Sin dejar a nadie atrás

¿Y los carros voladores?

La esperanza de la automatización resulta un camino más fácil en un contexto de altos impuestos y pocos estímulos para las empresas más pequeñas: las empresas familiares, que en nuestro país y en el mundo son la mayoría.

Se respiraba una atmósfera emocionante en la conferencia de la Universidad de Dartmouth. Estuvieron reunidos ingenieros, matemáticos y científicos de diversas disciplinas para colaborar en el futuro de la inteligencia artificial. El Premio Nobel de Economía Herbert Simon anticipaba que “en veinte años las máquinas serán capaces de todo lo que los humanos pueden hacer”. Era el verano de 1956.

Todavía en 1970, algunos de los asistentes al taller en Dartmouth aseguraban que “en tres u ocho años tendremos máquinas con la misma inteligencia que un humano”. Y aun cuando en 1974 el gobierno estadounidense decidió dejar de financiar proyectos de IA, el interés resurgió con fuerza en los ochenta. En 1990 llegaba el tercer invierno: altas expectativas, magros resultados; la prensa y la industria prefirieron no hablar del tema. Nosotros, desde que se estrenó ChatGPT a finales de 2022, no hemos dejado de escuchar que es cuestión de tiempo para que la IA reemplace a las personas en todos sus empleos, desde los más rutinarios hasta los de mayor pericia intelectual.

Pero hay una historia paralela: la de la UM, o “utilidad de la máquina”, que demuestra la existencia de caminos alternativos para cualquier tecnología. En 1968, durante “La madre de todas las demostraciones”, una conferencia organizada en la Universidad de Stanford, la algarabía era similar. La prensa de entonces reportó a Douglas Engelbart “disparando rayos de las manos”, una “experiencia religiosa” que mostraba al mundo lo que podía hacer la tecnología por la sociedad con la presentación del mouse, el primer prototipo del ratón de computadora.

A diferencia del taller en Dartmouth, el objetivo de la conferencia en Stanford no era alcanzar la paridad con la inteligencia biológica, sino aumentar, mediante la tecnología, el potencial humano. Aunque los integrantes de ambas reuniones constituían una selección de las mentes más brillantes, diferían en la visión que los animaba. Los proponentes de la IA buscaban simular la mente humana, mientras que los de la UM querían empoderarla. Estos últimos encuentran en la disimilitud entre las máquinas y los hombres el potencial de su compañerismo, enfocándose en su interacción y centrando su diseño en la utilidad que pueden brindar a las tareas humanas. Cada que damos un clic, compartimos la promesa de esa concepción.

¿Por qué no integrar la UM con lo mejor de la IA? Para empezar, porque es más caro: la reducción de costos es la lógica que impulsa a la IA en su versión menos consciente. La esperanza de la automatización resulta un camino más fácil en un contexto de altos impuestos y pocos estímulos para las empresas más pequeñas: las empresas familiares, que en nuestro país y en el mundo son la mayoría. Para volver atractiva la UM, las autoridades deben entender los predicamentos de estos negocios que batallan por llegar a fin de mes. Son necesarios incentivos para que las empresas mejoren la productividad mediante la capacitación y el empoderamiento de sus trabajadores, empezando por eliminar cargas fiscales regresivas como el impuesto sobre la nómina, que solo alimentan la ilusión de remplazar a las personas con computadoras.

Para que la tecnología encuentre un lugar al servicio de sus usuarios, las instituciones deben reflejar el mismo compromiso. Y más que exprimirnos, harían bien en reconocernos como sus aliados. Porque hasta las máquinas saben que no hay futuro sin nosotros.

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