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A meses de explosión en Beirut, crisis humanitaria se agrava en Líbano

Un cúmulo de problemas, entre los que se encuentran la pandemia y una crisis económica, ha hecho que los precios de productos básicos sean inalcanzables para miles de refugiados.

Durante el año pasado, Líbano atravesó múltiples problemas: la peor crisis económica y financiera del país en décadas; un levantamiento popular que se convirtió en agitación política; la pandemia de COVID-19, y en agosto, una explosión que destrozó Beirut, dejando miles de heridos, cientos de miles de desplazados y la infraestructura devastada.

Estas crisis superpuestas han aumentado las necesidades de la población; empujado a miles de personas a la pobreza, e impactado en el acceso de las personas a la atención.

La situación se suma a las situaciones de desplazamiento prolongado, con el país albergando a casi 880 mil refugiados sirios, según ACNUR, y un estimado adicional de 174 mil refugiados palestinos.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), más de la mitad de la población del Líbano vive ahora por debajo del umbral de pobreza. En noviembre de 2020, la tasa de inflación interanual aumentó 133 por ciento según datos oficiales, registrando la inflación más alta desde las secuelas de la guerra civil del país (que terminó en 1990), mientras que la libra libanesa ha perdido alrededor de 80 por ciento de su valor desde octubre de 2019.

Las presiones socioeconómicas hacen que el costo de los artículos básicos, incluidos los alimentos, sea cada vez más difícil de pagar para muchos, y el precio de los medicamentos sea prohibitivo para los grupos vulnerables, como los refugiados sirios y palestinos, los trabajadores migrantes y trabajadores del sector informal que ya tenían problemas para pagar los costos de salud.

A medida que crece la pobreza en el Líbano, más personas se han vuelto dependientes del sistema de salud pública porque ya no pueden pagar la atención médica privada. La pandemia de COVID-19 y la explosión de agosto han ejercido más presión sobre el ya frágil sector de la salud pública, que enfrenta crecientes rupturas de suministros médicos y medicamentos esenciales, como medicamentos para enfermedades crónicas, y deja en riesgo a los más vulnerables del país.

Esa población es la más afectada: las personas con afecciones preexistentes y / o que no tienen redes de seguridad, como pacientes con enfermedades crónicas, ancianos, refugiados, personas con discapacidades y trabajadores migrantes, están expuestas a mayores riesgos de salud. A través de sus actividades de salud en todo el país, Médicos Sin Fronteras (MSF) es testigo directo de este deterioro de la situación:

Valle de Bekaa

"Al final del mes, no queda dinero para medicinas".

Ahmed, de 34 años, es padre de cuatro. Él y su familia llegaron al Líbano en 2015, desde Flitah en Siria. Desde entonces, han estado viviendo en un asentamiento informal de tiendas de campaña en las afueras de Arsal, una ciudad al norte del valle de Bekaa, cerca de la frontera con Siria.

Hoy, Ahmed vino con sus dos hijas y su esposa a la clínica de MSF en Arsal. Su hija menor, Zeinab, de 18 meses, fue diagnosticada con anemia hace unos cuatro meses.

"Se veía muy enferma. Estaba muy pálida y comía muy poco ", dice Ahmed. "El médico le recetó un suplemento de hierro y nos aconsejó que le diéramos más verduras y frijoles, ya que ya no podemos pagar la carne".

La anemia está relacionada con la deficiencia de hierro y es común entre las personas que tienen un acceso limitado a ciertos tipos de alimentos, como la carne o los guisantes.

Ahmed solía ser pastor antes de llegar al Líbano. Debido al dolor de espalda, tuvo que dejar de trabajar, pero de vez en cuando ayuda a su tío a cuidar el rebaño en las montañas alrededor de Arsal. Desde que la crisis económica golpeó al Líbano, la familia de Ahmed ha luchado cada vez más para comprar artículos básicos.

"Antes, un kilo de carne costaba 17 mil libras libanesas, pero ahora cuesta alrededor de 60 mil libras libanesas", cuenta. "Es lo mismo para el té, el azúcar e incluso vegetales como los tomates. Todo se ha vuelto al menos cuatro veces más caro y solo está empeorando. Al final del mes, no queda nada para ropa o juguetes para los niños ni para medicinas. Ahorramos todo nuestro dinero en comida y combustible, sobre todo ahora durante el invierno".

Arsal se encuentra a mil 500 metros sobre el nivel del mar. La nieve y las temperaturas bajo cero son bastante comunes durante los fríos meses de invierno.

Mientras Ahmed espera que sus hijas, Zeinab y su hermana Fatima, de seis años, vean a un médico, su esposa, Halima, quien también tiene anemia, asiste a una consulta prenatal con la partera. Su quinto hijo nacerá en dos meses, una boca extra que alimentar para el presupuesto ya limitado de la familia.

"Toda nuestra familia se beneficia de los servicios médicos en esta clínica, incluso mis padres, quienes padecen enfermedades crónicas. Ellos también vienen aquí para recibir tratamiento", indica Ahmed.

Durante la consulta, el médico observa que el estado de Zeinab ha mejorado, pero que Fatima ha contraído una infección respiratoria. Las precarias condiciones de vida de la familia, un refugio hecho con bloques de cemento y láminas de plástico, probablemente hayan contribuido al estado de salud de la niña. Sonriendo tímidamente, Fatima confiesa que le gustaría ser doctora cuando sea mayor. "Me preocupa el futuro de mis hijos, pero espero que si van a la escuela y aprenden a leer y escribir, puedan tener una vida mejor", explica Ahmed.

