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Hace unos días vi en la prensa una nota sobre un índice para crear una familia (Raising a Family Index) realizado por Asher & Lyric (www.asherfergusson.com/) en donde con datos de la OCDE y otras fuentes, evalúan 35 países en función de seis categorías: Seguridad, Felicidad, Costo de vida, Salud, Educación y Tiempo de atención familiar.
La metodología consiste en dar valores positivos y negativos a diferentes indicadores en cada categoría; por ejemplo: para obtener el índice sobre seguridad incluyen homicidios por cada 100 mil personas, el índice de orden y legalidad, el índice de derechos humanos, etc.; para la categoría de felicidad incluyen: el índice de libertad, la tasa de suicidios, entre otros.
A reserva de poder dedicar más tiempo en el análisis y revisión de la metodología, los resultados de este índice son interesantes y desafortunadamente para México, de cierta forma, esperados.
Un país con un alto índice implica que tiene condiciones muy favorables para crear una familia, esto es, tiene altos índices de seguridad y de salud, un ambiente que propicia felicidad, costos de vida razonables, con un buen sistema de salud, educación de calidad y en donde los padres pueden dedicar suficiente tiempo al cuidado y atención de sus familias.
Así pues, según este estudio, los cinco países de la OCDE con los mejores índices para tener una familia son (1) Islandia, (2) Noruega, (3) Suecia, (4) Finlandia y (5) Luxemburgo. Por el contrario, los cinco países con los índices más bajos son: (35) México, (34) Estados Unidos, (33) Chile, (32) Turquía y (31) Bulgaria. Sorprendentemente para muchos, los Estados Unidos están en penúltimo lugar.
De acuerdo con el análisis, Estados Unidos tiene calificaciones bajas en las categorías sobre el costo de vida, seguridad, salud y tiempo que pueden dedicar los padres para atender a sus familias. México, ocupa el último lugar, y estamos bajos en todas las categorías, particularmente en seguridad, salud y educación de calidad es en donde más bajos estamos respecto al resto de los países.
Creo que en términos generales podemos estar de acuerdo que en México – por cualquier forma que se mida – tenemos bajas calificaciones en seguridad, salud y educación de calidad; y, si en algo estamos de acuerdo es en que el estado debe tener hegemonía en el uso de la fuerza para mantener bajos niveles de inseguridad; también estamos de acuerdo en que el estado tenga una política social efectiva para asegurar niveles razonables de bienestar y de salud, y no se diga más sobre la educación, que tenemos décadas de rezagos permanentes que nos impiden asegurar los niveles y estándares de calidad deseables.
Claro está que sería injusto culpar a la actual administración federal de las fallas acumuladas en estos tres temas; sin embargo, tampoco vemos con claridad una estrategia para enderezar el rumbo. La crisis económica está incrementando el desempleo, la informalidad y la inseguridad.
La pandemia del COVID-19 está mostrando, por un lado, lo débil que es nuestro sistema de salud, y por el otro está presionando al inefectivo sistema educativo público que está lejos de la modernidad y carece de la tecnología suficiente para asegurar y mantener una educación de calidad, particularmente en el nivel básico.
Muchos podrían pensar que no es muy adecuado compararse con países como Finlandia, Noruega o Suecia, porque nos llevan muchas décadas de desarrollo, no sólo en lo económico sino en lo social y político; pero creo que precisamente ese es el punto clave, los años que llevan de crecimiento y desarrollo sostenido, con sistemas educativos de avanzada, con una sociedad fuerte y desarrollada que atesora libertades y está comprometida con la democracia y con el balance del poder para asegurar la sostenibilidad de un sistema político y económico perfectible de generación en generación.
En otras palabras, creo yo, que son países que tienen una aspiración de nación que les permite visualizar con mayor claridad el camino que deben tomar en sus decisiones colectivas.
Tristemente no veo que tengamos claridad en las decisiones que tomamos, porque no tenemos una aspiración clara del país que queremos para los próximos años. Urge una visión progresista que motive y unifique y no que destruya y divida. El cambio de un régimen no es una visión, la destrucción de instituciones no puede ser una aspiración de país.
Opine usted: ppenia@tec.mx
El autor es Decano Asociado de Educación Continua de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno, del Tec de Monterrey.
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