La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) sostiene que la educación puede y debe contribuir a una nueva visión de desarrollo mundial sostenible. Es fundamental promover un cambio en la forma de pensar y actuar, pues la educación permite que las personas se conviertan en agentes de cambio. Estoy completamente de acuerdo con esta postura.
Sin embargo, para que esto ocurra, es imprescindible generar modelos educativos que fortalezcan competencias necesarias en el mundo globalizado en el que vivimos. También es esencial fomentar un sentido de comunidad y un enfoque humano que combine lo cognitivo con lo afectivo, algo que en la actualidad es insuficiente en nuestro sistema educativo.
En fechas recientes, la presidenta de México Claudia Sheinbaum, hizo una serie de declaraciones sobre el sistema educativo público, ratificando su compromiso de campaña de garantizar becas de estudio para los estudiantes de escuelas públicas con el fin de construir una educación más justa e incluyente. Afirmó que la educación no es un privilegio, sino un derecho destinado a transformar vidas y a consolidar un mejor futuro como nación.
En sus discursos, Sheinbaum enfatizó que el Estado debe garantizar este derecho para todos y aseguró que el sistema educativo público es mejor que el privado. Más allá del debate entre lo público y lo privado, es cierto que el sistema cuenta con docentes preparados y comprometidos. Sin embargo, es urgente reflexionar sobre las condiciones laborales en las que se desempeñan las maestras y maestros de las escuelas públicas.
No se puede responsabilizar únicamente a los docentes por la calidad educativa cuando las condiciones materiales y estructurales de las escuelas públicas son deficientes. En muchos estados, existen planteles que no cuentan con infraestructura mínima para garantizar espacios de aprendizaje adecuados. Con la llegada de climas extremos, esta carencia se vuelve aún más evidente, pues no es viable aprender en aulas deterioradas, con sobrepoblación y sin los servicios básicos necesarios.
Además de la infraestructura, el acceso a material didáctico es insuficiente. La educación debe promover el pensamiento crítico, la creatividad y el desarrollo de competencias para la vida moderna, pero sin recursos adecuados, las y los maestros enfrentan grandes desafíos para lograrlo.
La enseñanza de idiomas y la capacitación en herramientas tecnológicas son fundamentales en el mundo actual, pero los estudiantes de escuelas públicas no reciben la misma formación que los de instituciones privadas, lo que genera una desigualdad significativa.
El aprendizaje de un segundo idioma es un claro ejemplo de la brecha educativa existente. En las escuelas privadas, el dominio del inglés es una prioridad, mientras que en las escuelas públicas este aprendizaje es limitado o inexistente.
Esto afecta directamente la competitividad de los estudiantes en el mercado laboral. No es solo un tema de idiomas; es un reflejo de una desigualdad más amplia que impacta el futuro de los jóvenes.
El acceso a educación privada no siempre es sinónimo de abundancia económica. Muchos padres hacen sacrificios significativos para inscribir a sus hijos en instituciones privadas, conscientes de las deficiencias del sistema público.
Otro factor a considerar es la movilidad social; en México, esta movilidad es baja: la mayoría de quienes nacen en condiciones de pobreza permanecen en ellas. La educación debería ser un mecanismo de cambio, pero el sistema actual no está logrando cerrar la brecha de oportunidades.
En lugar de promover comparaciones entre educación pública y privada, el enfoque debe estar en la mejora continua del sistema educativo en su conjunto.
La inversión en infraestructura, tecnología y formación docente no es un gasto, sino una inversión estratégica que impacta directamente el futuro del país. Necesitamos políticas educativas a largo plazo, alejadas de intereses partidistas y enfocadas en garantizar un acceso equitativo a oportunidades educativas de calidad.
Considero que tendríamos que evaluar el impacto del apoyo económico que se están dando a través de las becas y si realmente esos recursos abonan a la educación de los estudiantes.
La educación no puede seguir siendo un discurso vacío; debe traducirse en acciones concretas, en inversión y en estrategias que respondan a las necesidades actuales y futuras.
La autora es Doctora en Ciencias Sociales con orientación en Desarrollo Sustentable (SNI) y profesora en la UDEM.