Beirut

"Estamos tan cansados".

Tawfik es un refugiado palestino de 70 años. Está casado con Hanadi, una mujer siria, y viven en Chatila, un campo de refugiados densamente poblado en Beirut. Se establecieron en el Líbano con su familia en 2011 después de huir de su hogar en Yarmouk, Siria. La familia de Tawfik depende completamente del apoyo de las agencias de la ONU y las organizaciones humanitarias para sobrevivir.

La vida no ha sido fácil para Tawfik y Hanadi, quienes perdieron a un hijo en el conflicto sirio y llevan 10 años sin noticias de otro de sus hijos. Cuando llegaron al Líbano, no esperaban tener que superar aún más dificultades. Sin embargo, hace siete años, tras una grave infección en la pierna, Tawfik se enteró de que tenía diabetes. Las complicaciones de la herida llevaron a una amputación.

"En Siria, solía trabajar como alicatador, pero ahora con mi condición, no puedo hacer nada para mantener a mi familia. Todos nuestros hijos están desempleados. Sin la ayuda que recibimos de organizaciones benéficas, ni siquiera sé cómo sobreviviríamos ", relata Tawfik, quien vive en el tercer piso de un edificio decrépito con su esposa, su hijo menor, una de sus hijas y sus dos hijos.

La reciente inflación de los precios ha hecho cada vez más difícil para la familia llegar a fin de mes. "Una vez que pagamos el alquiler y la electricidad, no queda casi nada para la comida. Estamos luchando por comprar artículos básicos como tomates o pollo. Una vez cada dos semanas, compramos 200 gramos de carne que compartimos. De lo contrario, nuestras comidas se reducen a yogur, queso y patatas. Y todavía tenemos que pedir dinero prestado a veces, para terminar el mes", explica.

Las manos de Tawfik están temblando, un síntoma de su hipoglucemia. "A veces sucede cuando nos saltamos las comidas", dice. Tawfik debe tomar insulina todos los días, además de otras seis píldoras, para ayudar a controlar su diabetes e hipertensión. MSF le proporciona todos los medicamentos de forma gratuita, pero su salud sigue siendo inestable. La mala alimentación, la falta de actividad física y el estrés son factores de riesgo bien conocidos para las personas que viven con diabetes.

"Me siento completamente deprimido e inútil. La situación económica del Líbano es un desastre. Solo espero que no terminemos en las calles", declara Tawfik. "Estamos tan cansados", agrega Hanadi, su esposa, incapaz de contener las lágrimas mientras habla.

"Ha sido un momento estresante para todas".

Thérèse, de 85 años, vive en Karantina, un barrio cerca del puerto de Beirut que se vio muy afectado por la enorme explosión del 4 de agosto pasado. Aunque solo resultó levemente herida, su apartamento resultó dañado por la explosión. Su máquina de coser se rompió, privándola de su única fuente de ingresos. Desde entonces, esta exsastre se ha apoyado principalmente en la solidaridad comunitaria y la asistencia humanitaria para satisfacer sus necesidades básicas.

"Mi máquina de coser ha estado conmigo desde 1973. Dos años después, mi esposo murió. Esta máquina es como una compañera de vida para mí. Desde la explosión, he intentado repararla, pero es un modelo antiguo, así que no encuentro las piezas adecuadas", detalla.

"La explosión destruyó todas las ventanas de mi apartamento. Estaba en el balcón cuando sucedió y me tiraron al suelo. Me sangraba la cabeza y me había lastimado la pierna con un vidrio roto. El impacto de la caída también empeoró mi dolor de espalda. Algunos estantes y mi cama estaban rotos. Es por eso que ahora duermo en el sofá de mi sala de estar y uso el dormitorio para guardar todos los muebles dañados. Estoy cosiendo cortinas nuevas a mano con telas viejas para reemplazar las que se destruyeron", dice.

"Todavía estaba haciendo algunos pequeños trabajos de costura antes de la explosión, a pesar de que tenía algo de dolor de espalda y disminución de la vista. Mi hijo también me estaba apoyando, pero su empresa redujo su horario de trabajo después de la explosión y ahora gana solo la mitad de su salario anterior. Tiene que cuidar de su propia familia, así que no puede ayudarme más. Tengo algunos ahorros y estoy recibiendo asistencia en efectivo de una organización internacional. Una asociación local también me trae cajas de comida varias veces a la semana. Apenas puedo caminar y rara vez salgo, pero mis vecinos me están ayudando mucho. Algunos antiguos clientes también pasan de vez en cuando para ver cómo estoy. Con todo, me las arreglo para pasar", agrega.

"Cuando vino el médico de MSF, me dijo que tenía diabetes. Nunca tuve diabetes antes. Mi hipertensión también ha aumentado últimamente. Creo que todo esto está relacionado con la explosión. Estoy teniendo mucho cuidado de tomar mis medicamentos todos los días y comer sano porque no podría pagar los honorarios del hospital si tuviera algún problema médico grave", dice.

"Ha sido un momento estresante para todas, pero ya soy mayor y siento que he tenido una buena vida. Sin embargo, para las generaciones más jóvenes, no sé qué pasará. Tenemos que mantener la fe", concluye.

Esta nota es de MSF y se publica bajo una alianza editorial con El Financiero para difundir el trabajo de la institución.

Médicos Sin Fronteras fue fundada en Francia en 1971 por un grupo de médicos y periodistas. Ganaron el Premio Nobel de la Paz en 1999 por su labor humanitaria en varios continentes. MSF tiene operaciones en más de 70 países, entre ellos México, donde la oficina se estableció en 2008.

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