamientos que nos impiden dar y pedir caricias, o bien, nos imposibilitan aceptar o hasta rechazar aquellas que no deseamos.

Según Steiner, liberarnos de la economía de las caricias nos ayudará a fortalecer nuestra educación emocional, al satisfacer nuestra necesidad de caricias. Una caricia no es sólo una demostración de carácter físico (contacto piel con piel, abrazos, sonrisas, miradas) también son las palabras que emitimos y actitudes que se traducen en empatía, atención y apoyo.

En la teoría de Steiner todos necesitamos caricias que nos den aliento en cada etapa de nuestra vida, sin embargo, solemos echar a andar mecanismos que no nos permiten ofrecerlas o recibirlas. Estos procesos que nos limitan se van construyendo desde la infancia, por habitar en un entorno hostil, en donde se nos habló con palabras hirientes o fuimos maltratados. O quizá, simplemente no sabemos cómo compartirlas y aceptarlas. Entonces, con el tiempo creemos que una caricia puede estar fuera de lugar o que no nos la merecemos. El reto está en romper con esas creencias y comenzar a abrir nuestro corazón para vincularnos con los demás de un modo más cálido y amoroso.

Para Steiner hay varios pasos para eliminar las barreras de la economía de las caricias. El paso inicial es pedir y dar permiso antes de iniciar una comunicación emocional. Frases como: "¿Podría compartirte algo que me gusta de ti?" o "Me sentí molesto por algo, ¿te puedo decir?" ayudan a establecer el terreno adecuado. Una vez autorizados, podremos dar caricias, las cuales tienen que ser sinceras y auténticas. No se trata de hablar por hablar. Si somos capaces de brindarlas también podremos recibirlas sin que esto nos ocasione sentimientos de culpa, miedo o vergüenza. En este punto, es vital aprender a rechazar aquellas expresiones (físicas o verbales) que no queremos, aunque parezcan bien intencionadas. Por ejemplo, cuando obligamos a niños, niñas y adolescentes a recibir besos o abrazos –pese a su incomodidad– estamos faltando respeto a sus necesidades y, en algún momento, podrían no saber cómo negarse a conductas quizá más peligrosas. Por otro lado, también es fundamental aprender a tratarnos con amor, paciencia y amabilidad, es decir, saber acariciarnos.

De acuerdo con Steiner, todos tenemos hambre de caricias, pero hay que distinguir entre las que nos aportan y alimentan de las que no. En este sentido es esencial contar con una educación emocional que nos dé confianza y equilibrio para saber manejar este tipo de recursos sociales.

Debido a que toda vida humana merece ser reconocida y amada, en Early Institute hacemos un llamado para fortalecer la inteligencia emocional, principalmente a partir del cuidado en la primera infancia. De este modo, estableceremos las bases para la construcción personal y la adecuada interacción con el entorno social.

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