El Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres, que se celebra el 28 de mayo, es una fecha clave en la agenda feminista y de derechos humanos. Fue instaurado en 1987 por la Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe (RSMLAC), con el objetivo de visibilizar y exigir el respeto al derecho de las mujeres a gozar del más alto nivel posible de salud física, mental y emocional a lo largo de sus vidas.
La salud de las mujeres no solo se ve afectada por cuestiones clínicas o de acceso a servicios; también se ve profundamente impactada por la violencia simbólica, mediática e institucional. Una de sus expresiones más claras es el juicio constante sobre el cuerpo, la apariencia, la voz, la vestimenta y la vida personal de las mujeres en la esfera pública, especialmente en la política, lo cual no ocurre con los hombres, quienes rara vez son cuestionados por cómo se ven o por su rol como padres o esposos.
Esta asimetría refuerza estereotipos de género que afectan la salud mental y emocional de las mujeres, pues se enfrentan a una doble carga: demostrar su capacidad profesional y, además, responder a estándares de belleza, moralidad o comportamiento “femenino”.
El estrés crónico, ansiedad, depresión y burnout son comunes en mujeres que ocupan cargos públicos por la presión de ser “impecables”, aunado a la violencia política de género (que incluye acoso, difamación, hostigamiento), la cual tiene un efecto directo en la salud emocional y física. Estas violencias refuerzan la desigualdad estructural, obstaculizando el ejercicio de los derechos políticos y el derecho a la salud.
En últimas fechas, diversos medios de comunicación han realizado aseveraciones con relación a la imagen de algunas mujeres que están dentro de la política, no solo de nuestro país, sino también de otros países, en donde pasa a segundo plano su desempeño profesional dentro del cargo público que tienen y el foco se centra en su apariencia física o en el costo de su vestuario o maquillaje.
Veamos el caso de la presidenta de México, quien ha sido objeto de burlas y señalamientos por estilizar su guardarropa, retoques estéticos, forma de maquillarse, ni qué decir de su lenguaje no verbal; lo que me llama la atención es que anteriormente no había visto que se discutiera o criticara la imagen de un presidente.
Lo anterior solo nos demuestra que, en la actualidad, el cuerpo de la mujer ha sido y seguirá siendo objeto de vigilancia y regulación, nos siguen cosificando, reduciéndonos a una cuestión más estética y sexual, lo que invisibiliza nuestra capacidad intelectual, más aún en el ámbito político. Esto es violencia con todas sus letras.
La ONU Mujeres reconoce que la violencia contra las mujeres dentro de la política representa una de las principales barreras para el acceso y posicionamiento de las mujeres en espacios de liderazgo y decisión política, por ello se habla de una violación a los derechos humanos que afecta directamente la diversidad de las mujeres a nivel mundial.
Considero que, en la medida en que dejemos de normalizar la idea de que el valor de las mujeres radica en su físico y, en cambio, nos enfoquemos –al igual que con los hombres– en su desempeño como líderes y estrategas que contribuyen al rumbo de la sociedad, estaremos sembrando semillas de un cambio en la percepción social hacia las mujeres.
Sin embargo, este también es un trabajo colectivo: debemos dejar de fomentar y consumir contenidos que priorizan aspectos superficiales o idealizados de la vida personal de nuestros gobernantes y enfocarnos en analizar sus resultados y en la calidad de sus decisiones.
En este sentido, es fundamental descolonizar los imaginarios sociales que asocian el valor de la mujer con su físico y promover una educación crítica que dignifique su mente, sus saberes y su voz, aunque el costo sea hacerle sombra a quien aparentemente no deberíamos hacerle.
La autora es Doctora en Ciencias Sociales con orientación en Desarrollo Sustentable (SNI) y profesora de la Escuela de Negocios en la UDEM.