La historia de la Ciudad de México se escribe con pan: los bolillos y teleras que salen charola tras charola desde la madrugada, las conchas, moños, chilindrinas y orejas de la noche, las baguettes para la cena de Navidad y Año Nuevo o simplemente el antojo vespertino al pasar frente a una panadería. Muchas de estas escenas se repitieron desde hace más de 70 años en La Espiga de la avenida Insurgentes 455, la cual anunció su cierre definitivo.
La Espiga es una de las panaderías antiguas de la Ciudad de México, fundada en la década de los 40 por Antonio Ordóñez Ríos, quien en 1945 implementó el autoservicio, el placer de tomar una charola y escoger cada uno sus propias delicias, con lo cual incrementó sus ventas.
A través de redes sociales, los usuarios han iniciado un paseo por la nostalgia ante el próximo cierre de este establecimiento de la colonia Hipódromo. Gina Cebey, historiadora del arte, publicó: “70 años y el recuerdo de las filas para la baguette de Navidad”.
En la imagen compartida por Cebey, se ve que el establecimiento colocó un letrero en su entrada, donde se explica:
“A nuestros clientes y amigos, les informamos que el día 16 de diciembre cerramos definitivamente esta panadería. Agradeciendo infinitamente su amable preferencia de tantos años”. Vía telefónica, La Espiga confirmó su cierre.
La Espiga: una historia de 70 años de pan en Insurgentes
Antonio Ordóñez Ríos vivió 100 años, una vida en pan, ya que además de abrir La Espiga también fue uno de los fundadores de la Cámara de Panaderos de México (Canainpa), además de un Centro de Capacitación de la panadería mexicana que lleva su nombre.
Ordóñez nació el 4 de septiembre de 1919 en México, aunque fue enviado desde la infancia a estudiar a León España. Mientras se formaba con los Agustinos, estalló la Guerra Civil que provocó el desplazamiento de miles de personas.


Según explican en el sitio web de la panificadora, su fundador tuvo una travesía por Francia, Nueva York hasta que tocó puerto en Veracruz. En esa época tuvo dos opciones: dedicarse a la panadería o al futbol, ya que fue miembro de la primera división del equipo mexicano Asturias.
Al igual que muchos otros exiliados de la Guerra Civil, él encontró en la comida una forma de vivir, lo mismo pasó con los fundadores vascos del restaurante Danubio de la Ciudad de México o con cafés tan antiguos como Villarías.

Para 1971 y 1971, Ordóñez fue presidente de Canainpa; continuó activo en su panadería hasta los 99 años de edad y según su página oficial, siempre pedía “seguir adelante y con más bríos”.
La Espiga abrió varias sucursales por la ciudad, aunque la de Insurgentes ha recolectado recuerdos panaderos de miles de chilangos en torno a molletes, pollos rostizados, conchas, bolillos calientitos, moños con nuez, roscas de Reyes y más.
En Twitter vecinos de la zona han lamentado la gentrificación que vive la colonia, otros han recordado varios momentos en el lugar: “Ahí compraba el pan con mis abuelxs y después hamburguesas de La vaca negra que estaba enfrente y una chacharita en el Larín”, escribió Tania Aedo.
“Esa panificadora me trae bonitos recuerdos desde que mi abuelita vivía por allá. Y a mi mamá le encantaba su repostería también, cada que me venía de la CDMX le traía sus galletas”, relató Claudia Hernández; “Tantos recuerdos de la infancia, los sábados en la noche nos llevaban por un panque en forma de huevo con cubierta de chocolate, esperábamos con ansía el momento. Que triste que la cierren”, agregó Rosa María Morales.