Entre 2019 y marzo de 2020, como resultado del programa migratorio estadounidense 'Protocolo de protección a migrantes' (MPP), más de 60 mil personas fueron obligadas a esperar a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos por una respuesta de asilo que, para la gran mayoría, nunca llegó.
En marzo de 2020, tomando como excusa la pandemia de COVID-19, el programa fue suspendido y la frontera cerrada. Mientras tanto, estas personas y sus familias seguían esperando y se exponían a la alta inseguridad en estados como Tamaulipas, declarado por la Secretaría de Estado de EU como nivel 4 de riesgo, el más alto en su clasificación, similar a países en conflicto como Siria y Yemen.
Con la pandemia, estas personas se quedaron aún más vulnerables y sin otra opción más que sobrevivir en la desgastante espera de la reapertura de la frontera. Ocho meses más tarde, sigue cerrada.
En marzo, la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, llegó a tener unos 2 mil 200 solicitantes de asilo dentro de un campamento que se estableció a pocos metros del puente internacional. Todos tenían la esperanza de encontrar protección en Estado Unidos, después de haber sufrido violencia, extorsión o secuestro en sus países o a lo largo de sus diferentes rutas a través de México.
Sin embargo, debido al 'muro' administrativo, a la inseguridad y a la precariedad, cientos de ellos se han ido de este campo. La desesperación los ha llevado a buscar otros refugios en la región, los ha empujado a cruzar el río, a regresar a la violencia de la que estaban huyendo o, incluso, a perder la vida.
Ahora, finales de octubre, cerca de 700 personas siguen esperando en este sitio improvisado al aire libre la reapertura de la frontera y los procesos de solicitud de asilo. A pesar del tiempo transcurrido, las condiciones en que sobreviven los que se han quedando no han evolucionado sustancialmente y siguen amenazando diariamente su salud física y mental.
Médicos Sin Fronteras (MSF), desde el inicio de la implementación del MPP en Matamoros, ha prestado sus servicios de salud al interior del campamento. Desde esta posición, MSF ha sido testigo del sufrimiento causado por las sucesivas decisiones políticas entre los solicitantes de asilo, quienes solo buscan dignidad, protección y un futuro, como lo haría cualquier otro ser humano en su caso.
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Una serie de tiendas de campaña, ubicadas en la única zona con sombra del campamento. Desde hace más de un año, familias enteras malviven aquí. En estas condiciones de hacinamiento, las recomendaciones para prevenir el COVID-19, como mantener la "sana distancia", han sido imposibles de implementar
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Solicitante de asilo lavando ropa en uno de los puntos de agua establecidos en el campamento. Estos puntos se abastecen hasta cuatro veces al día, en especial cuando la temperatura sube a más de 40 grados centígrados.
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Familia de solicitantes de asilo, después de desayunar. En el campamento se puede constatar esta escena todos los días: grupos de personas sentadas juntas, platicando o viendo a la nada. Solo esperan que pasen los días para tener noticias sobre sus procesos de solicitud de asilo en Estados Unidos que llevan largos meses congelados
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A lo largo de todo el campamento, las familias delimitan de manera improvisada los espacios de sus tiendas de campaña. Utilizan materiales como bolsas de plástico, lonas o cobijas viejas para protegerse de los fuertes vientos, lluvia y los intensos rayos de sol.
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Solicitantes de asilo recogen una vez por semana productos de aseo como cloro, desinfectante y detergente, para limpiar las zonas donde viven e intentar prevenir la propagación del COVID-19.
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A causa de la pandemia, las niñas, los niños y los adolescentes se han quedado sin actividades recreativas durante el día. No cuentan con ninguna actividad educativa. Se dedican, entonces a ayudar a sus familias, recolectando leña, que es distribuida diariamente, y cortándola antes de las horas de comida.
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A causa de las altas temperaturas, se pueden ver a niñas y niños durmiendo en sus tiendas de campaña para protegerse del intenso calor y evadir el aburrimiento de solo esperar.
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En el campamento se instalaron diferentes puntos de agua para el lavado de manos. En dichos puntos se puede constatar el material de promoción de salud para el correcto lavado de manos, así como información de personas desaparecidas que vivían en el campamento y estaban a la espera de su proceso.
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Equipo de MSF ofreciendo charlas de promoción de salud dentro de la clínica instalada en medio del campamento.
A causa de la pandemia, las charlas enfocadas en temas como salud sexual y reproductiva, prevención de COVID-19, dengue y salud mental, se organizan solamente con un número reducido de personas para mantener la sana distancia.
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Un promotor de salud de MSF platica con un par de niñas que esperan junto con sus familias la reapertura de la frontera.
En agosto se estimó que hasta mil 600 personas vivían en el campamento. Ahora se observan grandes vacíos. Muchas personas han huido de la ciudad por temor, otros han intentado de cruzar la frontera por otros medios o incluso han retornado a su lugar de origen.
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Debido a la pandemia, el campamento fue cercado con una reja ciclónica. Las personas que viven ahí ya no cuentan con la misma libertad de salir, usar el agua del río Bravo para lavar ropa o buscar leña por su cuenta, ahora dependen de donaciones que llegan durante el día.
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Elizabeth* cargando a su hijo Carlos*. Elizabeth, embarazada, decidió cruzar la frontera nadando el río Bravo. Al ser capturada por la patrulla fronteriza de Estados Unidos, empezó su labor de parto y dio a su hijo. Dos días después ambos fueron deportados a México con la indicación de esperar su proceso de solicitud de asilo en nuestro país.
Carlos, a pesar de haber nacido en Estados Unidos, fue devuelto al país del que su familia busca huir.
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Mercedes, médica de MSF, realizando la primera atención postnatal a Carlos.
El equipo médico tuvo que movilizarse a la carpa de la familia de Carlos, quienes ya no pueden vivir en el campamento por haber intentado cruzar por el río. Actualmente rentan una pequeña casa en la ciudad, pero la atención médica y apoyos de otros servicios solo los pueden recibir en el campamento.
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La médica de MSF explica a Elizabeth, durante consulta de atención postnatal, los cuidados básicos que tiene que tener con su hijo recién nacido.
Esta nota es de MSF y se publica bajo una alianza editorial con El Financiero para difundir el trabajo de la institución.
Médicos Sin Fronteras fue fundada en Francia en 1971 por un grupo de médicos y periodistas. Ganaron el Premio Nobel de la Paz en 1999 por su labor humanitaria en varios continentes. MSF tiene operaciones en más de 70 países, entre ellos México, donde la oficina se estableció en 2008.
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