La semana pasada el director de Grupo Salinas publicó una columna donde habló sobre “el verdadero propósito del empresario”. Decía que, aunque visiones hay muchas, la suya es la de un empresario exitoso: su papel no consiste solamente en ganar dinero o en servir a la comunidad, sino en realizar los sueños con el dinero obtenido de manera creativa y legal, beneficiando a los consumidores. Es decir, el empresario debe aspirar a satisfacer sus proyectos mediante las ganancias que brinda la libre empresa y que, como consecuencia natural del intercambio, beneficia a la comunidad. Lo anterior me hizo reflexionar y preguntarme por el papel de la empresa. ¿Es tan solo el medio por el cual los individuos obtienen lo que desean? ¿Es la empresa el instrumento de nuestros propósitos personales?
Estamos atravesando tiempos paradójicos porque, ante el impresionante flujo de noticias sobre los avances en ciencia y tecnología, sería lógico esperar que los índices económicos sobre la productividad y el crecimiento económico estuvieran por las nubes, y no es así. Desde 1970, la productividad total de los factores (PTF) –que mide qué tan eficientemente se utilizan los recursos en la producción más allá del trabajo y el capital– ha sufrido un declive sostenido: en el mejor de los casos, la productividad está descendiendo lentamente, como en los Estados Unidos, mientras que en los peores, la productividad se ha estancado apenas por encima del 0 por ciento. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), “las expectativas para el crecimiento a mediano plazo se han revisado a la baja a través de todos los grupos de ingresos y todas las regiones”. El análisis sobre productividad del Centre for European Policy Studies muestra que en Europa, el aumento de las horas trabajadas desde la década de los setenta no ha frenado el descenso de los índices de la PTF y del PIB. México, por su parte, experimenta una tasa negativa en su productividad desde 1980.
Los economistas han ofrecido diversas explicaciones para esta situación. Algunos consideran que la saturación de información es una de las causas de la baja productividad; argumentan que dispersarse entre tantas posibilidades obstaculiza la toma de decisiones. Por otro lado, nos hemos apresurado tanto en implementar nuevas tecnologías que no estamos preparados para enfrentar sus consecuencias. El efecto de las redes sociales en el bienestar, por ejemplo, continúa motivando investigaciones médicas (y audiencias judiciales) que encuentran en ellas amenazas para la salud en todas las edades. Es aquí donde hay que preguntarnos si la empresa es, de hecho, la representación misma de nuestros sueños –y también de nuestras sombras.
Si entendemos a la empresa como una causa en sí misma, como el escenario donde llevamos a cabo nuestros ideales y nos desarrollamos como personas, podemos encontrar una clave para comprender el papel del empresario en la ralentización de la productividad mundial. Etimológicamente, la palabra “éxito” significa “salida”, específicamente de un sitio cerrado o amurallado, por lo que el éxito radicaría en abandonar nuestros prejuicios, en escapar de las ilusiones que impiden alcanzar nuestros verdaderos objetivos. La empresa es la proyección del mundo que deseamos, su creación es el propósito del empresario. Una mirada rápida a la cartelera hollywoodense basta para darse cuenta de que no enfrentamos una crisis en la productividad, sino una escasez de creatividad. Hemos sido cautivados por nuestros sueños, pero la empresa podría ser el lugar donde despertamos. Platicaremos más sobre esto la próxima semana.