Desde la primera vez que fui a Tijuana, hace algunas décadas, visité Puerto Nuevo para probar la deliciosa langosta frita en manteca de cerdo y vuelta burritos en tortillas de harina sobaqueras con frijoles, arroz salsa y un poco de mantequilla para que amarre.
Esta bomba atómica de colesterol seguramente acabaría tapando las arterias de cualquiera sí se comiera con frecuencia, pero también es uno de los platillos más deliciosos y suculentos de la cocina bajacaliforniana.
Aquella primera vez me contaron la historia de Puerto Nuevo, que hoy es un espacio bardeado donde hay varios restaurantes y tiendas de artesanías compitiendo por un público que llega deseoso de probar los tacos de langosta.
De forma resumida en los sesenta del siglo pasado había una señora que inventó este platillo y que lo ofrecía a los turistas, muchos de ellos atraídos por la pesca, en un jacalito que estaba abajo de un anuncio espectacular de unos cigarros que se llamaban New Port.
De allí nació el nombre de Puerto Nuevo y este icónico platillo no solo ha satisfecho la glotonería de muchísimas personas, sino que le ha dado de comer también a las familias que por generaciones lo han preparado.
Desde aquella primera vez había una discusión vigente y era cuál ofrecía los mejores tacos, así es que se peleaban entre el restaurante número uno y el número dos y otros con el argumento de que eran herederos de Doña Susana, esa mujer humilde que daba langosta porque allí era abundante y barata.
Ahora, con motivo del Tianguis Turístico, regresamos a Tijuana y Glotón Fisgón se dio una escapada a Puerto Nuevo, para probar la recomendación de Kevin Gómez, el propietario de un extraordinario bar de día, Aruba, que se ha colocado como el vigésimo segundo mejor del mundo en la lista de los 50 Best.
Después de haber comido prácticamente en todos los restaurantes de Puerto Nuevo, este experto en la mixología, nos recomendó que fuéramos a Sandra’s.
La experiencia resultó muy positiva y tengo que decir que ya se ha convertido en mi favorito en Puerto Nuevo, por varios motivos que comentaré enseguida.
Para abrir boca y no quitarle espacio al tema principal, compartimos un queso fundido con chorizo de buena calidad, doradito y unas tortillas de harina de tamaño regular realmente deliciosas por su textura, elasticidad y sabor.
Pero “a lo que te truje Chencha”, el siguiente paso fue pedir las langostas que ofrecen en 2 versiones: unas pequeñas con 3 medias colitas por orden y un precio de 1200 pesos o bien 2 mitades de una langosta de mayor tamaño por mil 450.
Optamos por las primeras ya que teníamos cena y no queríamos exagerar la comida y llegaron acompañadas de arroz colorado al dente, sabroso, unos frijoles con su respectivo veneno es decir más manteca y la mantequilla derretida.
Las tortillas eran sobaqueras, enormes y que llevan ese nombre porque supuestamente quienes las preparaban tenían que auxiliarse de la axila para lograr semejante tamaño.
Si las primeras tortillas de harina eran increíbles estas segundas fueron perfectas y la langosta también estaba en su punto es decir ni demasiado dorada ni tampoco cruda, con la cantidad correcta de sal y además de los acompañamientos descritos había dos salsas una más picante que otra que armonizaban perfectamente con el platillo.
El fantasma de doña Susana se hizo presente y disfrutamos una vez más de esta obra de arte culinaria, acompañada además de una botella de Sauvignon Blanc de Henri Lurthon bien fría y por menos de 600 pesos.
El sponsor opinó que si bien la carta de vinos era corta estaba muy bien seleccionada con etiquetas de la región como Casa Magoni y Monte Xanic.
El restaurante bien arreglado, muy limpio y un mesero muy atento nos terminaron de convencer de que ésta es una gran opción que está contribuyendo a incrementar el nivel de la calidad, de un comedero que ya es un lugar de culto para los tragones que tenemos la fortuna de viajar a Tijuana.