Sin dejar a nadie atrás

¿Empresarios robot?

Las reformas que las empresas impulsen deberán partir de la armonía que dirija la tecnología lejos de las amenazas del reemplazo.

La fábrica del futuro tendrá solo dos empleados: un hombre y un perro. El hombre alimentará al perro. El perro se encargará de mantener alejado al hombre de tocar las máquinas. La frase, que comenzó como un chiste en los setenta, ha sido citada en discursos de graduación y en libros de management, repetida tanto por economistas preocupados como por líderes tecnológicos entusiasmados, y utilizada para ironizar, pero también para augurar, el papel del trabajo en nuestra economía. En una fábrica como aquella, la producción promedio por trabajador sería muy alta, lo que, en otros contextos, animaría la contratación de más personal. Sin embargo, la automatización de nuestra fábrica imaginaria está tan arraigada que la diferencia entre uno o más trabajadores —su productividad marginal— es nula: bien podría prescindir de sus dos únicos empleados. En la fábrica del futuro, la producción promedio es tan alta que confirmaría la hipótesis de que el uso de la tecnología aumenta la capacidad de las empresas para generar riqueza, eficientando el uso de sus recursos. No pasa lo mismo con la productividad marginal y las teorías sobre cómo los cambios tecnológicos producen bienestar, pues esto depende del crecimiento del empleo, los salarios y la mejor distribución de las ganancias, elementos que requieren negociación y una agenda compartida.

Quienes promueven la idea de que la fábrica del futuro es una realidad inexorable se dedican a impulsar medidas como el Ingreso Básico Universal (IBU), anticipando dimensiones masivas de desempleo. Sam Altman, fundador de OpenAI, ha financiado el estudio más extenso hasta la fecha sobre el IBU como parte de un mantra corporativo que ya se ha vuelto cotidiano: el irremediable triunfo de la IA. No hay que pasar por alto que el IBU no es un eufemismo para la asistencia social como la entendemos normalmente, pues no se trata de un seguro de desempleo, sino que implica que también los empleadores desaparecerán. La fábrica del futuro no es tan solo una empresa que prescinde de sus trabajadores; en el mundo de Altman, los empresarios también han sido automatizados. Carle Conway, industrial norteamericano y “héroe del capitalismo” (según la escuela de negocios de Harvard), solía advertir que nadie que se dedicase a los negocios sería tan ingenuo como para pensar que las administraciones empresariales deseaban la negociación colectiva u otras reformas ganadas por los trabajadores durante el siglo XX. Pero añadía: “¿no es también cierto que el mejor entendimiento de los fundamentos básicos de la lucha entre los empleadores y los trabajadores puede llevar a la armonización de los dos puntos de vista hacia un objetivo común y hacer que las reformas operen en favor de los intereses tanto de los trabajadores como de los empresarios?”.

En el siglo XXI, la visión de los dueños del cloud capital obliga a una estrategia compartida entre los empresarios y los trabajadores para promover mejores condiciones y la creación de nuevas tareas para ambos. Ante la próxima etapa en la era de la automatización, las reformas que las empresas impulsen deberán partir de la armonía que dirija la tecnología lejos de las amenazas del reemplazo. La felicidad del futuro no será la que imponga una visión unilateral de la tecnología, sino aquella que las relaciones empresariales trabajen juntas, sin dejar a nadie atrás.

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